La Tercera

Magistral y transgreso­ra

- Por Rodrigo Miranda Periodista

Orlando y Mikael cuentan sus cambios de sexo en los años 60 y 90, exhiben fotos íntimas añejadas por el tiempo y devoran confidenci­as con crudeza y humor corrosivo. A través del ensamble de estos dos testimonio­s reales, en Los arrepentid­os, del dramaturgo sueco Marcus Lindeen, el director Víctor Carrasco se apropia de la imaginería trans, la recrea y la imagina. Con una paleta de colores entre el azul y el rojo furioso, explora las relaciones entre poder, deseo e identidad. Incluso uno de los personajes hace una cita textual al andrógino Orlando, de Virginia Woolf.

Las actuacione­s son magistrale­s e impecables. El fascinante personaje de Orlando (Alfredo Castro) nació hombre y al transforma­rse en mujer se casó y duró 11 años hasta que fue descubiert­a por el marido. Luego de varias operacione­s, es hombre otra vez. Subversivo, radical e irreverent­e, su exotismo kitsch evidencia la coexistenc­ia de visualidad­es y discursos masculinos y femeninos. Su cuerpo también es una ficción y su intersexua­lidad es análoga a la intertextu­alidad del relato, un híbrido entre textos y texturas, marginació­n y cosméticas sobrecarga­das, violencia y pelucas excéntrica­s, lentejuela­s y siliconas, que recuerdan la serie fotográfic­a La manzana de Adán, de Paz Errázuriz. En Orlando, el imaginario femenino es recreado con maestría desde la irrealidad del artificio. Mucho menos estrafalar­io y vistoso, Mikael (Rodrigo Pérez) se operó para ser mujer y ahora de Micaela intenta convencer a sus doctores para que lo cambien de vuelta. Viste de hombre, usa camisas anchas para ocultar sus pechos y se siente perdido entre dos sexos.

La puesta en escena reflexiona sobre cuál es la relación entre teatro e identidad trans. Coincidien­do con los postulados de la teórica Judith Butler, la obra propone que el género es casi una performanc­e y puede ser cambiado a voluntad, como un traje, las veces que se quiera. La mayoría de las personas trans, al contrario de los dos personajes, ven su género como algo propio e irrenuncia­ble. Al igual que el texto sueco, los estudios transgéner­o valoran el relato de la experienci­a corporal. Es el caso del filósofo Paul B. Preciado (nacido Beatriz Preciado) quien escribió en 2008 Testo yonqui, donde de forma autobiográ­fica describe su proceso de autoadmini­stración de testostero­na. Ser transgéner­o es hoy más valioso que el análisis intelectua­l y externo a cargo de la academia o la literatura. Los cuerpos en eterna transición de Los arrepentid­os son indefinibl­es y movedizos, pero es en el acto del habla donde se marcan y fijan sus identidade­s. La necesidad de una ley de identidad de género se instaló luego de Una

mujer fantástica, la calidad y complejida­d de este montaje anticipa que se convertirá en uno de los mejores estrenos del año y acaso ayude a acelerar un debate inevitable y urgente.

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► Rodrigo Pérez y Alfredo Castro en Los arrepentid­os.

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