Larry, Moe y Curly
LOS TROPIEZOS DEL GOBIERNO SE HICIERON MÁS GRAVES Y RECURRENTES, AL PUNTO QUE PERDIÓ EL CONTROL DE LA AGENDA, OSCURECIENDO SUS PRIMEROS LOGROS.
Las cosas marchaban bien y muchos se congratulaban por el impecable proceso de instalación en el gobierno. Piñera prudente y moderado, hablando lo justo y necesario, con una pauta donde cada palabra se había largamente sopesado. Y los pocos chascarros presidenciales eran fruto de esas improvisaciones con que había burlado el férreo control y disciplina que imponían sus asesores. Incluso cuando se sucedieron los primeros tropiezos, todo parecía algo ocasional y fuera de libreto. Sin embargo, y con el paso de las semanas, éstos se hicieron más graves y recurrentes; al punto que el gobierno perdió por completo el control de la agenda, oscureciendo sus propósitos y primeros logros; para terminar dando explicaciones que después debía cambiar, al tenor de cómo se sucedían los acontecimientos.
Vamos a los tres casos más comentados.
El ministro de Salud ha pagado muy caro por el protocolo que pretendía regular la objeción de conciencia institucional para los casos de aborto en las tres causales aprobadas. Recibió la molestia de Piñera por una modificación que no fue del todo consultada; enfrentó una interpelación cuyo desempeño personal y político dejó mucho que desear; y hace pocos días el Contralor ha determinado que tal instrumento es ilegal. Y lo peor de todo, es que su debilidad es tal, que al mismo tiempo que la clase política y los medios de comunicación se interrogan por cuánto le queda como ministro, algunos de sus colegas se andan ofreciendo para sucederlo.
El Presidente de la República intenta nombrar a su hermano en la Embajada de Argentina. Y aunque me imagino había evaluado los posibles escenarios con motivo de su decisión, opta por retroceder, pagando todos los costos y renunciando a los posibles beneficios que motivaban dicho nombramiento. En todo caso, ya es un clásico en Piñera: los resultados de las encuestas siempre están por sobre las convicciones y, peor en este caso, sus errores y vacilaciones no sólo hicieron caer a otros en el camino, sino que instaló al nepotismo como un rasgo y mal de su gobierno.
Y nuestro buen Felipe Larraín termina haciendo una tormenta de lo que no daba ni para vaso de agua. Bien decía mi abuelita: más vale ponerse una vez colorado que cientos amarillo. De hecho, fueron demasiadas las versiones inconsistentes y tempranamente desmentidas, al punto que -al igual que con Clinton- lo más grave no fue la falta sino el intento posterior de encubrirla. Y tratándose del dueño de la billetera pública, que además estaba posando como campeón de la austeridad fiscal, no faltaron las cuentas que se quisieron cobrar en esta vuelta; incluso algunas de dos de sus colegas en el gabinete.