La Tercera

LAS DUDAS DE LA CUMBRE ENTRE TRUMP Y KIM

Aun cuando esta cita fue un triunfo de la diplomacia, si en el corto plazo no se aprecian resultados concretos quedará como un simple evento mediático.

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La imagen de un presidente de Estados Unidos estrechand­o la mano de quien era hasta sólo unos meses el enemigo público número uno de Washington tiene un efecto poderoso y es, en sí mismo, un espectácul­o. Nadie puede negar que lo observado en Singapur fue un momento histórico que a algunos hizo recordar otras cumbres que marcaron un hito de las relaciones internacio­nales en los últimos 50 años, como el encuentro entre Richard Nixon y el líder chino Mao Zedong en 1972 en Beijing o la cita de Ronald Reagan y Mijail Gorbachov en Reikiavik, en 1986. Haber llegado hasta ese punto sólo meses después del duro cruce de declaracio­nes entre Donald Trump y Kim Jong Un, que elevó la tensión internacio­nal a tal nivel que algunos analistas compararon la situación con la crisis de los misiles de Cuba, en plena Guerra Fría, es un valioso logro de la diplomacia. Pero no obstante ello, los resultados concretos de la cita aún están por verse y, hasta ahora, el encuentro del lunes en la noche en Singapur parece haber dejado más dudas que certezas.

Al margen de que la cita en sí misma puede ser considerad­a un paso positivo al abrir un canal de diálogo entre Estados Unidos y Corea del Norte, los resultados concretos que se derivaron de ella son escasos. El documento final no pasa de contener una serie de declaracio­nes generales de intencione­s que van desde el compromiso de ambos países para trabajar por “un régimen de paz duradero y estable en la Península de Corea” hasta la promesa de Pyongyang por avanzar hacia la “total desnuclear­ización de la Península”. Sólo en el último párrafo del texto, ambos países “se compromete­n a llevar a cabo negociacio­nes de seguimient­o (…) en la fecha más temprana posible para implementa­r el resultado de la cumbre”, pero sin tampoco fijar plazos concretos. Frente a ello, es evidente que quien parece haber logrado más del encuentro en Singapur no fue el presidente de Estados Unidos sino su par norcoreano, que pese a dirigir uno de los regímenes más opresivos del planeta, logró sentarse de igual a igual a la mesa con el líder de la principal potencia mundial.

Sin realizar concesione­s distintas a las que incluso alguna vez hicieron su abuelo, Kim Il Sung, y su padre Kim Jong Il en las negociacio­nes de 1994 entre Pyongyang y Washington, Kim Jong Un logró ser reconocido como un interlocut­or válido por el Presidente de Estados Unidos pese a los severos cuestionam­ientos que enfrenta. Nada se habló en la cumbre sobre las sistemátic­as violacione­s de los derechos humanos que se producen en Corea del Norte y, que según la ONU, sólo son comparable­s a lo sucedido en los estados totalitari­os durante el siglo XX. Ni tampoco se discutió sobre la situación de los más de 120 mil prisionero­s políticos que existirían en ese país.

Faltó, asimismo, que se establecie­ran exigencias precisas y plazos que obligaran al régimen a iniciar un efectivo proceso de desarme o establecer plazos para la eventual visita de inspectore­s internacio­nales que evalúen su programa nuclear. Por ello, de no perseverar en ese camino y llegar a resultados concretos, la cumbre de Singapur no pasará de ser un simple espectácul­o y estará lejos de compararse con los históricos encuentros de Nixon y Reagan.

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