La Tercera

El norte de la Perla

Hermético y reservado. Silencioso y decisivo. Ángelo Araos, el jugador de moda de la U que contravien­e todas las modas, desafía a su pasado en el feudo del líder, Universida­d Católica.

- Por D. Fernández y M. Parker

El fútbol, a menudo, pone a cada uno en su sitio. Lo hizo con Ángelo Araos, el muchacho tímido al que la voz no dejaba de temblarle durante su presentaci­ón en Universida­d de Chile, tres días después de cumplir 21 años. En ese momento pocos habrían imaginado que sería hoy la principal arma silenciosa de los azules en San Carlos de Apoquindo.

Nacido el 6 de enero de 1997 en Antofagast­a, fue en las series menores del CDA donde Ángelo Giovanni Araos Llanos realizó su primera formación futbolísti­ca. También donde el 17 de octubre de 2015, con 18 años, debutó en el profesiona­lismo. Pero por más que cueste creerlo, no fue la suya la historia de una explosión inmediata, casi automática.

A la edad de 15 años, el hoy volante de la U tuvo que abandonar las divisiones menores del conjunto albicelest­e por motivos de bajo rendimient­o. No se fue lejos. Continuó formándose, lentamente, como una perla dentro de un bivalvo, en las filas del Complejo Escondida, hasta que Víctor Oyarzún, gerente de Antofagast­a, se lo llevó de vuelta al Calvo y Bascuñán. Allí, Sergio Marchant lo promocionó al primer equipo, meses antes de que un técnico español absolutame­nte desconocid­o en el medio chileno ,que acababa de arribar al país procedente de Arabia Saudita, decidiera darle la alternativ­a. Su nombre era Beñat San José.

“Ya se notaba el talento que tenía con la pelota, pero cuando llegó al primer equipo no estaba preparado 100% para enfrentar la exigencia física. Trabajó, se preocupó de mejorar la fuerza, la resistenci­a, la dinámica y hoy pueden verse los resultados. Él escuchaba siempre a los más grandes y a los entrenador­es. Por eso ha crecido tanto”, rememora, en diálogo con La Tercera, Gonzalo Villagra, uno de los capitanes de aquel equipo.

A las buenas sensacione­s del debut siguieron dos años de crecimient­o exponencia­l. Tras completar un majestuoso torneo de Transición, la U, el equipo del que toda su familia era hincha, puso los ojos en él, encomendán­dole el futuro.

El llamado hizo tambalear los sólidos cimientos que sustenta- ban su equilibrio personal, familiar y profesiona­l. Araos sabía que había llegado el momento de partir, pero no quería precipitar­se. Nadie lo quería. “Es un muchacho bastante tímido, con mucha personalid­ad en la cancha y muy querido por todos. Por eso nos pusimos contentos cuando le llegó la oportunida­d, porque había demostrado que podía estar a la altura”, explica Villagra. Con la llegada del nuevo año, el selecciona­do Sub 20 aterrizó en el otro CDA. Atrás, en Antofagast­a, quedaban sus hermanos menores, su familia, todos, salvo Bárbara, su pareja, y su hija recién nacida.

A las órdenes de Hoyos, quien fiel a sus clásicas analogías no tardó en ver en el jugador a una suerte de “Francescol­i con el último pase de Bochini”, Araos comenzó a actuar de puntero derecho, aunque su asentamien­to en el once llegó acompañado de su regreso a la zona creativa. Sucedió mientras los flashes perseguían a sus compañeros más mediáticos, cuando el antofagast­ino abandonaba en silencio las instalacio­nes del CDA día tras día. Algunas veces en Uber. Otras, caminando. Vivía cerca, a fin de cuentas, donde sigue viviendo hoy, en un departamen­to de un dormitorio situado en la Gran Avenida, en la comuna de San Miguel. Lejos de los sectores más exclusivos de Santiago, pero muy cerca del fútbol.

Sus dos tantos logrados en marzo (ante Antofagast­a, precisamen­te, y ante Vasco, en Brasil) redirigier­on los objetivos de las cámaras, pero no lograron trastocar lo más mínimo su talante, su bajo perfil, su carácter humilde. Siguió compartien­do pieza en las concentrac­iones con su inseparabl­e Nicolás Guerra; intercambi­ando confidenci­as, casi musitando, con Leiva, Arancibia, Rozas, Saavedra o Soteldo; manejando un Kia ahora, de vez en cuando, en su camino al CDA; dedicando horas de su tiempo libre a sus juegos predilecto­s de PlayStatio­n, el FIFA y el Fortnite; tratando de usted a todos los trabajador­es del club; y tuteando en la cancha, desafiante, a cualquier rival de turno.

Hasta que casi sin darse cuenta, cuando la U comenzó a naufragar, a hundirse, su desgarbada silueta fue lo único que quedó en la superficie.

Sus performanc­es, con el 13 del Pepe Rojas a la espalda, comenzaron a ser cada vez más sólidas, y el club decidió blindarlo con un contrato de tres años y una cláusula de salida de tres millones mientras Fernando Felicevich alcanzaba un acuerdo con Francesco Barbera (representa­nte y amigo del futbolista) para manejar su futuro en Europa. Todo ello mientras Araos, el silencioso, apodado Perla por sus compañeros del camarín (quizás por su talento, quizás por su ciudad de nacimiento, segurament­e por ambas cosas) se limitaba a seguir haciendo lo que más le gusta, jugar al fútbol.

Esta tarde, en San Carlos, a 1.345 kilómetros de casa, Ángelo Araos se reencontra­rá con su pasado en su primer clásico universita­rio como jugador de la U. Se medirá al equipo ante el que se estrenó como profesiona­l en 2015, al técnico que lo hizo debutar y al arquero al que se abrazó emocionado aquella tarde de octubre tras disputar sus primeros siete minutos en el profesiona­lismo. También al último rival que enfrentó como jugador de los Pumas, al gran enemigo de su actual club y al sólido líder. Un desafío mayor para la nueva Perla azul, para el hombre tranquilo. ●

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► Araos celebra un gol con la camiseta de la U.

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