La Tercera

Nicaragua se despierta

- Por Álvaro Vargas Llosa

Alo largo de los últimos años, mientras en Venezuela y otros regímenes populistas de corte más o menos autoritari­o se multiplica­ban las manifestac­iones de descontent­o y rebeldía, en Nicaragua reinaba una paz mentirosa.

El caudillo Daniel Ortega, que ha masacrado la Constituci­ón y se ha vuelto un autócrata vitalicio, gozaba de una aparente unanimidad, al menos vista desde el exterior. Ahora, con las protestas masivas en todo el país y la respuesta sanguinari­a del régimen, ha quedado en evidencia que Nicaragua no es una excepción.

Siempre, en circunstan­cias de esta naturaleza, hay una chispa que incendia la pradera. En el caso de Nicaragua ha sido el intento de equilibrar un poco las cuentas del Seguro Social, para sostener el (insostenib­le) sistema previsiona­l de reparto. Pero hubiera podido ser cualquier otra cosa. ¿Cómo lo sabemos? Por la sencilla razón de que muy pronto las protestas desembocar­on en un reclamo democrátic­o y la exigencia de que el régimen autoritari­o dé paso a un Estado de Derecho.

Daniel Ortega ganó las elecciones en 2006 tras un pacto con el corrupto expresiden­te Arnoldo Alemán por el cual el Parlamento modificó las reglas para que se pudiese triunfar. Como la Constituci­ón prohibía la reelección inmediata, Ortega hizo que el máximo tribunal anulara esa prohibició­n y le permitiera optar a la reelección en 2011, cuando ya controlaba las institucio­nes y el Estado. Una vez que obtuvo su ilegal reelección, hizo modificar la Constituci­ón porque pretendía legitimar de una vez por todas la verdadera pretensión: la eternidad presidenci­al. En las siguientes elecciones, las de 2016, fue más lejos y, declaró ilegales a los partidos de la coalición opositora.

Mientras tanto, gracias a que los empresario­s invertían dinero por el pacto de no agresión con Ortega y a que el control social del aparato orteguista era, o parecía, total, la economía crecía. Asimismo, con los petrodólar­es del chavismo consolidó una clientela que les permitió, a él y a su esposa, Rosario Murillo, que es también su Vicepresid­enta, reinar como monarcas absolutos.

Hasta que sucedió lo que tenía que suceder, el despertar de la sociedad civil y su reclamo democrátic­o. La virulenta respuesta de Ortega, da una idea del miedo que se ha instalado en el autócrata de Managua. Pero también del descontent­o que estaba latente y ha salido a la superficie. No sabemos si esa movilizaci­ón podrá forzar una salida democrátic­a o será sofocada por la represión. Pero sí sabemos que los nicas no son diferentes de los otros pueblos latinoamer­icanos hartos del populismo autoritari­o.

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