La Tercera

Ya no basta con bailar

- Por Rodrigo Miranda Periodista

Mezclar pasos de twist, tango, rock and roll, huaracha, chachachá, mambo y cueca dentro de un mismo montaje, al ritmo de una orquesta en vivo, implica enormes complejida­des. El desafío se hace mayor si el texto es una adaptación de una elogiada novela del escritor Hernán Rivera Letelier, autor de la incombusti­ble La reina Isabel cantaba rancheras. Como en el libro homónimo, Historia de amor con hombre bailando cuenta una trama tan cruel como garciamarq­ueana: la de un trabajador de las salitreras que vive la tragedia de ser muy feo y encuentra en el baile una forma de expresarse y adaptarse a un entorno hostil.

La versión teatral, estrenada el viernes pasado, goza del talento de Bastián Bodenhöfer como director, quien maneja con eficacia el movimiento en las escenas corales y sabe definir las transicion­es a planos más íntimos. Lamentable­mente, eligió un modesto modo de representa­r esta comedia trágica, la aus- teridad escenográf­ica o más bien la ausencia total de decorados. Esa opción minimalist­a resta atractivo al montaje que debería sacar partido del rico imaginario estético asociado a las salitreras, tan arraigado en la historia local. Las citas al cine mexicano a través de carteles de películas de María Félix y Libertad Lamarque y la alusión al terremoto de Valdivia voceada por un canillita ayudan a una recreación de época de los años 60, pero un escenario casi vacío no es suficiente para retratar el desierto nortino.

Lo mismo podría decirse de las coreografí­as del personaje principal, interpreta­do por Felipe Ríos, que no logran entusiasma­r. Ya sabemos que no basta con bailar y actuar con corrección para emocionar al espectador. A su inexpresiv­o Fernando Noble, un hombre que es pura fealdad, timidez y mutismo, le falta humanidad y empatía con el público. Quizás el actor se confió en lo fácil que se lee en el papel encarnar a un ser taciturno y callado. La novela explora la vida de un excluido, de un marginado, y retrata de forma crítica a una sociedad anclada en las apariencia­s. Rechazado por su aspecto físico y mala suerte, el personaje principal inspira cariño en el lector y demuestra la superiorid­ad de la belleza interior respecto a la externa. La puesta en escena no logra ese efecto. El esplendor de la fealdad siempre ha fascinado a la literatura en clásicos como Frankenste­in, El jorobado de Notre Dame, El fantasma de la ópera o en las novelas recientes Atentado, de Amélie Nothomb, y Shiki Nagaoka, una nariz de ficción, de Mario Bellatin. A diferencia de estas obras, a la versión teatral de Historia de amor con hombre bailando le faltó apelar desde la visualidad a la ambivalenc­ia entre belleza y fealdad. A pesar de la ausencia de un maquillaje adecuado o una máscara que afeara aun más a Fernando Noble (según la novela su rostro cejijunto debería ser “feo de solemnidad, feo a secas”), la secuencia de la pelea, la explosión del polvorín, el tango entre hombres y el baile con el peso de su mujer muerta encima son algunos de los mejores momentos de la obra.

El resto del elenco es parejo, aunque destaca el desempeño físico y la intensidad de Emilio Edwards y el encanto natural de Maira Bodenhöfer. Se agradecen sus seductoras y logradas escenas de baile. No está demás decir que la calidad interpreta­tiva y técnica de la orquesta en vivo es espléndida.

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