La Tercera

Las palabras perdidas y recuperada­s de Fernando Iwasaki

- Por Edmundo Paz Soldán Escritor boliviano, autor de Iris.

Pocos escritores más atentos que el peruano-español Fernando Iwasaki (1961) a la historia de las palabras del castellano, a sus transforma­ciones, extravíos y ganancias en el trasiego de los siglos, de un continente a otro. Las palabras primas, ganador del IX Premio Málaga de Ensayo y recienteme­nte publicado por Páginas de Espuma, da gozosa cuenta de sus mejores hallazgos con una mezcla justa de erudición informal, investigac­ión de archivo, humor y escatologí­a (el lenguaje sabe ensuciarse).

Dice Iwasaki que hay palabras que convocan a un “asombro de siglos”, pues “recorren vastos continente­s antes de instalarse agradecida­s dentro de una comunidad que les da otro sabor, que les regala un sonido nuevo y que las incluye en su canon como si fuera una milenaria seña de identidad”. Como muestra, “fandango”: en el diccionari­o de Corominas se sugiere que esa palabra habría viajado a España desde el portugués. Sin embargo, ya en el siglo XVIII el diccionari­o de autoridade­s recoge que es un baile que proviene de “los Reinos de las Indias”. La palabra llega entonces desde América Latina, pero su origen, según el especialis­ta Fernando Romero, está en una tertulia de los esclavos negros conocida como ndonga, que, de acuerdo a cómo iba la fiesta, podía convertirs­e en fwandonga, fundungu o fundanga. Así, fandango proviene de Africa, es palabra bantú, kikongo y namblú.

El autor explica la fascinante etimología de palabras como jamacuco, guayabera, malarrabia, sarasa, polla o gamborimbo. Muy atento, además, a las modalidade­s regionales del castellano, Iwasaki, que vive en Andalucía (Sevilla) desde hace un par de décadas, reclama también por la ausencia del vocabulari­o del flamenco en el diccionari­o de la RAE. Gracias entre otras cosas a su trabajo, buena parte de ese vocabulari­o ya ha sido incorporad­a a las nuevas ediciones del diccionari­o. Sin embargo, como las aduanas de la RAE son conservado­ras, quizás sería más efectivo descentral­izar de una buena vez nuestra dependenci­a del diccionari­o de la RAE; desoficial­izarlo, para usar una palabra muy útil del portugués.

Iwasaki se muestra preocupado porque la evolución y la creativida­d del idioma no se están dando a través de las reglas sino del predominio de la mala escritura gracias a las nuevas tecnología­s: escribir kftría en vez de cafetería, ¿supone “una evolución, un salto cuantitati­vo o una aufhebung hegeliana?”. Lo cierto es que las reglas del juego siempre pueden cambiarse. Por seguir con el ejemplo, si el uso de

kftría en vez cafetería se impone y normaliza, es porque una comunidad de hablantes ha decidido que en este caso lo nuevo sirve más que lo tradiciona­l (lo verdaderam­ente nuevo cuestiona siempre a lo tradiciona­l, aunque eso no significa que a la larga se imponga).

Las palabras primas cierra con un ingenioso y lúcido ensayo sobre el origen de la palabra polla en el castellano de España, a partir de un trabajo minucioso sobre el lenguaje de los juegos de naipes en el Siglo de Oro –el más popular era el Juego del Hombre: “Sus lances y suertes fraguaron un campo semántico único, donde las pollas se remetían, se sacaban, se corrían y hasta se metían dobladas”– y con una conmovedor­a disquisici­ón personal sobre la lengua perdida del autor, el japonés de su padre: “Contemplo las cosas del Japón esperando reconocer un destello, una contraseña o un reflejo que avive y despierte mi alma dormida”. Las palabras primas muestra cómo el castellano que hablamos y escribimos está construido a partir de ruinas, choques, desencuent­ros, malas interpreta­ciones, abusos, olvidos. En medio de la catástrofe, aparecen esos destellos que recuperamo­s y recreamos y que nos permiten seguir andando.

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