UN SUICIDIO HISTÓRICO
Florentino Pérez, el señor todopoderoso e intocable, envió un furgón de nitroglicerina a la selección de su país y la dejó completamente en llamas a escasas horas del comienzo del Mundial. La secuencia ya la conocen, un intento de suicidio insólito, incomprensible, histórico, que ha transformado a España de favorita indiscutible a un saco de golpes y el mayor de los enigmas: Lopetegui, el DT recién renovado, es anunciado como nuevo entrenador del Real Madrid (uno de los dos bandos en los que se parte irremediablemente España, tierra de clu- bes y escasa cultura de selección) por tres temporadas; la mitad de la hinchada y de los medios dispara contra el técnico por su inoportunidad y dudoso gusto y pide ruidosamente su cabeza; el recién llegado presidente de la Federación, sintiéndose traicionado y humillado, se la corta ayer de un tajo, y Fernando Hierro, director deportivo, se ve obligado a dejar su mesa de despacho para sentarse de urgencia en la banca de un Mundial. Un guión escrito por el enemigo.
Así que ese equipo que pisó Rusia con el cartel de candidato colgado del cuello, tras 13 victorias y cinco empates como balance de la invicta y ya agotada etapa Lopetegui, hoy aparece herido, desenfocado, desconcertado y frágil a las puertas de su estreno ante Portugal y obligado a inaugurar desde las cenizas una nueva era. Condenado a competir improvisadamente a las órdenes de alguien con el que no hablaban de táctica. O más bien a autogestionarse. A tirar de memoria y carácter para agruparse y luchar como si nada hubiera pasado. No tiene buena pinta el cuadro, pero el fútbol es muy raro. Dinamarca ganó la Eurocopa del 92 sacando a sus futbolistas de la playa apenas diez minutos antes.
Sea cual sea el desenlace de este histórico despropósito, el Madrid y su patrón se han ganado nuevos enemigos a la lista. Exhiben poderío, hacen y deshacen, atropellan, sin reparar en las consecuencias ni en los damnificados. Y su seducido Lopetegui no sólo se ha quedado sin Mundial, también ha dilapidado su imagen. Se vendía como un hombre de principios, pero su honor tenía precio. Exigía que nadie desviara la mirada de la Copa y resulta que jugaba a dos barajas. Se arrastró hasta retratarse.
Y Luis Rubiales, el presidente que bajó la guillotina quizás a deshora, también queda comprometido. Por radical y soberbio. Pero no le dejaron mucha escapatoria. Le habían orinado encima y no tenía fácil secarse.
Mantener a Lopetegui habría sonado quizás más prudente, pero no habría sofocado el incendio en España. La situación ahí dentro habría sido tóxica, crecientemente enrarecida, insoportable. Así que lo temerario quizás habría sido cruzarse de brazos. Y lo irresponsable.