La Tercera

“No se puede hablar del buen momento de la arquitectu­ra chilena si no existen buenas herencias”

Arquitecto chileno:

- Smiljan Radic Pedro Bahamondes Ch.

El 23 de mayo recibirá en Nueva York el premio Arnold W. Brunner que acaba de otorgarle la Academia de Artes y Letras de EEUU, por su “contribuci­ón significat­iva a la arquitectu­ra como arte”.

Lo extravagan­te suele desplazar lo primitivo, pero no para Smiljan Radic. Más bien es al revés: tanto en las obras que expuso en la Bienal de Venecia de 2010 o la Serpentine Gallery de Londres en 2014 y, más próximos aún, en sus diseños del restaurant­e Mestizo, la remodelaci­ón del Museo Chileno de Arte Precolombi­no, el centro cultural Nave o el luminoso y recién inaugurado Teatro del Biobío, en Concepción, la fusión de materiales rústicos como la piedra, madera y cobre, con la fragilidad de una geometría atípica y que rompe con el espacio, lo han convertido, a sus 52 años, en uno de los arquitecto­s chilenos de mayor renombre en el mundo.

Por eso, cuando el miércoles pasado la Academia de Artes y Letras de EEUU anunció a los ganadores de los premios que entrega anualmente desde 1955 -y que recaen en escritores, compositor­es, artistas y arquitecto­sel nombre de ascendenci­a croata de Radic, formado en la UC y el Instituto de Arquitectu­ra de Venecia, apareció con energía propia. “El crea fuertes espacios atmosféric­os que resuenan profundame­nte y trasciende­n lo visual”, escribió en el acta oficial la arquitecta alemana y presidenta del jurado Annabelle Selldorf, quien junto a otros 32 miembros de la institució­n decidieron otorgarle el Premio Arnold W. Brunner 2018 por su “contribuci­ón significat­iva a la arquitectu­ra como arte”.

Pero desde el piso 20 de la Torre Santa María, donde el arquitecto levantó su oficina en los 90 y donde hoy trabaja junto a un selecto equipo de cinco personas, incluido él, Radic se oye cauto: “Me enteré hace unos dos meses del premio. Siempre es así: primero te llaman para saber si lo aceptas y una vez que lo haces se anuncia”, cuenta. “Son 200 y tantos miembros los de la Academia, y ellos presentan y postulan a los candidatos, no son concursos abiertos. En mi caso no sé quién lo habrá hecho, pero le mando a decir que me siento muy honrado de que se reconozca mi trabajo”, agrega.

Dotado de 20 mil dólares ($ 12 millones), el premio lleva el nombre del estadounid­ense que diseñó la imponente Congregaci­ón Shearith Israel frente al Central Park, y recayó antes en su coterráneo Richard Meier (1972) y el japonés Toyoo Itō, entre otros. Radic, en tanto, único extranjero galardonad­o en esta pasada, se convirtió en el primer chileno en obtenerlo además, y el próximo miércoles 23 de mayo, dice, viajará a Nueva York para la premiación.

Ud. suele decir que lo suyo es la arquitectu­ra y no el arte, pero el premio resalta su contribuci­ón como

arquitecto a esta última...

Es por llamarlo de alguna manera, pero yo diría que no es esa la traducción literal o, al menos, la que más me gusta. Yo soy arquitecto, no artista, pero hoy los límites entre una y otra parecen cada vez más difusos. Me parece que el premio distingue más bien la arquitectu­ra vista desde el punto de vista de la creación y no en su lado más duro. Siguiendo esa línea, que lo reconozcan a uno quiere decir que mi trabajo no está enclaustra­do en sí mismo y que juega a desplazar aún más esos límites.

¿En qué proyectos trabaja hoy?

En Chile, en ni uno por ahora. Estamos renovando un edificio en Londres, inaugurare­mos una capilla en Venecia y estamos también con un pequeño hotel en España y una casa en Lima. Pero son cosas para ocupar a las cinco personas que somos en la oficina, nada más que eso.

Su obra más reciente en Chile es el Teatro del Biobío, ¿es la más pública que ha hecho en nuestro país?

Más pública en términos de uso e imaginario, sí. Ahora, si uno ve la extensión del Museo Precolombi­no, también es una obra pública importante, aunque de menor tamaño. Nave también, pero siempre son obras públicas asociadas a privados. Este teatro, sin embargo (una estructura de seis pisos y 9.786 metros cuadrados, con capacidad para 1.200 espectador­es) , posee el gran valor y desafío de ser una obra pública con gestión y administra­ción que van a ser públicas también. Y el proyecto, que tardó cinco años, tenía otro componente aún más especial, porque a ese lugar se le había tratado de conquistar en varias oportunida­des, a través de esculturas y memoriales. Y que aparezca este teatro en el borde del río, que debe ser de los más grandes y fastuosos que hay en Chile, es un intento por recuperar esa zona de la ciudad. Así y todo, es difícil que un solo edificio pueda lograrlo; puede llamar la atención y poner el acento sobre todo por las actividade­s que pueden desarrolla­rse ahí, pero es muy difícil que por sí mismo logre detonar algo más importante.

Cuando Alejandro Aravena (ex compañero suyo en la UC) ganó el Pritzker en 2016, se habló del “buen momento” de la arquitectu­ra chilena. ¿Cómo lo ve Ud.?

Yo creo que no se puede hablar del buen momento de la arquitectu­ra chilena si no existen las buenas herencias ni un futuro. Y eso es lo que las institucio­nes deberían atender hoy; de que si hay 10, 20 o 30 personas haciendo cosas buenas, se debe repensar cómo ese legado puede profundiza­rse. Los premios siempre serán excepcione­s, pero las excepcione­s por lo general no ayudan mucho. Y yo soy más de la idea de que es mejor tener un buen promedio que solo buenas excepcione­s. ●

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► Una de sus obras más recientes: el nuevo Teatro del Biobío, ubicado en la ribera del mismo río, en Concepción.
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► El pabellón que diseñó para la Serpentine Gallery de Londres en 2014.

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