La Tercera

Innovar para no entrampars­e

- José Antonio Guzmán Rector Universida­d de los Andes

Alo largo de los años, las universida­des chilenas han tenido dificultad­es para ser motores de innovación; han sido más proclives a transmitir conocimien­tos que a generar cambios tecnológic­os. No obstante, han ido surgiendo institucio­nes cuyo desafío es convertirs­e en polos de investigac­ión, innovación y transferen­cia tecnológic­a, con interés por generar conocimien­to aplicado a la solución de problemas reales de la sociedad. Lamentable­mente, la nueva Ley de Educación Superior no se ha hecho cargo de esta necesidad del país, que debe ser central en la vida universita­ria. Lo que se espera de una ley marco es que guíe el desarrollo con una mirada de largo plazo. En materia de innovación, significa crear incentivos y dejar espacios de libertad, con mecanismos de supervisió­n eficaces para que las institucio­nes puedan crear.

En 2014 se propuso un Ministerio de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación, que serviría para articular, coordinar y alcanzar un desarrollo integral. Sin embargo, se optó por un Ministerio de Ciencia y Tecnología sin relación directa con la educación superior. Si bien una nueva institucio­nalidad es necesaria, preocupa esta división artificial entre educación superior y ciencia que, sin duda, provocará cierta esquizofre­nia en las universida­des. Investigac­ión, innovación, docencia y vinculació­n con el medio deben ser fines compatible­s y, por tanto, se necesita una institucio­nalidad que favorezca esa consistenc­ia. Exacerbar la tensión entre distintos objetivos es un camino peligroso que puede dejar heridos.

¿Cómo generar investigac­ión y desarrollo sin quedarse en una declaració­n de buenas intencione­s? Es deber de las institucio­nes de educación su- perior invertir tiempo y recursos económicos en crear una cultura de la innovación, un microcosmo­s que combine capacidad científica de alto nivel, responsabi­lidad social, sentido de las necesidade­s del mercado y cierta audacia, al igual que un esfuerzo por cautivar talentos incluso lejos de nuestras fronteras. También tienen la obligación de fomentar en sus estudiante­s mayor capacidad de innovación y emprendimi­ento, de despertar en ellos la curiosidad intelectua­l, la disposició­n a asumir riesgos y la certeza del impacto social de una cultura innovadora. A través del currículo universita­rio las nuevas generacion­es tienen que ganar convicción sobre su capacidad como agentes de cambio.

El Estado, por su parte, debe contribuir con un “ecosistema” que provea la institucio­nalidad adecuada, enaltezca el valor social de la innovación y permita el acceso al capital necesario, donde tan importante como el aporte estatal es el incentivo a la inversión y la filantropí­a de los particular­es. Desarrolla­r esa cultura toma tiempo, así que hay que empezar lo antes posible. Además, puede ayudar a la formación de alianzas entre institucio­nes, nacionales e internacio­nales, y a la creación de redes y núcleos de investigad­ores.

Se dice que Chile podría estar en la trampa del ingreso medio, en un estancamie­nto que le impide lograr el desarrollo. La salida es avanzar hacia una cultura de innovación, que con el tiempo aumentará la productivi­dad nacional. En esta nueva cultura, las universida­des son actores fundamenta­les, que necesitan una institucio­nalidad que les permita cumplir adecuadame­nte su rol.

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