GOBIERNO Y CONTROL DE LA AGENDA POLÍTICA
Al tomar banderas ajenas a su ideario, ha terminado siendo inevitable que se desdibuje el propio ideario del gobierno y prevalezca más la oposición.
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Esta semana el gobierno intentó dejar atrás varios días de desorientación política. Luego de un primer mes que reflejaba una instalación en orden y con prioridades claras, varios errores no forzados comenzaron a tomarse la agenda y permitieron a la oposición amagos de coordinación, los primeros pasos de articulación y una dura arremetida contra el gobierno. A ello se suma una oferta legislativa que ha sido más bien escasa en iniciativas del Ejecutivo, lo que ha provocado que desde el punto de vista del debate público sea la agenda de la oposición -y algunos escándalos menores- la que aparezca tomando el protagonismo, dando la impresión de que la propia iniciativa del gobierno se ha desdibujado.
El Ejecutivo intentó contrarrestar los embates, jugando en el terreno que más le valora la ciudadanía. El lunes presentó su agenda pro inversión, con algunas viejas demandas del sector privado, mientras que el jueves presentó una nueva mesa de trabajo con varias figuras ligadas a la antigua Concertaciónpara consensuar medidas en aras del desarrollo integral. Ha sido sin duda valioso volver a poner sobre la mesa esfuerzos por reposicionar el crecimiento luego de cuatro años -o más- de abandono, pero en esta agenda pro inversión se extrañan medidas más audaces para efectos de introducir un shock de productividad. Las propuestas para destrabar grandes proyectos -donde parece estar el énfasis del plan dado a conocer por el gobierno- son indispensables, pero si ello no va acompañado de medidas de fondo para revertir políticas que resienten la iniciativa privada, no solo conllevan un efecto acotado en la inversión, sino que tampoco ayudan a que el gobierno recupere el control de la agenda.
El Presidente de la República ha tendido a marginarse del debate cotidiano, para dar mayor protagonismo a los ministros sectoriales. Da la impresión de que varios de ellos, sin embargo, han optado por la estrategia de navegar en aguas más tranquilas, enarbolando algunas de las banderas de la propia oposición, oscureciendo los principios que deben inspirar a la actual administración y por los cuales la ciudadanía les entregó un claro mandato en las urnas. Así, por ejemplo, el ministro de Educación apenas asumido declaró que la gratuidad llegó para quedarse; por su parte, el ministro del Trabajo -en declaraciones recientes- concluyó que bajo su mandato se pueden buscar perfeccionamientos marginales a la reforma laboral, descartando revisar aspectos esenciales como la prohibición total del reemplazo en huelga, porque ésta “llegó para quedarse”. La cuestionable actuación de la ministra de Cultura, que removió al director del Museo Histórico haciéndose eco de la protesta de ciertos grupos de presión, también llama a la confusión.
En la medida que no exista una agenda clara del propio gobierno, sobre la base de principios que reflejen bien el ideario que representa, parece inevitable que se abone el terreno para que los errores pasados y futuros se amplifiquen, cediendo la agenda -y la iniciativa- política a la fiscalización arbitraria, que sobredimensiona los errores oficialistas, a la vez que soslaya la escasa convergencia de la oposición manifestada no solo en los proyectos, sino más importante aún, en la difícil convivencia interna.