La Tercera

“Durante muchos años fallamos en nuestros sistemas de control”

Para el sacerdote, lo sucedido en Chile es síntoma de una manera de hacer iglesia que debe cambiar. Dice que en el caso Joannon se falló en el ejercicio de autoridad y que el religioso está con “permiso de ausencia”.

- Juan Paulo Iglesias

El español Javier Álvarez-Ossorio es desde 2006 el superior general de la Congregaci­ón de los Sagrados Corazones. En estos casi 12 años ha impulsado cambios en el manejo de las denuncias de abusos sexuales y estableció en 2012 un nuevo protocolo sobre el tema. De paso por Chile, abordó la situación que enfrenta la Iglesia y el caso del religioso Gerardo Joannon, miembro de la congregaci­ón, quien estuvo vinculado a una serie de adopciones irregulare­s entre 1975 y 1983.

La Iglesia chilena pasa por un momento complejo, consideran­do la renuncia en pleno del episcopado. ¿Qué le parece lo ocurrido?

No tomen mi opinión como la de un experto, porque no lo soy. Yo sigo con mucho interés lo que está sucediendo y trato de aprender. Creo que la reacción del Papa Francisco es muy valiente; es decir, que no hay que esconderse de los problemas cuando vemos que las cosas no han sido bien hechas. Como Francisco dice, no se trata solo de algunos errores, esto puede ser síntoma de una manera de ser Iglesia que necesita ser reformada. Es un momento doloroso, porque sale a la luz el sufrimient­o de mucha gente, pero es un momento excelente y apasionant­e de renovación.

Hay una cultura que permitió esto, que favoreció el encubrimie­nto y que se ha tratado de cambiar. ¿Por qué cree que ha costado tanto?

Hay dos niveles. El primero es el caso de los abusos y de los abusos sexuales. Que haya abusadores es tremendo y hay que procurar evitar que se haga daño de esa manera, que es devastador­a. Pero lo que más cuestiona el funcionami­ento de la Iglesia no es solo que haya abusadores, porque lamentable­mente los hay en todos los terrenos, sino esa actitud de encubrir. Es una especie de cultura clerical de la Iglesia, donde el grupo clerical se defiende pensando que hay que evitar escándalos, no solo para evitarme un daño a mí, el culpable, o a mi compañero, el culpable, sino (para proteger) un malentendi­do bien común de la Iglesia. Hay una mentalidad retorcida, perversa, que incluso puede tener buena intención, pero está equivocada. Y la buena intención equivocada, en el dominio de lo religioso, puede hacer un daño terrible.

¿Qué lecciones se pueden sacar?

Lo que se puede aprender es que la manera de gestionar el poder y la imagen pública de la Iglesia puede pervertirs­e hasta tal punto que incluso personas con buena intención pueden hacerle un daño a la Iglesia que va en contra de lo que ella misma predica. Eso deja desconcert­adas a muchas personas.

En la Congregaci­ón de los Sagrados Corazones ¿cómo se ha enfrentado el tema de los abusos?

Estamos aprendiend­o, como todos. Tenemos nuestro protocolo a nivel general, que es ley para nuestra congregaci­ón. Después, en cada país y provincia lo adaptan a las legislacio­nes locales. Y sobre todo hay un trabajo -que nos cuesta, pero estamos en ello- que es decir, nosotros como personas, como sacerdotes, tenemos que ser supervisad­os, evaluados, tenemos que vivir bajo la mirada de otros. El gran error clerical es creer que porque uno tiene un cierto prestigio, un poder -vamos a decir, religioso-, hay que suponerme buena voluntad y nadie tiene que controlarm­e. Cuando, de hecho, yo como religioso, presbítero, estoy controland­o a muchísimas personas, porque las estoy evaluando, lo que es bueno, no digo que esté mal, pero yo también necesito ser evaluado.

Y ¿quién debería evaluarlos?

Eso es lo que hay que establecer. Nosotros tenemos nuestros sistemas de control interno cuando tenemos superiores, servicios de la autoridad, que debe recordar a los hermanos los límites en su actuación. Ahí hay equipos de trabajo, consejos parroquial­es, equipos directivos. Hay que entrar en una lógica donde yo trabajo en equipo con otros y esos otros me evalúan.

Para ello ¿se requiere una mayor participac­ión de los laicos?

Evidenteme­nte.

En Chile, la congregaci­ón enfrentó el caso del sacerdote Gerardo Joannon, que representó un duro golpe . ¿En qué situación está?

Él forma parte de la congregaci­ón. Él no ha sido expulsado ni ha pedido irse, pero no está viviendo en comunidad. Es uno de esos casos de ‘permiso de ausencia’, estar fuera de la comunidad para tomar distancia, pero eso no quiere decir que esté expulsado. Son medidas medicinale­s que buscan que las personas tomen conciencia de lo que ha sucedido, que las personas dañadas vean que se está tratando el asunto, que se trata de hacer justicia. Los frutos de esas medidas ahora mismo no los puedo evaluar, pero el deseo es que sean buenos, a distintos niveles, y que se recupere al hermano. Sinceramen­te, yo tengo un dolor inmenso cuando hermanos puedan dañar a otros, pero también un deseo muy grande de recuperar a mis hermanos que hayan podido equivocars­e; aliviar y reparar el dolor producido, pero, en la medida de lo posible, recuperar a mis hermanos.

¿Cuál es la autocrític­a que hacen ustedes, como congregaci­ón?

Que hemos fallado durante muchos años en nuestros sistemas de control. Esto viene de los años 60, después del Concilio, donde se valoriza mucho la autonomía personal y la dignidad. Se rechaza una obediencia que infantiliz­a, la vida religiosa ya no es un ejército donde ordeno y mando. Pero si uno se va al extremo, empezamos a tener hermanos que actúan de manera muy individual y que no son evaluados por nadie. Ahí falla la comunidad, el servicio de la autoridad, cuando no es capaz de decirle: “Eh!, aquí hay un límite”, y te llamo la atención. En congregaci­ones como la nuestra durante algunas generacion­es eso no se ha hecho, en función de un supuesto respeto de la autonomía de la persona.

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► Javier Álvarez-Ossorio en la ex Parroquia Universita­ria, en la Plaza Pedro de Valdivia.

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