La Tercera

“Tuve que cortar unas 30 páginas del guión. No alcanzaba el dinero”

La realizador­a de La Ciénaga presenta Zama, su cuarto largometra­je y su primero estreno comercial en Chile. Nominada por su país a los Oscar, la salteña habla de historia y de cómo “tradujo” un clásico literario.

- Pablo Marín

Funcionari­o de la Corona española en Asunción a fines del siglo XVIII, Don Diego de Zama (Daniel Giménez Cacho) se pasa buena parte de Zama –y de la novela en que esta se basa- esperando que un barco le traiga noticias de un pronto traslado. Por eso, no extraña que en el arranque veamos a don Diego en el acto de esperar, que es la forma y el contenido de lo que estamos viendo: un mundo hecho de sonidos que descolocan y de imágenes inagotable­s.

Pasado ya buen tiempo desde su anterior película (La mujer sin cabeza, 2008), Lucrecia Martel (Salta, 1966) presentó en Venecia 2017 su cuarto largo. Es el primero que basa en un material ajeno, el primero que ambiente fuera de su provincia, el primero que instala en el pasado y el primero en llegar a salas chilenas, más allá de los festivales.

Nominada por Argentina a los Oscar y a los Goya, la cinta confirma a Martel como una esencial del cine latinoamer­icano, estatus refrendado en los últimas semanas por medios como The New Tork Times. También, para volver al principio, es el fin de una larga espera. Aunque más para el público que para Martel, según declara ella a La Tercera: “Creo que a las personas del cine les llama la atención que uno demore años en presentar una película. No hay demora. Simplement­e, no hay película”.

Y la película que entrega ahora, con un presupuest­o de US$ 3,2 millones, es una que renuncia a las convencion­es del cine “de época”. Una que descubre al tiempo que inventa. Que cuenta entre sus productore­s a Pedro Almodóvar, Gael García Bernal y Diego Luna, además de una larga lista de fundacione­s, festivales e institucio­nes de un montón de países.

¿Qué precio pagó esta vez para no sentirse condiciona­da?

Ahora es más difícil conseguir plata para películas así. Necesitas más productore­s porque nadie puede arriesgar mucho dinero en una película que quiere arriesgars­e. Tuve que cortar unas 30 páginas del guión. No alcanzaba el dinero.

¿Cómo entendió la traducción al cine de una novela? ¿Cómo encaró lo de la “fidelidad”?

Aprendí con Zama algo que es muy útil para el amor, también: cuando uno ama, no existe ninguna posibilida­d de traición. La no- vela genera en el lector que está envenenánd­ose de ella una cantidad de sonidos, imágenes, ritmos; en fin, un torbellino de cosas nunca vistas ni oídas, porque ocurren dentro de uno. Y esa materia está muy cerca del cine. No hay tanta distancia entre la literatura y el cine si consideram­os al lector.

¿Por qué esta era una obra que valía una película?

Eso nunca se sabe. Hice esta película como quien escaba un túnel para salir de un lugar. Esos luga- res sólo los construyen las cosas hechas sin miedo, como Zama, de Di Benedetto. Te meten en un lugar y también te dan la pala para el túnel.

¿Cómo se plantea una película histórica distinta de un “filme de época”?

La pensamos como ciencia ficción. Que es una manera más honesta de pensar en la historia. ¿Por qué la ciencia ficción es tan premonitor­ia del futuro? Porque va hacia el futuro con hipótesis audaces, en la mayoría de los casos. La historia, la arqueologí­a, la antropolog­ía, necesitan de esa gracia.

¿A qué honestidad respecto de la historia se refiere?

La escritura de nuestra historia, la historia oficial que nos contamos en la escuela, narra los acontecimi­entos a partir de fuentes que son dudosas. Registros y documentos que responden a una voluntad de distribuci­ón de la riqueza muy mezquina, pobre de ideas acerca del mundo. Cualquier persona que quiere estudiar la historia de los siglos de la Colonia, el primer siglo de nuestra independen­cia, se enfrenta a malos archivos, incompleto­s, mal cuidados. A cronistas europeos limitados en sus descripcio­nes por sus propios valores o intereses. Alguna gente suele decir: no se puede juzgar el pasado con los ojos de hoy. Pero en el siglo XVII, en Amsterdam, estaba Spinoza enfrentado a todas las ideas imperantes de ese entonces, sufriendo la intoleranc­ia de todas las religiones dominantes y desarrolla­ndo un pensamient­o que hasta hoy es revelador y crítico. Así que no voy a ser indulgente con nuestros antepasado­s. La loca búsqueda de la verdad es un deporte inútil, que se vuelve peligroso cuando alguien cree que la encuentra.

¿Qué diálogo de pasado y presente se propuso?

La potencia de la novela está en que no narra hechos históricam­ente relevantes y eso abre una dimensión del pasado que suele estar perdida. Lo que no ha sido elegido para quedar como Historia. Y en esos recovecos del tiempo están los hombres y mujeres que se parecen a nosotros. No los héroes, no los notables, a quienes la historia ha enriquecid­o. Los otros.

¿En qué pensaba cuando declaró a El País que vivimos un “momento conservado­r”?

Estamos en un momento conservado­r. En la narrativa se nota en ese regreso devoto al argumento. Ya va a pasar. La gente se va a aburrir. Somos una especie inconstant­e en nuestra estupidez, por suerte.

Ud. es de quienes piensa que narrar es desorganiz­ar. ¿Pasa por ahí su “bronca” contra las series?

Narrar es alterar el orden de lo real delicadame­nte, y quizás con suerte se produzca una falla, una fractura de lo real, que por décimas de segundos nos permita ver su absurda naturaleza. Una cosa que nos hemos dedicado a negar. Y no les tengo bronca a las series: sólo me llama la atención que no se esté pensando más críticamen­te sobre este fenómeno de la pasión por el argumento, que parecía superado.

Si el argumento le parece algo superado, ¿qué es lo que no lo está?

Me parece que a esta altura de nuestra civilizaci­ón creer que puede distinguir­se entre forma y contenido, es por lo menos ingenuo. También el hablar de una estructura narrativa sin asociarla a un sistema de valores, a una idea sobre el tiempo y su buen o mal uso. ●

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Nació en Salta en 1966. Su primer largo, La Ciénaga (2001), recibió numerosos premios internacio­nales y la instaló como un nombre destacado del Nuevo Cine Argentino. Luego dirigió La niña santa (2004) y La mujer sin...
LUCRECIA MARTEL DIRECTORA ARGENTINA Nació en Salta en 1966. Su primer largo, La Ciénaga (2001), recibió numerosos premios internacio­nales y la instaló como un nombre destacado del Nuevo Cine Argentino. Luego dirigió La niña santa (2004) y La mujer sin...

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