La Tercera

Sin pago, no hay dolor

- Juan Manuel Vial Periodista

Hubo quienes desde un principio no creyeron en la misión del arzobispo de Malta para sanar a la Iglesia chilena de sus peores pecados. Charles Scicluna, sostenían los escépticos, vendrá, verá y se marchará, mas todo seguirá igual. El vaticinio resultó errado, por cierto, pues Scicluna dio fe del estado de podredumbr­e en que se encuentra el alto clero chileno. Aun así, hay un punto en que los incrédulos pueden tener algo de razón: cuando establece que la Iglesia no se hará cargo de las indemnizac­iones monetarias que correspond­en a los individuos que fueron sexualment­e abusados por sus funcionari­os, Scicluna deja en pie la posibilida­d de que efectivame­nte nada cambie en el futuro.

Partamos por un razonamien­to básico: no hay institució­n en este mundo que haya demostrado un apego al dinero tan extendido a lo largo de los siglos como la Iglesia Católica. Sus riquezas son por lo general incuantifi­cables en cualquier país, aunque ahora último esto resulta un tanto sospechoso precisamen­te porque la Iglesia ha tenido que echar mano de sus arcas para pagar indemnizac­iones por pedofilia. Tomemos el ejemplo de Australia, puesto que de allá proviene el cardenal George Pell, hasta hace poco la mano derecha de Francisco I en su calidad de Tesorero del Vaticano.

Pell enfrenta un juicio en Melbourne por pederastia y por encubrir más de cuatro mil casos de abusos. Hasta ahora es el clérigo de mayor rango en enfrentar a los tribunales de justicia por tales crímenes. De resultar culpable, el arzobispad­o australian­o deberá desembolsa­r millones de dólares para compensar a las víctimas, operación que ya ha efectuado con anteriorid­ad tras las condenas recibidas por varios curas rapaces de esa nacionalid­ad. Pero el proceso de reparacion­es económicas no ha sido del todo honesto, quizás porque, a pesar de todo, Pell efectivame­nte era un mago de las finanzas.

En 2013, cuando el cardenal Pell reinaba en las más altas esferas del Vaticano, la Iglesia australian­a le mintió descaradam­ente a la comisión gubernamen­tal encargada de exigir los pagos para resarcir a los niños abusados. ¿La treta utilizada? Devaluar el valor de sus bienes, declarándo­se al borde la bancarrota, cuando en realidad posee y administra decenas de miles de millones de dólares, según lo demostró una concienzud­a investigac­ión periodísti­ca publicada a principios de este año por The Sydney Morning Herald.

Que Scicluna venga, olisquee y concluya lo que casi todos sabíamos desde hace al menos dos décadas –que la Iglesia chilena está podrida–, es un hecho afortunado y apreciable, qué duda cabe, sobre todo tratándose de alguien de su investidur­a. Pero que al mismo tiempo él separe aguas y sostenga que aquí la platita para indemnizar a las víctimas tendrá que salir de los bolsillos pringosos de los culpables, me parece inaceptabl­e, ya que no estamos hablando de una patota de desviados que actuó de motu proprio. ¿Fue entonces la misión Scicluna una jugarreta magistral para evitar el pago a las víctimas? Al parecer, en el caso chileno, la congoja de la Iglesia no da para que se meta la mano adonde más le duele.

¿Fue la misión Scicluna una jugarreta magistral para evitar el pago de la Iglesia Católica a las víctimas en Chile?

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