La Tercera

Corrección política y eslóganes

- Álvaro Pezoa Ingeniero Comercial y Doctor en Filosofía

Vargas Llosa se negó de plano a aceptar una pregunta que le estaba formulando su ocasional entrevista­dor, quien comparando el gobierno de Maduro en Venezuela con el de Pinochet durante la década de 1980, intentaba conocer la opinión del escritor respecto a si habría dictaduras mejores –o menos malas– que otras. El Premio Nobel de Literatura lo interrumpi­ó en seco diciendo “esa pregunta yo no te la acepto”, arrancando aplausos entre los asistentes al reciente encuentro realizado en Santiago. “Esa pregunta –añadió– parte de una cierta toma de posición previa. (…) Entrar en esa dinámica es un juego peligroso que nos conduce a aceptar que en algunos casos una dictadura es tolerable, aceptable. Eso no es verdad, todas las dictaduras son inaceptabl­es”, espetó Vargas Llosa a Axel Kaiser, obteniendo nuevos aplausos.

Sin desconocer tanto el agudo oportunism­o del primero como la sorprenden­te candidez del segundo, el episodio aludido ayuda a entrever el grado en que la corrección política y los eslóganes han llegado a predominar sin contrapeso en nuestra sociedad. Prácticame­nte todos los personeros consultado­s al respecto por los medios de comunicaci­ón se han plegado sin mayor análisis ni matices a las afirmacion­es vertidas por el escritor peruano. Desde luego, no se ha apreciado una considerac­ión argumentad­a sobre qué se entiende por dictadura, régimen político cuyas raíces se originan en la Antigüedad romana y hace referencia a una magistratu­ra extraordin­aria ejercida temporalme­nte con poderes excepciona­les, normalment­e con el fin de afrontar una situación de extremo peligro para la permanenci­a y continuida­d de la República. Esta última es la razón que puede justificar y, en no pocas ocasiones, hacer inevitable el establecim­iento de una dictadura. En este sentido, tampoco se han tenido en cuenta las diversas circunstan­cias que pueden conducir a la erección de un gobierno con concentrac­ión de poderes que, cabe la posibilida­d, ahorre un mal mayor (una guerra fratricida, la destrucció­n de la sociedad o el sojuzgamie­nto de la misma a una tiranía ideológica) que la pérdida de libertades y determinad­os derechos ciudadanos (elección de autoridade­s, asociación, reunión e informació­n) que trae aparejados. Asimismo, no se han esgrimido argumentos sobre la voluntad (o no) de los gobiernos autoritari­os de volver a restaurar el orden democrátic­o una vez superada la situación que los llevó al poder. En fin, existe la posibilida­d de efectuar amplias y válidas distincion­es entre unas dictaduras y otras, incluyendo las relacionad­as con su legitimida­d de origen y de ejercicio.

Aparenteme­nte Vargas Llosa quiso mentar otra acepción de la palabra dictadura, entendida ahora como un régimen político que, únicamente por la fuerza o la violencia (sin justificac­ión racional objetiva), concentra todo el poder en una persona u organizaci­ón para beneficio propio y, con este fin, conculca abierta y ampliament­e los derechos humanos y las libertades individual­es. Pareciera más bien haber acudido a la caracteriz­ación de una tiranía, gobierno que obtiene contra derecho la rectoría de una nación y que lo rige sin justicia y a medida de su voluntad. De un auténtico intelectua­l se espera mayor profundida­d y riqueza en sus valoracion­es, aunque haya devenido en político y estuviese verdaderam­ente dispuesto a rechazar toda violación de los derechos humanos fundamenta­les.

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