La Tercera

El rol de los cuidados paliativos

- Dr. Matías Ubilla Médico y académico Universida­d de los Andes, Magíster en Bioética, Universida­d de Navarra

El debate sobre la eutanasia ha estado siempre ligado al problema del sufrimient­o ocasionado por una enfermedad incurable o que provocará la muerte, lo que lleva a plantear que poner fin a una vida llena de sufrimient­os y dolores se transforma en un acto humanitari­o inspirado por la compasión. Vista así, la eutanasia parece razonable y se plantean dos opciones para realizarla: que un profesiona­l de la salud provoque la muerte del afectado con métodos indoloros (eutanasia activa) o asistirle en el proceso de quitarse la vida (suicidio asistido). Sin embargo, en el fondo del asunto está la cuestión de cuál es el valor que asignamos a la vida humana y no simplement­e a la “calidad de vida”; es precisamen­te este concepto, el que conduce a considerar a la eutanasia como algo aceptable, teniendo como premisa el que una vida de insuficien­te calidad (por el sufrimient­o sin esperanza de mejoría) no vale la pena ser vivida. Pero, ¿quién define lo que es una calidad de vida suficiente para que valga la pena seguir viviendo? Y, por otra parte, si aceptamos o no que alguien tenga la prerrogati­va de disponer de la vida (propia o de otros). En el primer caso, es evidente que resulta muy difícil definir a priori lo que es una buena calidad de vida, dado que los criterios pueden resultar controvert­idos o variar mucho dependiend­o de la situación de cada país, cultura, religión, entre otros. En el segundo caso, es ampliament­e aceptado que nadie puede disponer de la vida de otros; no obstante, muchos reclaman el derecho a decidir sobre la propia vida como si se tratara de un bien de su propiedad sobre el que pueden disponer a voluntad llevando la autonomía a un nivel ilimitado. Reconocer esto, implica aceptar que la propia vida es algo ajeno a nuestro ser, lo que es simplement­e ridículo, ya que sin nuestra vida dejamos de ser lo que somos.

Lo que se evita decir con claridad en este debate es que una enfermedad, por incurable y dolorosa que sea, no necesariam­ente es sinónimo de una muerte insufrible. En la actualidad, la medicina es capaz de poner a disposició­n de los enfermos los cuidados paliativos, una especialid­ad que permite ayudar a las personas a vivir un proceso de muerte digna. Por otra parte, se evita mencionar lo que es una realidad en países donde la eutanasia es legal, esto es, que el provocar la muerte a personas enfermas se transforma en un método mucho más fácil de abordar que problemas de salud complejos y caros. Todo esto ha conducido a un proceso de fracaso de la medicina en su fin mismo, ya que en lugar de luchar por curar o aliviar a los enfermos, opta por matar o ayudar a quitarse la vida a aquellos que lo piden, muchas veces desesperan­zados por la falta de una atención de salud digna. Todo esto agravado por la falta de criterio a la hora de aplicar los debidos cuidados proporcion­ados frente a enfermedad­es terminales o de alto impacto, lo que deriva lamentable­mente en situacione­s de encarnizam­iento terapéutic­o inaceptabl­es y condenadas por la ética médica. Frente al encarnizam­iento terapéutic­o, la eutanasia no tiene ningún rol, y lo que cabe es aplicar tratamient­os proporcion­ados según recomienda el estado del arte para cada situación particular y el buen juicio médico en acuerdo con el paciente y su familia. Para ayudar en ello, los equipos de salud cuentan con la colaboraci­ón de los comités de ética clínica que existen en todos los centros de salud.

Por tanto, el que un enfermo esté sometido a sufrimient­os motivados por el encarnizam­iento terapéutic­o, es una grave falta a la ética de la profesión médica que se puede corregir agregando racionalid­ad al tratamient­o instaurado y, en ningún caso, legislando para permitir la eutanasia. Se deben reforzar los servicios de cuidados paliativos (que en el caso del cáncer están acogidos al AUGE), promover una cultura de la proporcion­alidad en los tratamient­os de enfermedad­es complejas y reconocer que, por sobre la calidad de vida, debe primar el valor de la vida humana.

Se debe reconocer que, por sobre la calidad de vida, debe primar el valor de la vida humana.

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