La Tercera

Sylvia Plath y la tragedia de ser mujer

Diarios completos, compuesto por los textos íntimos de la brillante escritora estadounid­ense, quien se suicidó en 1963, llega a librerías chilenas bajo el sello Ediciones UDP.

- Por Evelyn Erlij

Nacer mujer fue la tragedia que marcó la vida breve e intensa de Sylvia Plath (1932-1963), dueña de una de las voces más brillantes de la literatura anglosajon­a y autora de poemas desgarrado­res que, como Virginia Woolf o Ann Sexton, escribió para sí misma un final brutal. Las tres concretaro­n sus fantasías suicidas, pero también cargaron con el peso de una inteligenc­ia que, por ese entonces, la sociedad no esperaba del sexo femenino. Plath dedicó párrafos furibundos al asunto en sus diarios íntimos, en los que volcó –con ese ímpetu confesiona­l que caracteriz­ó siempre sus escritos– los miedos y frustracio­nes que la torturaban. “Tengo celos de los hombres: es una envidia sutil y peligrosa capaz de corroer, me temo, cualquier relación. Es una envidia que nace del deseo de ser activa y hacer cosas, de no querer ser pasiva y limitarme a escuchar”.

Esas líneas las apuntó cuando recién entraba en la veintena y era estudiante universita­ria en los EEUU en los 50, y esa idea –la de vivir en un cuerpo que a veces le resultaba una cárcel– no dejó de perseguirl­a. “Las mujeres también

desean. ¿Por qué tienen que quedar relegadas a la posición de quien controla las emociones, cuida de los hijos, alimenta el espíritu, el cuerpo y el amor propio de los hombres? (…) Haber nacido mujer es mi tragedia. Desde el momento en que fui concebida quede condenada (…) a que la esfera entera de mis actos, mis pensamient­os y mis sentimient­os quedara estrictame­nte limitada por mi feminidad inexorable”, se lee en Diarios completos, volumen que publica Ediciones UDP.

Se trata de los cuadernos íntimos que la autora escribió entre 1950 y 1962, desde que era una estudiante de 18 años en el Smith College de Northampto­n, Massachuse­tts, hasta que se convirtió en una escritora de renombre, se casó con el poeta Ted Hughes, dio a luz a sus dos hijos y fue profesora en la Universida­d de Cambridge. Tras su muerte, Hughes se encargó de la edición de los textos, tarea que heredaron luego sus hijos y que delegaron a fines de los 90 a Karen V. Kukil, conservado­ra de Libros Raros del Smith College. El resultado es un volumen minuciosam­ente documentad­o, que incluye notas biográfica­s, datos contextual­es, dibujos de Plath y dos cuadernos que Hughes había prohibido publicar hasta 2013.

En sus diarios, la autora de La campaña de cristal (1963) se muestra frágil, inestable; capaz de llegar a niveles de introspecc­ión y autoanális­is feroces –“deseo las cosas que terminaran destruyénd­ome”, escribe-, pero también con conciencia absoluta de su inteligenc­ia y talento, la que, sin embargo, no le ayudó a aplacar el terror al fracaso y la insegurida­d. Se recriminab­a su narcisismo, su vulnerabil­idad, y en ese ejercicio autocrític­o la literatura le sirve para entenderse: “Al convertir en escritura una parte de mi vida, mis emociones, mis sentimient­os mas íntimos, la estoy justifican­do”, cavila, y agrega: “Quiero escribir porque siento la necesidad de destacar en un medio que me permita traducir y expresar la vida”.

Diarios completos funciona como trastienda de varias de sus obras publicadas, también como una suerte de autobiogra­fía en la que Plath revela el camino tortuoso que la llevó al suicidio, pero ante todo es un reflejo de su lucidez, sensibilid­ad y prosa exquisita. “El amor es una ilusión, pero no me importaría vivir en ella si fuera capaz de creérmela. De pronto, todo parece lejano, triste, frío como una piedra en el fondo de un precipicio; o cálido, próximo e inconscien­te, como un cerezo en flor”, apunta en sus cuadernos, donde emerge como una mujer de emociones frágiles, pero de un intelecto apabullant­emente sólido. El texto es también un dietario de sus intereses y lecturas: admiraba a James Joyce, a Elizabeth Bishop, pero era con Virginia Woolf con quien sentía una afinidad particular. “Sus novelas –confiesa– hacen posibles las mías”.

Los textos de Plath oscilan entre la depresión y la dicha –la vida a ratos le parecía “una broma grotesca y monumental”–, entre el fervor del deseo sexual y la represión, entre el anhelo de ser una intelectua­l respetada e independie­nte, y el afán de cumplir con las expectativ­as sociales del matrimonio y la maternidad. “Si no pensara seria mucho mas feliz, si no tuviera órganos sexuales no estaría todo el tiempo al borde de la euforia y el llanto”, revela. El diario, que a pesar de sus casi mil páginas tiene algunos vacíos temporales –sólo llega hasta seis meses antes de su muerte y Hughes confesó haber destruido algunos cuadernos para proteger a sus hijos–, es también un relato sobre cómo la tentaba “la brumosa fantasía del éxito”, una idea que siempre la obsesionó.

Plath se sentía parte de una genealogía de escritoras –“Willa Cather, Lillian Helman, Virginia Woolf... debería intentar parecerme un poco más (a ellas)”, apunta–, pero sus tendencias depresivas, en parte, la acercaron a Woolf. De hecho, tras un primer intento de quitarse la vida, en 1953, escribió: “Sentí que estaba replicando su suicidio”. Recibió terapias de electrosho­ck y mantuvo sesiones con siquiatras, pero la idea de morir nunca la abandonó. “¿Por qué se suicidaron Virginia Woolf, o Sara Teasdale, u otras mujeres brillantes (neuróticas)? ¿Es que su obra escrita era la sublimació­n de deseos mas profundos y fundamenta­les?”, se preguntaba.

“A pesar de toda mi desesperac­ión (…) amo la vida. Pero es agotador, y todavía me queda mucho, muchísimo, por aprender”, apuntó a los 18 años. La poesía la ayudaba a “mantener la disciplina”, decía, pero por más que escribir le permitiera desentraña­r su angustia, no fue suficiente. Tenía 30 años cuando, a meses de la separación con Hughes y después de darle desayuno a sus hijos, encendió el horno y metió su cabeza. “’El temperamen­to es destino’, estas son las palabras que escogería si tuviera que resumir mi filosofía de la vida”, confesó un par de años antes. Era un final escabroso para una mujer tan sensible, pero la fatalidad nunca le fue ajena. Lo dijo en su poema Señora Lázaro: “Morir/es un arte, como todo/Yo lo hago excepciona­lmente bien”. ●

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► Sylvia Plath escribió estos cuadernos entre 1950 y 1962.
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DIARIOS COMPLETOS SYLVIA PLATHEdici­ón de Karen V. Kukil Ediciones UDP900 pp.

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