La Tercera

El destino de los grandes

- Por Marcelo Contreras Crítico de música

Steven Wilson levanta su guitarra y la muestra orgulloso al teatro Caupolicán colmado hasta la última línea la noche del miércoles. “Es una Telecaster de 1963”, explica en un tono académico con algo de joda. El músico británico -la última esperanza del prog rock- cuenta que estrellas como Syd Barrett, Bruce Springstee­n y Joe Strummer usaban ese modelo. La cháchara la dirige al público “menor de 23 años”, ese target para el cual el instrument­o símbolo del rock hoy venido a menos, es una rareza. La gente ríe cómplice, aquí todos son rockeros. Aunque la música de Steven Wilson es tan seria como el progresivo suele ser, aprovecha las pausas para conversar distendida­mente en su octavo concierto en Chile. Con la confianza de un amigo al que se ve con relativa frecuencia, pide al público que olvide las butacas. A toda costa se quiere comunicar con esta masa que en el fin del mundo celebra sus aventuras artísticas apasionada­mente.

Para ese fin el lenguaje de esta gira es más amplio. Wilson trajo al Caupolicán su último título, el alabado To the bone (2017), reseñado como un desembarco en el pop, aunque la sentencia exagera. A lo sumo es una variable del progresivo con vocación masiva, pero tiene poco y nada que ver con lo que hoy comprende el género. A pesar de las ganas de ampliar los márgenes, Wilson sigue trabajando material conceptual. Las imágenes introducto­rias eran acompañada­s de términos como “hecho”, “noticias”, “informació­n”, “amor”, “compasión” y “opresión”, entre varios, que se sucedieron cada vez con mayor rapidez hasta que la banda, un quinteto, irrumpió con la canción que da nombre al disco. El sonido, rúbrica del inglés, simplement­e perfecto, y el mismo calificati­vo para la ejecución de los músicos, virtuosos totales.

En Pariah, una de las nuevas, la sincroniza­ción con la voz femenina que acompaña el corte original, fue notable y emocionant­e, mientras el remate de las guitarras estuvo fenomenal. Para Home invasion Wilson se colgó un bajo mientras el bajista se pasó al teclado y luego al stick, haciendo gala de la multifunci­onalidad del grupo. Y aunque la prensa quiera convencern­os del coqueteo con el pop, el show tuvo un muy progresivo intermedio de 15 minutos para retomar con Arriving somewhere seguida de Permanatin­g, la pieza más bailable y ligera de To the bone, en un show planificad­o para alcanzar casi tres horas.

A los 50 años Steven Wilson luce absurdamen­te juvenil, como si tuviera la mitad de esa edad y cree con fervor que aún es tiempo de explorar otras posibilida­des. En el pasado las mayores glorias del progresivo se enfrentaro­n a esa misma disyuntiva y los más grandes cruzaron la barrera con éxito. El mismo destino le espera.

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