Ruedan las caretas
No hay día en que no le dedique atención a la política estadounidense. Es que con Trump en el gobierno, las caretas que antaño daban fe de un republicanismo responsable, democrático y moralista, tan acendrado como modelo en Occidente, rodaron con estrépito por los suelos. Y hoy por hoy, difuminado el espejismo, el mero espectador puede apreciar, sin velos distractores, sin cosméticos edificantes, el verdadero rostro del poder. Ahora último me he concentrado en el gabinete de Trump, específicamente en dos sujetos bastante oscuros, la ministra de Educación, Betsy DeVos, y el ministro de Protección Ambiental, Scott Pruitt. A quien no manifieste una debilidad similar a la mía por el devenir norteamericano, puedo asegurarle que las leseritas nuestras de cada día –las de Santelices, las de Varela, las de los Larraín, las de los que con toda seguridad vendrán– son simples chiquilladas en comparación.
El martes pasado, DeVos aseguró en el Senado que la comisión establecida tras la matanza en un colegio de Florida, matanza que dejó 17 muertos entre alumnos y personal, no se enfocará en el rol que juegan las armas de fuego en la violencia escolar, lo que equivale a decirles a los fabricantes de armamento “tranquilos, muchachos, yo les cubro las espaldas”. Scott Pruitt, por su parte, da que hablar con escandalera casi todas las semanas, pues la desvergüenza con que utiliza su cargo en el gabinete para obtener prebendas personales es algo que nunca se había visto en Washington. Ambos cuentan con la protección de Trump, ya que, más allá del qué dirán, ambos defienden un objetivo superior para el poder: ella, que la educación pierda su carácter público; él, que se fortalezca la corriente que niega el calentamiento global.
Nuestros ministros, como decía, están muy lejos de poner en práctica las aberraciones que a diario cometen los ministros de Trump. Pero eso no significa que en Chile seamos unos santurrones. Esta semana el sector privado volvió a dar una señal lamentable, en cuanto a que aquí los poderosos hacen y deshacen a su antojo. Poco importa que algunos líderes del empresariado critiquen el regreso de Julio Ponce a SQM: varios de los que hoy se quejan, ayer se coludían y discurrían sofisticadas fórmulas para defraudar al ciudadano común y corriente. Por lo demás, el caso de SQM pertenece a una esfera diferente a la de la engañifa concertada. Bajo la dirección de Ponce, la minera no metálica se echó al bolsillo a todo un país a través del financiamiento ilegal de la política.
Mucha gente se pregunta qué estaban pensando los directores de Soquimich al permitir que Ponce, el articulador del ataque más grave a nuestra democracia en los últimos 45 años, regresase en gloria y majestad bajo el dudoso cargo de “asesor ad honorem”. La respuesta es simple: velan por sus intereses, sin detenerse en el qué dirán ni en otras consideraciones de poca monta. Claro que de pasada, y en esto tal vez no repararon los directivos de SQM, nos permiten apreciar el verdadero rostro del poder. Nuevamente el modelo neoliberal es traicionado por los mismos individuos que lo impusieron décadas atrás (no es casual que el retorno de Ponce haya contado con el voto favorable de Hernán Büchi). Aunque esta vez, los meros espectadores podemos obtener algún provecho: no todos los días las caretas ruedan por los suelos con estrépito ante nuestros ojos.
Con lo ocurrido con Ponce y SQM el modelo neoliberal de nuevo es traicionado por quienes lo impusieron años atras.