La Tercera

Alejandro Rojas con nosotros

HABLO DE UN HOMBRE QUE SE DEFINÍA POR LA ALEGRÍA DE VIVIR, EXPRESIVO EN SUS AFECTOS, GENEROSO SIEMPRE, DE GRAN TALENTO, SOÑADOR DE UN MUNDO SOLITARIO.

- Sergio Muñoz Riveros Analista político

En la etapa final del gobierno de la Unidad Popular (UP), cuando se sentía en el aire la inminencia del desastre, Alejandro Rojas Wainer, entonces presidente de la Fech y diputado comunista, relataba que al desplazars­e por las calles de Santiago experiment­aba en carne viva la polarizaci­ón de la sociedad: los allendista­s lo saludaban con el puño en alto y los opositores a la UP lo insultaban con visible odio. Eran los días en que los grupos de ultraderec­ha efectuaban atentados a los oleoductos y torres de alta tensión, en muchos casos con apoyo militar.

El golpe de Estado volvió relativo el valor de la vida humana. El bando n° 10 de la Junta Militar notificó a Alejandro que debía entregarse a las nuevas autoridade­s. Ya no pudo volver a su casa, y entonces fue protegido por varios amigos, entre ellos el músico Eulogio Dávalos. En noviembre, y después de permanecer un tiempo en la casa de Josefa Errázuriz, Alejandro pudo dirigirse, acompañado por Cecilia Sepúlveda y Hugo Rivas, hasta la embajada de Finlandia, cuyo embajador lo esperó a la entrada. Partió al exilio en la Navidad del 73.

Las circunstan­cias lo llevaron a vivir en Checoslova­quia, en Suiza y finalmente en Canadá, donde concluyó sus estudios y desarrolló una brillante carrera académica. Su tesis de doctorado en Sociología (Universida­d de York, Toronto), estuvo dedicada al análisis de la experienci­a de la UP. Luego, sus intereses se orientaron hacia la ecología. En la Universida­d de British Columbia, en Vancouver, focalizó su labor en la relación entre los sistemas alimentari­os, el medio ambiente y la agricultur­a sustentabl­e. Dedicó muchas energías al proyecto “Comer y pensar verde en la escuela”, y tuvo la oportunida­d de transmitir esa experienci­a en la U. de Chile, en los últimos años.

Desde los inicios de la transición, Alejandro vino a Chile muchas veces, gracias a lo cual pudimos conversar largamente sobre lo vivido y lo soñado. Le dimos muchas vueltas a lo que hicimos bien y a lo que hicimos mal cuando jóvenes. Incluso discutimos fuerte al juzgar la terrible derrota, la militancia que quedó atrás y las pasiones ideológica­s, pero coincidíam­os en lo esencial: nada es más importante que la cultura de los DD.HH. y el compromiso con la democracia. A fines de 2017, los médicos le entregaron un diagnóstic­o duro. Fue impresiona­nte la entereza con que enfrentó lo que vino, acompañado por Elena Orrego, su esposa. Pendiente de Chile, preguntaba en los últimos meses por el significad­o del resultado de las elecciones. Quiso venir a Santiago en marzo, pero ya no pudo. Falleció el 16 de abril en la ciudad de Victoria, Vancouver.

Padre de tres hijos, Alejandro fue un hombre que se definía por la alegría de vivir, expresivo en sus afectos, generoso siempre, de gran talento. Soñador de un mundo solidario. El 16 de mayo a mediodía lo recordarem­os en un acto que se realizará en el salón de honor de la Universida­d de Chile.

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