La Tercera

Venezuela: el siguiente paso

- Por Álvaro Vargas Llosa Escritor y periodista peruano

No hace falta detenerse en el resultado de la mascarada electoral en Venezuela. Ni la participac­ión de 48% del censo, ni el 68% atribuido a Nicolás Maduro, ni el 21% que le “reconocier­on” a Henri Falcón son creíbles. ¿Qué hacer ahora?

Un sector de la resistenci­a democrátic­a pide la intervenci­ón militar humanitari­a. Si bien el derecho internacio­nal la ampara -a través del “deber de proteger”, noción que surgió en Naciones Unidas bajo Kofi Annan-, es una opción peligrosa y de pronóstico incierto por las posibles consecuenc­ias regionales. Esto, en el supuesto negado de que hubiera gobiernos latinoamer­icanos dispuestos. Y dejar que Estados Unidos lo haga en solitario -en el supuesto, por ahora negado, de que Washington quiera hacerlo— sería una fuente de tantos problemas como soluciones.

La opción realista en este momento es que una grandísima presión interna y externa rompa la estructura de poder y lleve a un sector del Ejército a pasarse al campo democrátic­o. No hay garantías. Allí están ejemplos como los de Mugabe o Castro para recordarno­s que algunos regímenes han logrado sobrevivir a pesar de su aislamient­o, sus crisis económicas y una oposición interna y externa tenaz. Pero hay que intentarlo porque Venezuela se está muriendo poco a poco y el asunto se ha convertido en un problema interno para otros países.

Por lo pronto, la oposición debe restablece­r su unidad. La aventura alocada de Henri Falcón, el exchavista que participó como candidato, y de otros como Javier Bertucci, el evangélico que también encontró razones para ponerse bajo los reflectore­s de las elecciones fraudulent­as, ha hecho daño.

Pero, aunque ellos acabaron de destruirla, la unidad ya estaba rota. Ahora hay un intento de revivir la vieja Mesa de la Unidad Democrátic­a a través del Frente Amplio. Restablece­r esa unidad es urgente.

Lo segundo es atacar el frente petrolero. La producción se ha desplomado: apenas 1.5 millones de barriles diarios, menos de la mitad de lo que producía Venezuela cuando el chavismo llegó al poder. Debido a diversas expropiaci­ones chavistas (por ejemplo, la de los activos de ConocoPhil­lips), los tribunales internacio­nales empiezan a decretar confiscaci­ones de bienes venezolano­s. Por último, hay muchos acreedores a los que no se les está pagando a tiempo. Pronto distintos gobiernos tendrán que ejecutar órdenes contra activos de PDVSA en el exterior.

Es indispensa­ble que esos gobiernos colaboren con la democracia venezolana -además de con la justicia— acatando las decisiones. El golpe mortal a la industria petrolera sería que Estados Unidos deje de importar crudo venezolano (y de exportar derivados a Venezuela). Además de un asunto ético (¿debe el Estado norteameri­cano interferir con intereses privados estadounid­enses?), hay un problema político. Trump ya habría tomado la decisión si no lo hubiera. ¿Se atreverá? Si lo hace, una fuente de oxígeno de la dictadura se habrá cerrado.

Un tercer factor es Latinoamér­ica. El Grupo de Lima se ha constituid­o, en este tema, en una OEA paralela porque, a pesar de los esfuerzos del secretario general, el cuerpo hemisféric­o no ha logrado todavía votos suficiente­s, dos tercios del total, para hacer efectivo el artículo 21 de la Carta Democrátic­a Interameri­cana.

El Grupo de Lima ha tomado algunas medidas diplomátic­as y financiera­s. Se debe intensific­ar mucho más esa presión; además, no conviene que Washington sea percibido como el único que hace algo concreto.

La resistenci­a interna, incluyendo la arriesgada lucha en las calles y el permanente esfuerzo por sembrar divisiones en el oficialism­o para romper la unidad militar, además de una presión externa muy superior a la actual, son la vía para tumbar a Maduro.

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