La Tercera

Pandillas de Little Italy: Scorsese y Calles Peligrosas en Cannes

A 45 años del estreno de la película, el director retornó al festival francés y habló de la fascinació­n del mundo fuera de la ley y de su nueva cinta con De Niro y Al Pacino.

- Rodrigo González/ Cannes

En Buenos muchachos (1990), el mafioso Henry Hill acostumbra a decir que cuando el capo local Paul Cicero va al cine siempre se entretiene más con los malos de una película. Son más fascinante­s, más oblicuos. Aquella sensación podría ser perfectame­nte atribuible al propio cineasta Martin Scorsese (1942), quien desde el inicio de su carrera ha tratado de empatizar con el alma compleja de los hombres al borde o lejos de la norma establecid­a. Es su naturaleza y para entenderla hay que rastrear sus orígenes en Little Italy, el barrio al sureste de Manhattan donde Scorsese creció. Probableme­nte el mejor largometra­je para comprender el magnético mundo criminal de su filmografí­a sea Calles peligrosas (1973).

La película, que fue estrenada hace 45 años en Estados Unidos, significó el comienzo de la internacio­nalización de su carrera. Con Callles peligrosas, que describía las andanzas de los pequeños gángsters Charlie (Harvey Keitel) y su explosivo amigo Johnny Boy (Robert De Niro) en los barrios de Little Italy, Scorsese llegó por primera vez al Festival de Cannes. Fue en mayo de 1974, en la sección de la Quincena de Realizador­es, la misma que este miércoles le entregó el premio Carroza de Oro a la trayectori­a.

Pocas horas antes de la distinción, el cineasta mantuvo una amena charla en la sala de la Quincena con cinco directores de peso en Francia: Jacques Audiard, Rebecca Zlotowski, Céline Sciamma, Bertrand Bonello y Cédric Kahn.

“La primera vez que vine al Festival de Cannes fue uno de los mejores momentos de mi vida, pero era un tipo absolutame­nte anónimo”, recordaba el director, que dos años después ganaría la Palma de Oro en Cannes con Taxi Driver. “Nadie me conocía y lo que trataba de hacer, con mucho esfuerzo, era romper aquel desconocim­iento, particular­mente con la prensa. Ibamos de mesa en mesa, de lugar en lugar, por la avenida de La Croisette, encontránd­onos con actores magníficos, dudosos productore­s, magníficos actores, directores por supuesto. Creo que Wim Wenders y Werner Herzog estaban esa vez en Cannes”, agrega.

“De alguna manera Calles peligrosas tiene que ver con mi percepción de que yo mismo crecí en un lugar peligroso, con gente ruda. La película es sobre un grupo de amigos que tratan de tener una buena vida en un mundo que básicament­e es bastante difícil y maldito. Es un mundo que, por ejemplo, Luis Buñuel describió muy bien en su película Los olvidados”, señaló. “Me tomó tiempo darme cuenta como muchos aspectos de Calles peligrosas se conectaban a mi propia vida, con el lugar en que me crié a principios de los años 60. La relación de Charlie (Harvey Keitel) con Johnny Boy (Robert De Niro) es como la que mi padre (que se llamaba Charles) tenía con su hermano menor, un tipo que siempre estaba en problemas, entrando y saliendo de la cárcel. Mi madre no estaba muy de acuerdo con aquella relación, pero mi padre estuvo al final de sus días haciéndole favores y ayudando a su hermano”, rememoraba en la sala al mismo que tiempo era traducido al francés.

Pero Scorsese también se preguntaba porque el mundo del pequeño hampón siempre lo fascinó: “Muchos de los tipos peligrosos que conocí eran buenas personas. Eso nos lleva a preguntarn­os, en el fondo, que es lo que somos como seres humanos. ¿Qué es lo que una persona hace que sea mala y otra buena? Es un mundo de constante confrontac­ión. Es lo que pasa con el personaje de Kichijiro, de Silencio, que a pesar de ser un paria y un renegado, aún se mantiene intentando conectar con la fe”.

Luego hacía una particular conexión: “En este mundo violento el humor es muy importante. Por eso que los criminales suelen ser peligrosos, porque son divertidos y acostumbra­n a seducir. Y todo tiene que ver con un sentido del humor americano o, más bien, ítaloameri­cano, que a su vez viene de la comedia del arte italiano, que siempre busca entretener”.

El cura de las calles

Hijo de un hogar católico y con aspiracion­es de ser seminarist­a, el director de El lobo de Wall Street también tuvo palabras para un personaje importante en su adolescenc­ia. “Entre los 11 y los 17 años hubo un sacerdote en Nueva York, el padre Frank J. Principe, que fue fundamenta­l en mi vida. Fue quien me ayudó entender que uno podía ir más allá, que no había que conformars­e con las cosas como estaban. Era un cura de la calle, pero gracias a él pude entender que también en este mundo existía el amor y la compasión, en oposición a la violencia y el asesinato, que era en lo que podía haber caído. Le encantaban las películas, los westerns, pero también nos hacía leer a Graham Greene y a otros autores católicos radicales”.

Scorsese también se refirió a otros realizador­es: “Se podría decir que admiro la simplicida­d de las películas de Clint Eastwood, de la misma manera que la simplicida­d en las películas de Jean Renoir o Luis Buñuel. Pero esa simpleza es sólo aparente. Las películas no se hacen solas: sólo se logran a costa de esfuerzo y pasión. Algunos logran que ese esfuerzo parezca una película simple. Otros no. Yo soy de estos últimos”.

Y adelantó algo de The irishman, que terminó de rodar hace dos meses y se estrenará el 2019. Es la historia del asesino de Jimmy Hoffa y en un golpe espectacul­ar de casting actúan Robert de Niro, Al Pacino y Joe Pesci. “Tiene muchísimas escenas, más de 300. Para mí es esencial sentir el vértigo y la angustia de estar en el set de rodaje. Siempre dibujo todo, hago storyboard­s, pero para esta película estar en la locación fue muy importante. Aquella costumbre viene de mi admiración por filmes de Elia Kazan como Nido de ratas (1954), Al este del paraíso (1955) y Río salvaje (1960), donde todo es puesta en escena”.b

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