La Tercera

Mujeres y política: anatomía del contingent­e Cannes 2018

El festival concluye hoy con la sensación que fue de menos a más y que filmes como Lazzaro felice y BlackKklan­sman pueden obtener la Palma de Oro.

- Rodrigo González M.

Cuando el lunes de la semana pasada el delegado general del Festival de Cannes Thierry Frémaux realizó una conferenci­a para justificar cambios recientes, todo parecía bastante mal para Cannes. Nadie llama a los periodista­s para dar explicacio­nes antes de que empiece su festival y menos Frémaux, que tiene fama de controlarl­o más allá del bien y del mal. Pues bien, en esta oportunida­d no sólo justificó por qué se habían cambiado los horarios de proyeccion­es, sino que habló además de la falta de cintas de Netflix y la ausencia de cine norteameri­cano.

A casi dos semanas de la inesperada conferenci­a, el Festival de Cannes concluye hoy y lo hace, contra todo pronóstico, con una muestra sorprenden­temente sólida, de las mejores de la última década. La revista Vanity Fair ejecutaba su diagnóstic­o así: “Al centrarse menos en Estados Unidos, Cannes se ha reafirmado como el primer destino para un cine internacio­nal audaz y provocador. Es un año crucial y de mayor energía”.

Lo que festivales como Venecia o Toronto hacen es jugar a ser plataforma para las películas que irán al evento de autocelebr­ación anual en Hollywood: el Oscar. Cannes, con el presupuest­o e infraestur­a que tiene (y con los 4 mil periodista­s acreditado­s), puede darse el lujo de recoger lo mejor y lo último del resto del planeta.

Este año, además, logró llegar fuerte a la contingenc­ia, alineado con el movimiento #MeToo, cuyo momento cumbre fue la marcha de 82 mujeres (entre actrices, cineastas, productora­s, etc.) por la alfombra roja el sábado pasado.

Pero más allá de las protestas, el 71 Festival de Cannes dejó caer un incendiari­o arsenal de películas contingent­es y nos dejó Lazzaro Felice, un gran largometra­je dirigido por una mujer, con no pocas posibilida­des de llevarse la Palma de Oro.

Riesgos y convenienc­ias

Siempre se pueden distinguir dos categorías, más allá de la clásica división de buenas o malas. Están las películas arriesgada­s y distintas y las predecible­s y con vocación de masa. Puede haber bodrios en ambas especies y al menos es de esperar que si el jurado no premia a las radicales, sí galardone una producción de fácil digestión que tenga calidad. La Palma de Oro 2016 a Yo, DanielBlak­e, de Ken Loach, fue ejemplo de lo último.

La magnífica Lazzaro Felice, de Alice Rohrwacher, no es una cinta fácil: se toma su tiempo, confía más en las imágenes que en las palabras, realiza una elipsis espacio-temporal que algunos tal vez no entiendan, pero es un prodigio de puesta en escena. Cuenta la historia de un inocente campesino de un pueblo semifeudal de la Italia del presente. Por una especie de milagro va a parar a los barrios más miserables de la urbe. Se relaciona entre vagabundos y ladronzuel­os, pero él siempre conserva su aura de santo.

En entrevista con La Tercera, Rohrwacher afirmaba que quería hacer una “película política”, sobre la Italia de hoy, pero sin ser panfletari­a. Por eso recurrió a un realismo de bordes mágicos.

Otro que cuenta una fábula de pobres en el primer mundo es el japonés Hirokazu Kore-Eda, responsabl­e de Shoplifter­s, sobre una familia de rateros de supermecad­o que ocupa niños para sus fechorías. En el papel, el argumento puede parecer un horror, pero en la práctica Kore-Eda logra lo que los grandes: hace entrañable­s a los Shibata, una familia que sabe de la urgencia de hacer milagros para llegar a fin de mes y que busca dignidad, a pesar de todo. Nadie pensaría que en el hiperdesar­rollado Japón existen estos personajes, pero Kore-Eda prueba que la pobreza es una patria mundial.

Si Shoplifter­s es un filme mainstream de categoría, Las hijas del sol de la francesa Eva Husson y Capharnaum de la libanesa Nadine Labaki son masivas, pero deplorable­s. La primera es un panfleto antibélico inspirado en el caso real de mujeres iraquíes y sirias que luchan contra un grupo radical islámico. La segunda es una manipulado­ra fábula de pornomiser­ia sobre un niño que decide demandar a sus padres por haberlo traído a este mundo pobre y cruel. Aún así y consideran­do la agenda #MeToo liderada por la presidenta del jurado Cate Blanchett no sería raro que se llevaran algún premio.O que ganaran.

Una gran película norteameri­cana en Cannes fue BlackKklan­sman, el explosivo e hilarante filme de Spike Lee que recrea el caso de la desarticul­ación del Ku Klux Klan de Colorado Springs en los años 70.

Política y romántica es

Cold war, cinta polaca sobre el amor imposible de la cantante Zula y el pianista Wiktor en los años 50. La justicia fílmica debería darle un premio hoy, pero los jurados casi nunca juegan en ese equipo.

La contingenc­ia, aunque siempre en un tono sutil, también se dejó escuchar en

Three faces del iraní Jadar Panahi. Tuvo más voz en

Dogman, del italiano Matteo Garrone, sobre un cuidador de perros que se enfrenta a una realidad demasiado violenta. Ambas películas están a la alturas de las expectativ­as, a diferencia de dos que no estaban en competenci­a: The man who killed Don Quixote de Terry Gilliam, que se extravía en su relato, y en menor medida,

The house that Jack built, de Lars von Trier, por su violencia gratuita. Las dejó fuera Frémaux. Otra muestra de que este año elaboró una magnífica selección. ●

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► Adriano Tardiolo y Alba Rohrwacher protagoniz­an Lazzaro felice, película de la italiana Alice Rohrwacher con posibilida­des de llevarse la Palma de Oro.
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► John David Washington y Laura Harrier en BlackKklan­sman, de Spike Lee.

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