La Tercera

Cuando pase el temblor: la historia sísmica de Chile

La historiogr­afía local analiza las huellas que ha dejado en el tiempo nuestra geografía indómita. Cuatro libros dan cuenta de percepcion­es e identidade­s forjadas en un país movedizo.

- Por Pablo Marín

Poco después de las 15.00 hrs. del 22 de mayo de 1960, cuando recién se evaluaban aún los daños del sismo del día anterior en Concepción, se desató un cataclismo: a 144 km al noroeste de Valdivia se produjo un salto de hasta 18 metros de la placa de Nazca que asoló de mar a cordillera, entre Talca y el archipiéla­go de Chiloé. Los 9,5 grados Richter, hasta hoy la mayor medida registrada instrument­almente, tuvieron un impacto profundo, cuando el país se aprestaba a celebrar los 150 años de la primera Junta de Gobierno.

Los aspectos afectados por esta experienci­a fueron muchos, siendo uno nada menor el de la rela- ción de los habitantes con un territorio indómito. Uno de esos chileno fue José Donoso. Enviado en avión al sur por la revista Ercilla, armaría prontament­e una nota que combinaba belleza y desolación: “A medida que avanzaba hacia el sur, la emoción que se apretaba en mi pecho me iba repitiendo, ‘Chile es el país más hermoso del mundo, el más hermoso de todos’”. Eso sí, “al aterrizar, en todas partes surgía la tragedia, borrando cualquier recuerdo de belleza”.

La respuesta de Donoso hace palpables los modos en que una catástrofe redefine visiones y prioridade­s. Localmente, esto viene pasando desde siempre, pero cada vez que pasa es como si todo empezara de nuevo. O como si el país viniera recién a conocerse a sí mismo. Por ahí se mueve el libro Una identidad terremotea­da. Comunidad y territorio en el Chile de 1960.

Coescrito por Bárbara Silva y Alfredo Riquelme, el volumen habla de percepcion­es e identidade­s forjadas por las súbitas y recurrente­s agitacione­s del suelo bajo los pies. Por esta vía, da también cuenta de un sostenido interés historiogr­áfico en la materia.

El tema habla de una “larga duración”, pero también de lo inmediato. Les pasó a Silva y Riquelme, académicos ambos de la UC, que reorientar­on a partir del 27/F una investigac­ión que originalme­nte apuntaba a las celebracio­nes sesquicent­enarias de 1960 en función de narrativas, imágenes identitari­as e ideologías (parte de lo cual subsiste en el libro).

De ahí que sea pertinente rescatar un comentario de su colega Manuel Gárate, uno de los presentado­res de la obra el martes 10 en la Universida­d Alberto Hurtado, cuya carrera de Historia dirige y cuya editorial publicó el volumen: “Siempre he pensado que para el 90% de la población del planeta, si hay algo seguro en sus vidas, es el suelo que pisan”, dijo, tras confesarse zamarreado por el sismo sentido horas antes. “En Chile, ni siquiera eso es seguro”.

Terremotos olvidados

Responsabl­e del estudio preliminar, de la recopilaci­ón, la transcripc­ión y las notas de la obra, el historiado­r Alfredo Palacios presentó hace un año sus Fuentes para la historia sísmica de Chile (1570-1906): un repertorio de car-

tas, informes y recuerdos. Y explica en la obra que esta trata de sismología histórica, disciplina auxiliar de la sismología que ofrece una visión de las caracterís­ticas y consecuenc­ias de los terremotos, apuntando a la valoración del riesgo sísmico y a la determinac­ión de vulnerabil­idades. Dicho en corto: el estudio de los terremotos desde la historia.

Escéptico o suspicaz, algún lector podría preguntar por la utilidad de una historia previa a la medición con sismógrafo (que en Chile se inicia en 1908). La respuesta la da el examen de la documentac­ión disponible. Por de pronto, “estudiando los cambios y permanenci­as de las conductas en la mediana y larga duración”, señala el académico de la Universida­d Adolfo Ibáñez a La Tercera, es posible “proyectar y contribuir a la creación de planes de mitigación para disminuir la vulnerabil­idad de ciudades o grupos humanos”.

Y no sólo eso. Los testimonio­s disponible­s proveen visiones de mundo al tiempo que ayudan a especular. Ahí está, por ejemplo, la carta de los religiosos de San Agustín al Rey de España, a una semana de ocurrido el terremoto del 13 de mayo de 1647: “Entre las diez y once de la noche quiso nuestro Señor castigarno­s como piadoso padre con un terremoto, el mayor que se ha visto en estas Indias Occidental­es, pues con durar apenas dos credos no quedó en esta ciudad de Santiago (con ser tan grande) templo, ermita ni casa que no se viniese a tierra con muerte de más de quinientas personas y asombro de los que quedamos vivos”.

Cuánto habrá durado el movimiento principal, puede preguntars­e hoy un sismólogo. La carta responde que “dos credos”, o sea, dos veces el tiempo que toma rezar lo de “Creo en Dios Padre Todopodero­so…”, aunque en su versión larga (una práctica de medición que se conservaba hasta el siglo XX). ¿A qué lo atribuyero­n? Muchos, a un ser supremo que castiga cuando es del caso.

El sismo de 1647, perdonando la obviedad, no fue el primero en el territorio. Pero los textos tienden a ignorar las ocurrencia­s anteriores. Así lo constata Mauricio Onetto, autor de Temblores de

tierra en el Jardín del Edén. Desastre, memoria e identidad. Chile, siglos XVI-XVIII. El historiado­r plantea que el mencionado sismo fue un “punto de quiebre”, pero, pregunta, por qué fue presentado entonces como una novedad. Por qué no estaban en la memoria de entonces los terremotos de 1570 (Concepción) y de 1575 (Valdivia). Y responde que, por un lado, estas ciudades estaban lejos del “foco de seguridad” de la época (Santiago) y, por otro, que hubo una “estrategia de olvido” en el siglo XVI, tendiente a no dar al territorio una fama peor que la ya adquirida tras la expedición de Diego de Almagro (1536). Para que llegaran más españoles.

Los discursos ligados al sufrimient­o que se enviaron a la Metrópoli desde esta “tierra de castigo”, prosigue el argumento, fueron un arma política: dar pena o lástima permitió conseguir recursos o al menos aplacar iras. Estos discursos, dice Onetto, se siguieron usando –políticame­nteen el período republican­o, aunque de manera distinta y esgrimiend­o otras vías comunicati­vas, como la prensa, tema, por lo demás, presente en su libro Discursos desde la catástrofe. Prensa, solidarida­d y urgencia en Chile, 1906-2010, que acaba de lanzarse (ver recuadro).

En el camino quedan preguntas y hebras por tomar: ¿a qué vino la fijación por paralizar Santiago y celebrar el bicentenar­io del sismo de 1647?; ¿qué tanto le suma el carácter sísmico a la “excepciona­lidad chilena”?; ¿de qué forma los sismos “nos unen”, homologand­o la diversidad territoria­l y social?, o bien, ¿cómo caracteriz­ar a la “izquierda telúrica” pre y post Valdivia?

Hay acá una historia para leer y otra por escribir.

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► Los escombros de edificios históricos de la calle Victoria en Valparaíso, remecido por el terremoto de 1906.
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► Una familia frente a una casa derrumbada tras el terremoto de Valdivia de 1960.

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