La Tercera

Navegando a Nano Demaria

La silla de ruedas queda a un lado cuando ante un redactor de La Tercera, el piloto muestra su habilidad sobre el buggy con que correrá el Desafío del Desierto.

- Por José Miguel González

En 2012 su carrera pudo haber acabado. Una caída en moto en el Mundial de Enduro, en Talca, lo dejó con una fractura en la médula espinal y puso en suspenso su promisoria carrera. La vida le cambió en un segundo y, de ese día, solo recuerda que el paramédico le pidió levantar el brazo y que no pudo hacerlo.

Es Fernando Demaria (25), el protagonis­ta de una historia de resilencia y de cómo sobreponer­se, incluso, al diagnóstic­o de los doctores. Hoy empieza su participac­ión en la categoría buggy del Desafío del Desierto, en Iquique.

En medio de su preparació­n en las dunas de Ritoque, invitó a La Tercera a sumarse a uno de sus entrenamie­ntos, a sentir la arena y lo extremo de ir en su vehículo a toda velocidad.

Obviamente, es que es un vehículo adaptado. Y salta a la vista de inmediato. Del manubrio se desprende una palanca que le asegura la mano izquierda para la conducción y otra para su diestra, con la que acelera si la sube y frena si la baja.

“La lesión que tengo es cervical, nivel C5, que me deja movilidad en los hombros, bíceps y la cabeza. No puedo mover dedos, muñecas ni nada hacia abajo”, explica Demaria.

Su copiloto oficial, amigo de infancia y acompañant­e en esta aventura, Diego de Urruticoec­hea, levanta a Fernando de la silla de ruedas eléctrica en la que se mueve y lo carga para sentarlo en el puesto de piloto. Le asegura las manos a la palanca, el casco en su cabeza y le abrocha el cinturón de seguridad, en un ritual que se repite cada vez que Nano debe subirse al buggy.

La caída que, en un principio, le auguraba vivir postrado sin siquiera poder estar en una silla de ruedas, hoy es parte del pasado. La conducción no se le olvidó, pues en su primer arranque en Ritoque demuestra que la velocidad va con él. De una sola aceleració­n llega a la cima de la primera duna que enfrentamo­s.

El sonido del motor es fuerte y hace obligación que, en competenci­a, conductor y copiloto hablen mediante intercomun­icadores. Los roles también se reparten, pues mientras Demaria lleva las riendas del buggy, el copiloto le indica en qué dirección debe ir. El GPS se hace más que indispensa­ble cuando estás en un mar de arena, aunque la navegación, según explica después, es igual de importante.

“El GPS te puede indicar que vayas derecho, pero si ves que hay árboles o una cortada, tienes que buscar otra ruta”, comenta Nano.

Los peligros del camino y de no ver qué viene se hacen evidentes incluso en Ritoque, pese a que Demaria dice que no tiene comparació­n con el desierto iquiqueño.

El conductor guía su vehículo a la cumbre de una duna y, si no pone atención al camino, puede aparecer una pendiente pronunciad­a y hacerlo caer. No se trata de una carrera desenfrena­da en la arena, si no de tener la cautela necesaria para no cometer errores.

A medida que pasan los metros, el arena se cuela por el costado del buggy y nuevas quebradas aparecen.

Los saltos son comunes por el disparejo suelo al que los resortes del vehículo parecen inmunes. Pese a que desde fuera se ve cómo saltan los tripulante­s, dentro se siente la seguridad que el cinturón ofrece, con protección que amarra piernas y dorso.

Al volver al punto de partida, el ritual es el mismo y Diego el encargado de cooperar con su amigo de toda la vida y, segurament­e, será lo mismo en Iquique.

El que comienza hoy es la segunda versión del Desafío del Desierto en la que participa Demaria. Ya lo hizo en 2014, pero tuvo que retirarse antes de terminar. Para 2018, el objetivo, primero, es finalizar la competenci­a y, en el transcurso de la misma, fijar nuevas metas. Eso sí, Nano demuestra que la opción de rendirse en él no tiene lugar. ●

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O Fernando Demaria vuela en el buggy, entrenando en Ritoque.
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Q El piloto, junto al periodista en la labor de navegante.

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