Consígame un fixer
En términos gansteriles, el fixer es quien se dedica a limpiar los estropicios que siempre quedan tras un crimen. En términos de política estadounidense contemporánea, el fixer es la figura que le permitió a Donald Trump convertirse en presidente de Estados Unidos, antes que los millones de votantes que en última instancia lo condujeron a la Casa Blanca. Me explico: sin los servicios de un par de fixers cruciales en su carrera, sin los abogados Roy Cohn y Michael Cohen, Trump no existiría políticamente hablando. El primero lo ayudó a consolidar su fortuna y le presentó a Rupert Murdoch (todos sabemos lo importante que ha sido para Trump el apoyo del canal por cable de Murdoch, Fox News), mientras que el segundo logró acallar a través de un cheque a la actriz porno Stormy Daniels, cuyo sensual testimonio habría derrumbado al entonces candidato y hoy en día presidente.
En términos de política chilena actual, la figura del fixer vendría a ser el activo que francamente le llora al gobierno. A juzgar por los vistosos estropicios que nadie se ha encargado de limpiar con el debido profesionalismo (acusaciones a los jueces, chistecitos machistas, protocolo de aborto ilegal, nepotismo, viaje a Harvard), el fixer ya no solo se hace imprescindible en La Moneda, sino que sobre su testa debiera refulgir la corona de la salvación. La amenaza no es para tomársela a la ligera: los socialistas que encabeza el senador Álvaro Elizalde, especialmente los diputados, han entendido bastante rápido lo que es ser oposición, y nadie podría culparlos por ejercer tal obligación con responsabilidad, es decir, exigiéndole al gobierno un mínimo de compostura ante situaciones que van desde lo vergonzoso hasta lo aberrante.
No es labor de un ministro del Interior la de ejercer de fixer, pues sus tareas son lo suficientemente complejas como para además andar solucionando entuertos ajenos. Y es obvio que los equipos comunicacionales de La Moneda no cuentan con las atribuciones ni la capacidad para resolver las torpezas, los errores o las tontadas graves de tal o cual ministro. A ellos, a los comunicadores, no los toquemos, que ya bastante tienen con la lectura minuciosa de la prensa diaria y la elaboración de estupendos resúmenes de noticias. Por lo demás, el oficio de fixer requiere de aptitudes demasiado específicas –intrepidez, falta de moral, infalibilidad–, aptitudes que, estoy cierto, nadie manifiesta de manera visible entre quienes son parte del gobierno, no al menos en su justo equilibrio.
El fixer no es un ideólogo, pero entiende mejor que éste lo que es la lealtad a sueldo. Y dado que en el Ejecutivo hay vocación por torcer ciertas convicciones ideológicas en pos del aplauso callejero, la figura del ideólogo sobra. ¿De qué le sirvió a Bachelet contar con la cercanía de uno o dos ideólogos si, llegado el momento, ninguno de ellos supo ponerse el uniforme de fixer? Es verdad, la expresidenta pudo haber confundido el rol entre un personaje y otro, pero lo cierto es que ni Güell ni Eyzaguirre la encaminaron hacia la única solución posible tras el escándalo Caval. Un buen fixer no habría dudado en sacrificar al hijo y a la nuera para poder así emprender un gobierno digno. El fixer resuelve, no cuestiona; limpia, no juzga. Pero, claro, jamás admite un “no” ante el método de acción que propone, simplemente porque no yerra.
Los equipos comunicacionales de La Moneda no cuentan con las atribuciones ni la capacidad para resolver las torpezas.