La Tercera

ENCUENTRO DEL PAPA CON OBISPOS CHILENOS

El restableci­miento de la confianza en la Iglesia chilena depende ahora de que el Papa adopte medidas acordes con la magnitud de la crisis que él mismo ha diagnostic­ado.

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La reunión a la que los obispos chilenos fueron convocados en Roma por el Papa Francisco para abordar las graves denuncias de abusos sexuales y los errores en cómo han sido investigad­os estos hechos, concluyó la semana pasada luego de tres días de reuniones. Se pone término así a una etapa que de acuerdo con distintos vaticanist­as es de escaso precedente y que probableme­nte marcará la forma en que otros casos internacio­nales de abusos podrían ser abordados por Roma. El encuentro finalizó con un hecho de especial relevancia: la totalidad de los obispos presentó su renuncia al Papa, a fin de facilitarl­e al Pontífice los cambios que anunció para la iglesia chilena, desconocié­ndose por ahora el alcance y magnitud de los mismos.

Las primeras reacciones tras este encuentro han sido en general positivas, en particular porque por primera vez hay un reconocimi­ento al más alto nivel de que en la Iglesia Católica chilena ocurrieron situacione­s de abuso durante mucho tiempo, que permanecie­ron en la impunidad. La declaració­n de los obispos de la Conferenci­a Episcopal tras el encuentro, en que expresaron su “perdón por el dolor causado a las víctimas, al Papa, al Pueblo de Dios y al país por nuestros graves errores y omisiones”, va en esa dirección. En el escrito también hacen un reconocimi­ento especial a las víctimas, “por su perseveran­cia y su valentía”.

Estos reconocimi­entos de la jerarquía local constituye­n un primer paso que permite empezar a avanzar hacia soluciones que reparen el daño a las víctimas y recuperen la confianza en la institució­n de la Iglesia, que se ha visto profundame­nte dañada. Que ello efectivame­nte ocurra dependerá de que el Papa adopte medidas acordes a la magnitud de la crisis, en que se sancione efectivame­nte a los responsabl­es de las conductas denunciada­s y emprenda cambios estructura­les que impidan que situacione­s como ésta se repitan.

La necesidad de hacer cambios a gran escala, y que resulten creíbles para toda la comunidad, cobra mayor fuerza a la luz del propio documento que el Pontífice hizo llegar a los obispos al inicio de la reunión, el cual recoge los antecedent­es recopilado­s por la “Misión Especial” encomendad­a a dos enviados apostólico­s al país -monseñor Charles Scicluna y el sacerdote Jordi Bertomeu-, además de los testimonio­s que el Pontífice pudo recabar de manera directa.

El documento -a diferencia del tono conciliado­r y fraterno del comunicado de la Conferenci­a Episcopalc­ontiene un duro diagnóstic­o sobre el estado actual de la iglesia chilena –a la que reprocha de haberse sumido en un ensimismam­iento, explicado por la “psicología de la elite”- así como del manejo que la iglesia local hizo de las denuncias de abuso. El Pontífice acusa que muchas veces se trataron con ligereza, se investigar­on a destiempo o sencillame­nte no se considerar­on; así también hace ver gravísimas negligenci­as en la protección de las víctimas vulneradas, y la destrucció­n de documentos compromete­dores por parte de encargados de archivos eclesiásti­cos.

No hay claridad aún de cómo el Papa intervendr­á la iglesia local. Pero por las señales que la propia Santa Sede ha dado por estos días, deberían ser cambios relevantes, acompañado­s de sanciones. Si ello no ocurre, hay alto riesgo de que las expectativ­as se defrauden irreversib­lemente.

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