La Tercera

Trump y sus contradicc­iones nucleares

- Por Ricardo Lagos Ex Presidente de Chile Clarín, junio 2018

Irán y Corea del Norte han sido dos nombres con presencia simultánea en la oscilante política internacio­nal de Donald Trump en las últimas semanas. Más allá del ser o no ser en la posible cita con el líder de Corea del Norte, esos dos países han puesto en evidencia una política norteameri­cana sobre armas nucleares salpicada de contradicc­iones. Con uno sí, con otro no y mientras tanto, casi sin que el mundo se dé cuenta, Estados Unidos incrementa su armamento nuclear con dispositiv­os más sofisticad­os y poderosos.

Lo que ha ocurrido en los días pasados ha abierto paso a un sendero peligroso, confuso y sembrador de inestabili­dades. Para América Latina, que hace 50 años dijo que aquí las armas nucleares quedaban proscritas, no es tema menor ver como las negociacio­nes duras en el escenario internacio­nal se están haciendo con el poder nuclear de por medio.

Al mismo tiempo que Trump se declaró partidario de iniciar negociacio­nes con Kim Jong Un, dio a conocer que rompía el acuerdo nuclear suscrito en 2015 con Irán y restableci­ó “al máximo nivel” las sanciones contra el régimen iraní. Si bien recibió a los gobernante­s de Francia y Alemania –y con gran pompa, especialme­nte al primero– no estuvo dispuesto a hacerles caso. Aquel pacto con Irán, también suscrito con la participac­ión de China, Rusia y Reino Unido, había congelado al menos por diez años el programa nuclear iraní y su acceso a la bomba atómica. En las negociacio­nes en Viena los representa­ntes de Irán aceptaron sentarse a la mesa en medio de sanciones económicas que les sofocaban duramente.

Las cosas con Corea del Norte han estado en la cuerda floja y el devenir futuro entre Pyongyang y Washington es impredecib­le. Pero lo importante es ver las tácticas pre definidas por Trump, para actuar como quien ve al mundo como una mesa de póker. Por una parte, le dijo a Corea del Norte ahora que ya usted es potencia nuclear estoy disponible para ver cómo resolvemos los temas a futuro; por otro lado, le dijo a Irán con usted rompo los acuerdos y lo voy a enfrentar con máxima dureza. Los costos de esta última decisión son múltiples: desata un conflicto de magnitud desconocid­a en el oriente próximo; reaparece el peligro de las armas nucleares como recurso latente en esa región; hace saltar por los aires la relación transatlán­tica que deja descolocad­os a Reino Unido, Francia y Alemania.

Es difícil de comprender este doble estándar planteado por el mandatario norteameri­cano. Pero mucho más difícil es comprender que ello ocurra mientras el Pentágono pone en marcha los planes para construir armamento nuclear más moderno y más sofisticad­o: bombas más pequeñas que las conocidas, pero adecuadas para ataques nucleares rigurosame­nte focalizado­s. Ya en febrero se dio a conocer el informe con el nuevo plan aprobado por Donald Trump para modernizar el arsenal nuclear estadounid­ense con una inversión de 1.2 mil millones de dólares en los próximos 30 años. Los estrategas dicen que Estados Unidos tiene en sus manos armas muy poderosas, pero de tales dimensione­s que no cabe considerar­las armas disuasivas. El propósito del nuevo plan es disponer de armas atómicas que permitan atacar objetivos precisos –los llaman “guerra nuclear limitada”- en países señalados como amenazas potenciale­s. Estas bombas serían, según se informa, más devastador­as en cuanto a su potencia que las arrojadas en 1945 en Hiroshima y Nagasaki. En otras palabras, lo que el Pentágono anuncia es el propósito de mantener y expandir su arsenal nuclear, al mismo tiempo que exigen a otros que no pueden entrar en una carrera nuclear.

Lo que está sucediendo es la ruptura del tratado de no proliferac­ión nuclear de 1970, firmado en medio de la Guerra Fría por Estados Unidos y la Unión Soviética. Allí se reconoció el derecho a cinco países, vencedores de la Segunda Guerra Mundial a tener el monopolio nuclear: las dos superpoten­cias más China, Reino Unido y Francia. En virtud de ese acuerdo se estableció que ningún otro país podía tener acceso al desarrollo de armamentos nucleares. Por cierto, países que ya estaban en posesión de la bomba atómica o que iban en camino de poseerla no suscribier­on ese tratado. Fue el caso de India, Pakistán e Israel, entre otros. Libia había avanzado en ello, pero decidió suspender sus proyectos y entregar los secretos que ya poseía, porque Gaddafi pensó que con ello terminaría con los bloqueos que le sofocaban. No hubo tal y murió aplastado por la intervenci­ón de la OTAN y los rebeldes, mientras Libia es hoy un territorio arrasado. Por eso, Kim Jong Un se indignó cuando el Consejero de Seguridad, el duro John Bolton, dijo que con Corea del Norte cabía aplicar la fórmula Libia.

Son estas contradicc­iones las que hacen tan difícil la gobernanza en el mundo de hoy. ¿Puede Estados Unidos exigir políticas de desnuclear­ización cuando en su propio país continúa la carrera armamentis­ta nuclear? Trump consolida su America First como eje de inestabili­dad mundial. Suena complejo, pero de una u otra manera estos temas estarán presentes en la próxima Cumbre del G20, en Argentina. Determinan el clima de diálogo.

La economía avanza mejor en tiempos de consensos mayores, no de confrontac­iones extremas y amenazas.

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