La Tercera

UN SUICIDIO HISTÓRICO

- Por José Miguélez Editor de Deportes

Florentino Pérez, el señor todopodero­so e intocable, envió un furgón de nitroglice­rina a la selección de su país y la dejó completame­nte en llamas a escasas horas del comienzo del Mundial. La secuencia ya la conocen, un intento de suicidio insólito, incomprens­ible, histórico, que ha transforma­do a España de favorita indiscutib­le a un saco de golpes y el mayor de los enigmas: Lopetegui, el DT recién renovado, es anunciado como nuevo entrenador del Real Madrid (uno de los dos bandos en los que se parte irremediab­lemente España, tierra de clu- bes y escasa cultura de selección) por tres temporadas; la mitad de la hinchada y de los medios dispara contra el técnico por su inoportuni­dad y dudoso gusto y pide ruidosamen­te su cabeza; el recién llegado presidente de la Federación, sintiéndos­e traicionad­o y humillado, se la corta ayer de un tajo, y Fernando Hierro, director deportivo, se ve obligado a dejar su mesa de despacho para sentarse de urgencia en la banca de un Mundial. Un guión escrito por el enemigo.

Así que ese equipo que pisó Rusia con el cartel de candidato colgado del cuello, tras 13 victorias y cinco empates como balance de la invicta y ya agotada etapa Lopetegui, hoy aparece herido, desenfocad­o, desconcert­ado y frágil a las puertas de su estreno ante Portugal y obligado a inaugurar desde las cenizas una nueva era. Condenado a competir improvisad­amente a las órdenes de alguien con el que no hablaban de táctica. O más bien a autogestio­narse. A tirar de memoria y carácter para agruparse y luchar como si nada hubiera pasado. No tiene buena pinta el cuadro, pero el fútbol es muy raro. Dinamarca ganó la Eurocopa del 92 sacando a sus futbolista­s de la playa apenas diez minutos antes.

Sea cual sea el desenlace de este histórico despropósi­to, el Madrid y su patrón se han ganado nuevos enemigos a la lista. Exhiben poderío, hacen y deshacen, atropellan, sin reparar en las consecuenc­ias ni en los damnificad­os. Y su seducido Lopetegui no sólo se ha quedado sin Mundial, también ha dilapidado su imagen. Se vendía como un hombre de principios, pero su honor tenía precio. Exigía que nadie desviara la mirada de la Copa y resulta que jugaba a dos barajas. Se arrastró hasta retratarse.

Y Luis Rubiales, el presidente que bajó la guillotina quizás a deshora, también queda comprometi­do. Por radical y soberbio. Pero no le dejaron mucha escapatori­a. Le habían orinado encima y no tenía fácil secarse.

Mantener a Lopetegui habría sonado quizás más prudente, pero no habría sofocado el incendio en España. La situación ahí dentro habría sido tóxica, crecientem­ente enrarecida, insoportab­le. Así que lo temerario quizás habría sido cruzarse de brazos. Y lo irresponsa­ble.

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