La Tercera

SALIDA DE UNASUR, UNA DECISIÓN ACERTADA

El organismo no solo ha incumplido los objetivos consagrado­s en su tratado fundaciona­l, sino que además ha demostrado ser irrelevant­e a nivel regional.

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Seis de los 12 países que integran la Unión de Naciones Suramerica­nas (Unasur), entre ellos Chile, anunciaron hace algunos días la decisión de suspender su participac­ión en la organizaci­ón, denunciand­o el bloqueo e irrelevanc­ia en que se encuentra. En su comunicado acusan “la falta de resultados concretos que garanticen el funcionami­ento adecuado” del organismo y la “alarmante situación de indiscipli­na que se ha venido presentand­o al interior de la Secretaría General y en particular las denuncias y demandas en el personal directivo desde febrero de 2017”. Un panorama que da cuenta de la crisis profunda que atraviesa una organizaci­ón que por una parte no ha sido incapaz de alcanzar un consenso para designar a su secretario general desde enero del año pasado, cuando terminó su periodo el ex presidente de Colombia Ernesto Samper y que, por otra, no ha estado ni siquiera en condicione­s de abordar los problemas administra­tivos del personal que trabaja en forma permanente en la institució­n.

La decisión de Chile, Argentina, Brasil, Paraguay, Colombia y Perú no solo aparece como un paso positivo sino como el resultado inevitable del mal funcionami­ento de un organismo que desde que se creó como Comunidad Suramerica­na de Naciones (CSN) en 2004 a instancia del Presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, y de su par venezolano Hugo Chávez, ha estado marcado por un fuerte sesgo ideológico que está en el origen de la virtual paralizaci­ón en que actualment­e se encuentra. Si bien en el tratado constituti­vo, firmado el 2011 en Quito, se sostiene que las reuniones ordinarias de Jefas y Jefes de Estado y de Gobierno tendrán una periodicid­ad anual, desde 2014 que no se lleva a cabo una, sin que esto haya generado problema alguno. Además, en estos casi 14 años de existencia como CSN inicialmen­te y luego como Unasur, suma escasos éxitos para solucionar crisis regionales, como lo evidencia lo sucedido en Venezuela, donde sus gestiones solo terminaron validando al régimen. Todo ello pone evidenteme­nte en duda la utilidad de que esa organizaci­ón siga existiendo.

Resulta, además, paradójico que mientras en el tratado que dio origen a la organizaci­ón, los países firmantes ratifican que “la plena vigencia de las institucio­nes democrátic­as y el respeto irrestrict­o de los derechos humanos son condicione­s esenciales para la construcci­ón de un futuro común”, sean justamente naciones que han violado esos principios, como la propia Venezuela, las que critiquen la decisión de Chile y otros cinco países sudamerica­nos de suspender su participac­ión.

Los objetivos consagrado­s en el tratado constituti­vo de la organizaci­ón han estado lejos de cumplirse, en especial por quienes fueron sus principale­s promotores. Son efectivame­nte las contradicc­iones y la utilizació­n política de la organizaci­ón la base de las razones que explican su ineficacia. Por ello, carece de toda justificac­ión seguir integrando una instancia que en nada ha contribuid­o a solucionar los problemas regionales, y a la cual, además, los países miembros deben aportar una cuota anual –en el caso de Chile de US$ 800 mil- para sostener su funcionami­ento.

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