Lenguaje y ortotanasia
El poeta Rilke deseaba a cada cual su propia muerte. El derecho a morir la propia muerte con dignidad aún no se reconoce como derecho fundamental.Existe la esperanza de que decidir cuándo y cómo morir se convierta en un alivio para las penurias del intenso dolor, la enfermedad incurable o la soledad tecnológica del hospital.
La partícula “eu” sugiere que se trata de buscar la “buena muerte”. Francis Bacon decía que había una eutanasia exterior y una interior. Esta última era la preparación espiritual para bien morir.
El término es desafortunado. Tiene, además, una historia manchada por la política de regímenes totalitarios.
Por ello, es mejor hablar de ortotanasia. El prefijo “orto” indica lo que es correcto. Lo que es adecuado. Lo que conviene a cada persona.
En estas materias es tan importante describir las acciones como depurar el lenguaje. Todas las personas saben que van a morir. Algunas temen, otras no. Pero la conciencia de la muerte y el deseo de que sea sin sufrimiento parecen ser universales.
Lo que todos tratamos de evitar es la distanasia, la mala forma de morir.
Distínguese entre el suicidio asistido, en que alguien ayuda pero la acción la ejecuta quien desea morir. La llamada eutanasia pasiva consiste en dejar morir, paliar a lo sumo, pero dejar que la naturaleza y el tiempo hagan su trabajo. Y existe la llamada eutanasia activa: un agente (sanitario) acelera el proceso. Los médicos hipocráticos ordenaban acatar los dictámenes de la naturaleza y no intervenir cuando no hay esperanza.
Las variantes, según situación y contexto, son tan numerosas, que pretender tomar partido por posturas sin cualificar es absurdo. Por ello, algunas precisiones.
Legislar sobre estas materias requiere un espacio previo de diálogo social. Una comunidad preparada y alfabetizada. Una conciencia de que las leyes no solucionan dilemas. Más bien los provocan cuando no respetan ni consideran el interés general.
La idea es permitir que las personas manifiesten su autonomía y discernimiento. Necesita definirse y discutirse cómo es eso posible. También se trata de lograr una decisión que no sea fruto de la desesperación o la tristeza. “Medicalizar” la muerte puede ser necesario; pero con los límites que impone la calidad de las personas y su sentido de la oportunidad. Educar a la comunidad para que la discusión no se vuelva manifestación de ideología ni lugar de trinchera política.
La discusión sobre el morir correcto –ortotanasia- debe reemplazar la superficial avalancha de opiniones sobre la eutanasia. Se trata de lograr el mayor bien para el mayor número. Y permitir la convivencia en las discrepancias.
De lo que no cabe dudar es de que los temas de la muerte apropiada y su lugar en las prácticas sociales deben ser objeto de deliberación. Está bien que las personas que creen tener opiniones las manifiesten. Está menos bien que quienes lo hacen se aferren a sus monólogos y no permitan el diálogo.
En el diálogo que debe preceder a toda acción legislativa hay que considerar algo que decía el filósofo Gadamer: “En ética es bueno siempre suponer que los otros, de buena voluntad, también pueden tener razón”.
Quizá ese consejo sea útil para un asunto que interesa a todo el mundo.
No cabe duda de que los temas de la muerte apropiada deben ser objeto de deliberación.