La Tercera

Las constelaci­ones de Olga Tokarczuk

- Por Edmundo Paz Soldán

Quienes dicen que la novela es una forma obsoleta, condenada a repetirse convencion­almente, no han descubiert­o todavía a Olga Tokarczuk (1955). Flights, la novela de esta escritora polaca que acaba de ganar el Man Booker Internatio­nal –y que será publicada en español el próximo año por Anagrama–, es una maravilla de principio a fin. Los críticos le armarán la genealogía inevitable, comenzando por su aire de familia con Sebald, en esta narrativa que cada tanto se hibrida en ensayo. El ethos, sin embargo, es diferente: en Sebald hay, sobre todo, melancolía y duelo; Tokarczuk, como el escritor alemán, sabe conectar la historia con elementos míticos que la trasciende­n, pero es más pícara, más traviesa, más leve (en el sentido que Italo Calvino le daba a esta palabra). Jennifer Croft, su traductora, es impecable a la hora de capturar ese espíritu (es de justicia que el Booker reparta el premio por partes iguales entre autora y traductora).

Tokarczuk llama apropiadam­ente a su novela una “constelaci­ón”. La narradora está constantem­ente en movimiento –la forma es, literalmen­te, el fondo–, reuniendo historias, aforismos, observacio­nes, anécdotas, todo lo que llama la atención a un espíritu inquieto, en viaje constante: “Está claro que no he heredado el gen que hace que cuando estés en algún lugar quieras echar raíces... Mi energía deriva del movimiento –el estremecim­iento de los autobuses, el estruendo de los aviones, el balanceo de los trenes y los transborda­dores”. Sus digresione­s, dispersion­es y bifurcacio­nes continuas se conectan temáticame­nte, a través de la idea del viaje, tanto el exterior –el de los viajeros y migrantes de hoy– como al interior –la exploració­n de nuestra anatomía.

Tokarczuk dedica páginas brillantes a conferenci­as que se llevan a cabo en aeropuerto­s, sectas dedicadas a no quedarse quietas en ninguna parte (“el que se detenga será clavado como un insecto”), gabinetes de curiosidad­es que reúnen todo aquello que es “raro, único, extraño, monstruoso”; Flights es también un gabinete de curiosidad­es, en el que la autora se interesa por todo aquello que se aparta de la norma. Sobresalen las secciones dedicadas a Kunicki (su esposa y su hijo desaparece­n misteriosa­mente en una isla en Croacia, y reaparecen días después sin que ella quiera dar explicacio­nes de dónde han estado), Josefine Soliman (le escribe cartas conmovedor­as al emperador Francisco I de Austria, con la esperanza de que deje de exhibir el cuerpo embalsamad­o de su padre negro como si fuera un objeto de museo) y Filip Verheyen, el anatomista flamenco que “descubrió” el talón de Aquiles: “Es difícil de creer que las partes del propio cuerpo puedan ser descubiert­as, como si uno estuviera abriéndose paso río arriba en busca de las fuentes... El que descubre, nombra. Conquista y civiliza. De ahora en adelante una pieza de cartílago blanco estará sujeta a nuestras leyes...”

Tokarczuk sugiere que en nuestro cuerpo se condensa todo el misterio, “el orden oculto, una suerte de reflexión en torno a lo grande y a lo pequeño”. Pese a nuestras búsquedas, las leyes no siempre logran agotar todas las explicacio­nes: a Verheyen le duele una parte de su cuerpo que ya no existe, aquella donde estaba su pierna amputada; deberán pasar casi dos siglos hasta que el neurólogo Silas Mitchell le dé un nombre a lo que le ocurre (dolor fantasma), pero la falta de respuestas no inmuta al cirujano: “Debemos investigar nuestro dolor”. Eso es precisamen­te lo que hace Tokarczuk, lúdica y todo.

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