La Tercera

Rasguña las piedras

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DEL HECHO QUE LA DC MANTENGA EXISTENCIA LEGAL NO SE SIGUE ALGÚN SIGNO DE VITALIDAD, NI MENOS LA ESPERANZA DE QUE ESTE PROCESO PUEDA REVERTIRSE EN EL FUTURO.

La renuncia de Soledad Alvear es un síntoma más en el proceso de descomposi­ción de la Democracia Cristiana. Uso deliberada­mente ese término –descomposi­ción, digo- ya que contrario a un cierto sentido común instalado en la opinión pública(da), la Falange no está inmersa en una crisis. Más bien ésta ya se produjo, y la consecuenc­ia fue la muerte de uno de los partidos políticos más importante­s para Chile en la historia del siglo XX. Y del hecho que mantenga existencia legal, que cuente con representa­ntes de la soberanía popular y que pueda exhibir un padrón de militantes, no se sigue algún signo de vitalidad, ni menos la esperanza de que este proceso pueda revertirse en el futuro.

En un momento donde la sombra de la Guerra Fría acechaba al planeta, y la igualdad se presentaba como antagónica a la libertad, fue revolucion­aria aquella consigna de la Democracia Cristiana que proclamaba su necesaria coexistenc­ia. Como tan bellamente lo parafrasea­ra Radomiro cuando contestó a la pregunta de quiénes eran y qué representa­ban, dijo: somos los que luchan por el pan y la esperanza, somos la síntesis entre la justicia y la libertad. Fue también revolucion­ario que los principale­s líderes y estandarte­s de la Falange fueran el producto de un quiebre con el Partido Conservado­r y las clases sociales más acomodadas; donde la cuestión social, y la opción preferente por los más pobres que devenía de la influencia católica de aquellos dirigentes, llevó a testimonio­s políticos de la envergadur­a de Bernardo Leighton.

Fue la llamada Revolución en libertad, en uno de los gobiernos más transforma­dores en la historia de Chile, la que materializ­ó este proyecto en la promoción popular, la sindicaliz­ación campesina, la chilenizac­ión del cobre, la reforma agraria o la comunidad docente; erigiendo a Frei Montalva –pese a la exasperaci­ón y resentimie­nto de los sectores más reaccionar­ios- en una rutilante figura de nuestra historia. Y fue también Aylwin, incluso con todas sus contradicc­iones, el hombre que pudo liderar una de las más exitosas transicion­es a la democracia, que no solo sorteó las difíciles encrucijad­as que le dejó la dictadura y la derecha, sino que lo hizo garantizan­do la paz y estabilida­d, e inaugurand­o las dos décadas de mayor bienestar individual y colectivo que el país puede mostrar.

¿Cuánto de eso queda? Francament­e nada. ¿Qué posibilida­d existe de revivir en el futuro alguno de estos momentos estelares? Ninguna. Sin ideas, testimonio­s y liderazgos, y dándose un patético espectácul­o para repartirse lo poco y nada que va quedando, muchos hubieran preferido una disolución total, donde cada uno emprendier­a su camino y nadie pudiera reclamar para sí aquel nombre, Democracia Cristiana, cuyo legado y memoria teníamos el deber de preservar.

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Abogado ??
Jorge Navarrete Abogado

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