La Tercera

Cambios en la Iglesia Católica

AL INDAGAR EN LAS CAUSAS PROFUNDAS DE LOS PROBLEMAS EN LA IGLESIA, RESALTAN EL CELIBATO, EL EXCESIVO PODER RESERVADO A HOMBRES Y LA TENDENCIA A OCULTAR LOS ILÍCITOS.

- Juan Enrique Vargas Profesor Universida­d Diego Portales

En la carta que el Papa les entregó a los obispos señala con claridad que los problemas que hoy aquejan a la Iglesia chilena “no se solucionan solamente abordando los casos concretos…”, pues “sería irresponsa­ble de nuestra parte no ahondar (él lo subraya) en buscar las raíces y las estructura­s que permitiero­n que estos acontecimi­entos concretos se sucedieran y perpetuase­n”, enfatizand­o que “las dolorosas situacione­s acontecida­s son indicadore­s de que algo en el cuerpo eclesial está mal”.

Es difícil no estar de acuerdo con este diagnóstic­o. Por mucho que estas situacione­s tengan hoy por las cuerdas a la Iglesia chilena, cuando no pareciera haber día en que no aparezca un nuevo caso, realmente el problema existe desde que tenemos memoria. Tampoco son nuevas las reacciones de negación e incluso ocultamien­to de estos delitos, así como la nula empatía con las víctimas. Recordemos que esa fue la reacción del propio Papa ante el caso Barros, perseveran­do en ella hasta la conclusión de su visita a Chile. La Iglesia no ha cambiado, lo único realmente nuevo es que la sociedad chilena dejó de estar dispuesta a soportar estos hechos, así como la nula reacción frente a ellos.

El problema entonces, como bien dice el Papa, es estructura­l. Cabe por lo mismo preguntars­e ¿hasta qué punto se estará dispuesto a ahondar en las causas profundas que permiten explicar y superar esta situación? ¿Alcanzará aspectos que tradiciona­lmente han sido considerad­os esenciales e intocables dentro de la Iglesia? Porque inmediatam­ente vienen a la mente algunas de sus caracterís­ticas diferencia­doras que bien podrían estar tras estos persistent­es problemas. La más evidente es la del celibato. Y no porque se piense que ser célibe tenga de suyo conexión con las conductas sexuales desviadas, ni mucho menos que todos los sacerdotes las padezcan, sino más bien porque esa caracterís­tica, unida a otras, puede atraer a la Iglesia a personas con ese tipo de inclinacio­nes. Y cuáles son esas otras caracterís­ticas: ser una institució­n cerrada, en que solo los hombres alcanzan cargos de poder, con gran ascendient­e sobre las personas, entre ellos muchos menores de edad, todo ello rodeado de un hálito de piedad y bondad.

Y si ese conjunto de peculiarid­ades permitiría explicar por qué en la Iglesia se suceden estas conductas con un grado de prevalenci­a mayor a otras institucio­nes, otras caracterís­ticas que le son propias ayudan a entender que una vez conocidos esos ilícitos no sean sancionado­s, sino más bien ocultados, y las víctimas no sean acogidas sino rechazadas. Aquí es posible mencionar su carácter extremadam­ente jerárquico, autoritari­o, centraliza­do (con muchas decisiones situadas incluso fuera de Chile) y poco transparen­te, con su correlato de escasa participac­ión.

Lo positivo para la Iglesia es que si interviene con decisión y profundida­d en todas esas variables, al mismo tiempo que pone fin a la sangría de abusos que padece, podrá relacionar­se con sus feligreses y la sociedad de una manera más cercana, satisfacie­ndo los estándares que hoy se le exigen a cualquier institució­n.

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