Nuestro punto ciego
Nos preguntábamos el domingo pasado, en este mismo espacio, quién se atrevía a ponerle el cascabel al gato de las isapres, la segunda industria más lucrativa de Chile. Nos quedamos cortos.
Ahora sabemos que, en el primer trimestre de 2018, las isapres aumentaron sus ya fabulosas ganancias en 45%, comparadas con el mismo período de 2017. Son $ 34.196.000.000 en 90 días, 380 millones de pesos diarios.
¿Cómo? Gracias a que a usted (sí, a usted) le subieron el precio de su plan anual en un promedio de 3,8% + UF. Alzas que se repiten año a año, pese a los miles de fallos que las han declarado ilegales. Pero no nos pongamos detallistas. Que unas sentencias no arruinen el negocio.
Sumemos otra gallina de los huevos de oro que las isapres despluman con deleite. Las primas trianuales GES, que cobran adicionalmente para cubrir el Auge, subieron en ¡39,4%+UF! para el período 20162019. Ya antes de esa alza, por cada peso que las aseguradoras gastaban en esas prestaciones, le cobraban a usted casi el triple: $ 2,7.
Mientras, quienes deberían representarlo a usted se han pasado 28 años sacando la vuelta. Sabemos que las isapres, como todo grupo de interés, intentan capturar el sistema político financiando campañas, empleando sus influencias en el Congreso y usando la puerta giratoria para convertir a sus ejecutivos en reguladores y viceversa.
Pero si se han salido una y otra vez con la suya, es también porque aprovechan a su favor un punto ciego del debate de las políticas económicas en Chile.
Ese punto ciego es la división irreflexiva entre izquierda y derecha, entre adoradores del Estado omnipresente y de los negocios desatados.
Basta que se abra esta discusión, para que desde la izquierda se pida eliminar el lucro en salud y devolver todo el sistema de seguridad social al Estado. Mientras, la derecha cierra filas en torno a la libertad económica y el derecho de emprender. Antes de que cante un gallo, ya estamos hablando de Pinochet y de Venezuela, de los neoliberales y de Cuba.
Ese es nuestro punto ciego. Nadie defiende en verdad la libre competencia, donde el lucro es el legítimo fruto de empresas innovadoras, que prestan un buen servicio a los consumidores, y no de capturar al regulador para redactar las normas a gusto y saltarse impunemente las leyes.
Si Henry Ford o Jeff Bezos se convierten en billonarios a punta de innovaciones que favorecen a los consumidores, fantástico. Si Arturo Vidal o Stefan Kramer ganan plata por ser los mejores en lo que hacen, admirable. Si otros chilenos han lucrado en grande creando lagunas artificiales o emprendiendo en biotecnología, solo aplausos para ellos.
Pero cuando la renta sale de privatizaciones truchas, evasión y elusión tributaria, compra de políticos o captura de los reguladores, la historia es otra. La Ley de Pesca y los negociados de SQM con el Estado son solo algunos ejemplos de empresas que ganaron monopolios legales por las vías más oscuras; el antónimo exacto de la libre competencia en un mercado.
La discusión debería ser esa: distinguir entre la libre competencia, donde gana el mejor, y el capitalismo de amigotes en que gana el que tiene los pitutos mejor aceitados.
¿A cuál de los dos modelos se parece más el éxito de las isapres? ¿Puede alguien argumentar sin sonrojarse que son la segunda industria más rentable de Chile porque son la segunda mejor en innovación, creación de valor para la sociedad y satisfacción de sus clientes?
Ahora, se abre una oportunidad, gracias a un actor inesperado: el movimiento feminista. El Presidente Piñera anunció un plan único de salud para todos los afiliados, sin importar sexo, edad o preexistencias (lo que, sin otras medidas adicionales, sin duda significa planes más caros para los hombres jóvenes). Es un comienzo. Pero también es el día de la marmota. Este Presidente ya anunció lo mismo en su primer gobierno, y terminó por dar pie atrás, cambiando el proyecto ante el lobby de las isapres en el Congreso. Y lo mismo prometió también la expresidenta Bachelet, aunque ese compromiso ni siquiera alcanzó a convertirse en proyecto de ley.
No hubo nada en la cuenta pública sobre instalar un tope para las utilidades, cumplir con la prohibición de integración vertical, castigar el alza ilegal de los planes, ni acabar con la facultad de las isapres de rechazar licencias, que, en un mundo al revés, pone la carga de la prueba sobre los hombros del enfermo.
Mientras, le cuento que en julio las isapres volverán a subir sus planes. 3,4% más UF en promedio. Porque, nublados por nuestro punto ciego, no solo dejamos al gato sin cascabel: lo pusimos a cuidar la carnicería, y se está dando un banquete.