La Tercera

Alerta por consumo de marihuana en la construcci­ón

La industria con mayor consumo de drogas ilícitas es la construcci­ón, con 18,18%. El 16,2% de la población laboralmen­te activa consumió alguna vez en el último año.

- Paulina Sepúlveda Garrido

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Según un estudio de 2016 de la empresa Global Partners sobre drogas en el trabajo, la industria con el mayor consumo en Chile es la construcci­ón (18,18%).

La droga ilícita más frecuente, dice el informe, es la marihuana, con 9,24%, seguida por la cocaína, 3,37%.

En población general, su consumo también va en alza. En 2010, el 4,6% reconoció usarla en el último año, y en 2016 la cifra subió a 14,5%, dice el XII Estudio Nacional de Drogas en Población General del Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilita­ción del Consumo de Drogas y Alcohol (Senda).

Y el 16,2% de la población laboralmen­te activa, según este mismo reporte, la consumió alguna vez en los últimos 12 meses.

Hoy su olor es fácilmente apreciable en inmediacio­nes de construcci­ones, a distintas horas. Y aunque no hay estudios específico­s, sí se sabe que ese espacio favorece el uso de drogas por el estrés y seguridad en la obra, por la alta rotación e inestabili­dad laboral, y por considerar mano de obra no calificada, dice Selva Careaga, jefa del Área de Prevención del Senda.

Vulnerabil­idad

Hoy es una realidad. Y muchos tienen miedo de transparen­tar su conducta en el trabajo, dice Eduardo Vergara, ex jefe de la División de Seguridad Pública del Ministerio del Interior. “Alguien que consume en la calle lamentable­mente no tiene dónde hacerlo en privado. Pero ver a un cons- tructor consumiend­o en la calle, no implica que un alto ejecutivo no consuma cocaína en su baño”.

¿Afecta su rendimient­o? Sí, indica Manuel González, director nacional de Esach (empresa de servicios externos ACHS). En la construcci­ón quienes usan drogas ilícitas tienen mayor tasa de accidentab­ilidad. “Son puestos que requieren mayor atención, donde se requieren habilidade­s psicomotri­ces que se ven afectadas por la marihuana”.

Pero no hay datos que revelen cuántos accidentes se producen por ello, explica González. “Separar accidentes con consumo versus sin consumo no existe”.

Es una situación compleja, porque el 50% de quienes la usan a diario tiene dependenci­a, dice Carlos Ibáñez, jefe de la Unidad de Adicciones de la Clínica Psiquiátri­ca de la U. de Chile.

Condición que se agrava con el alza en los niveles de tetrahidro­cannabinol (THC), su principal compuesto psicoactiv­o. “Hoy, el promedio de THC es de alrededor de 14% y en los 70 era menos del 5%. Sobre todo la que se cultiva en las casas, con esas semillas que venden, tiene más THC”.

Trabajar bajo su influencia es un peligro, explica Ibáñez, porque hay receptores cannabinoi­des en el cerebelo, zona del cerebro que controla el movimiento, equilibrio y coordinaci­ón. “Es peligroso usar maquinaria pesada o que requiera control motor preciso, porque el cerebro está interferid­o”.

Rol del empleador

El uso de droga se da en la edad más productiva de las personas, entre 30 y 45 años, dice González. Datos Senda hablan que quienes más la usan son adultos de 19 a 34 años (33,3%).

Para actuar, las empresas no pueden esperar leyes que controlen su uso en el trabajo, dice Vergara. “Si les preocupa un consumo problemáti­co que pueda afectar la salud de trabajador­es o de terceros, deben preocupars­e del por qué consumen”.

Para Ana María Gazmuri, directora ejecutiva de Fundación Daya, es necesario revisar por qué buscan sustancias que los ayudan a sostener la jornada laboral. “Se debe revisar su jornada laboral, cuáles son sus condicione­s de bienestar, qué lugares tienen para almorzar, todos sabemos de la precarizac­ión de ese trabajo”.

Existe, a su vez, una creciente percepción pública de que tiene pocos riesgos, dice Careaga, lo que favorece su uso en ámbitos como el laboral. “Se debe aumentar la percepción de riesgo, su consumo no es inocuo, existe mucha evidencia científica”.

Según los estudios de Senda, quienes consideran riesgoso ser un consumidor frecuente en una década bajaron de 88,3% a 62,8%.

Para Ibáñez, eso se debe a la campaña comunicaci­onal pro cannabis, que dice que la marihuana es positiva y que no daña la salud. “Toda esa cobertura ha sido influyente en la percepción de las personas que hace que se normalice su consumo”.

Más que una campaña pro cannabis, existe una en “pro de los derechos de los ciudadanos”, rebate Gazmuri. “Nos preocupa que los usuarios de cannabis sean criminaliz­ados y tratados como delincuent­es”, resalta. ●

“Se debe aumentar la percepción de riesgo, su consumo no es inocuo”.

SELVA CAREAGA SENDA

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► Unos trabajador­es de la construcci­ón.
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INFOGRAFÍA: Francisco Solorio • LT
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