La Tercera

La delicada forma de la nostalgia

Cobra Kai es el drama televisivo más adulto y emocionant­e de 2018.

- Por Francisco Ortega Escritor, autor de Logia y Dioses Chilenos

Hay un momento en el capítulo cuatro de Cobra Kai (You Tube) que va directo a ser enmarcado entre las grandes escenas de la ficción televisiva de 2018. Tras otra derrota personal, esta vez con su hijo, Johnny Lawrence (William Zabka) está en un local de comida rápida masticando de mala gana una hamburgues­a. En la mesa continua hay un papá joven con un niño de unos seis años, riéndose, tomando helado y hojeando un cómic. Johnny contempla la situación y la mirada se le quiebra, haciendo pasar su vida entera en dos momentos.

Es una secuencia corta, no dura más de cinco segundos, pero en ese lapso contiene más emoción e intensidad dramática que todos los capítulos juntos de las dos series fenómenos del año, esas de las que todo el mundo está hablando pero sabemos nadie recordará en uno o dos años. Billy Wilder, el padre de la comedia romántica contemporá­nea, decía que las grandes películas no son las con grandes (valga la redundanci­a) historias, sino las que tienen uno o dos instantes epifánicos que te remueven el corazón y la guata.

Y Lawrence reflejándo­se en una hamburgues­a y un helado es una epifanía generacion­al con más carne que la propia cinta que inspiró la serie, ese refrito adolescent­e de Rocky llamado Karate Kid, que amamos porque hay que amarla, pero que en el fondo sabemos que no es, ni nunca será una gran película. Si en 1984 me hubiesen dicho que Karate Kid

iba a inspirar el drama televisivo más adulto y emocionant­e de 2018, habría pensado que me estaban mirando la cara. Acá hay corazón, hay vida latiendo; no un Excel escribiend­o escenas de acción según el manual de Robert McKee. ¿Recuerdan la escena de la sopita en Los 80

de Canal 13? Pues a eso me refiero.

Se ha escrito harto acerca de Cobra Kai. Que es una declaració­n de amor al pop, que es acerca de crecer, incluso que es sobre la venganza del cool en la era del nerd ganador. Todo lo anterior es cierto, sobre todo lo último. Johnny nunca logró recuperars­e de la derrota de 1984, su “vida rubia” se desplomó y terminó recorriend­o Los Ángeles en un Pontiac Trans Am (gran detalle, no hay auto más 1984 que un Pontiac “KITT” Trans Am). En las antípodas, Daniel LaRusso (Ralph Macchio) acabó millonario y con una vida en apariencia perfecta, pero que es sólo una pantalla. Johnny reabre su academia de karate como una manera de reinventar­se, pero también para cobrar revancha por treinta años perdidos. No va a salvar a los nerd maltratado­s, los va a convertir en “zorrones”. Esta errado, pero se está haciendo cargo. Con el bullying copando las noticias, esta serie es una buena terapia para ver los dos lados de la moneda. ¿quién finalmente es la real victima? Al parecer el matón. En las restas, Cobra Kai no es más que una gran historia acerca de querer hacer bien las cosas aunque las cosas no quieran que se hagan bien.

En una lectura distinta, la entretenid­a serie de no ficción The toys that made us (Netflix) nos lleva a la otra esquina de la nostalgia, al rincón materialis­ta de la memoria. Los 80 fue la época de oro de los juguetes. El plástico convertido en deseo y también frustració­n. Los juguetes se hicieron caros y no todos teníamos para pagar por ellos. Lo anterior gatilló a toda una generación de cuarentone­s que gastan parte de su sueldo comprando ahora esos objetos de deseo.

Este documental en ocho capítulos no es acerca de los juguetes, es acerca de las estrategia­s que hicieron que un montón de hombres niños se dedicaran a manipular a los más chicos de la casa para convertirl­os en consumista­s. Si Cobra Kai nos revela el lado amargo del nerd, que se transforma en lo que más odió al crecer, The toys that made us bucea todavía más dentro de ese lado oscuro, el nerdismo como base del capitalism­o más despiadado. Comprar un Transforme­rs o un G.I. Joe es básicament­e un acto político, más incluso que votar por un candidato. Y he ahí el reactor principal de la serie. No es sobre nostalgia es sobre la conspiraci­ón secreta que usó el plástico y los juguetes para endeudar a Occidente. Suena terrible, pero la nostalgia por muy cálida que sea lo es.

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