Malditas bolsas
Recientemente, el Congreso aprobó el proyecto de ley que prohíbe en todo el territorio nacional el uso de las bolsas de plástico no degradable tipo camiseta. En un intento final por evitar la promulgación del mencionado proyecto, los abogados de la Asociación de Industriales del Plástico (Asipla) recurrieron al Tribunal Constitucional con un téngase presente. En esta columna no nos referiremos a los aspectos jurídicos del proyecto, sino solo a sus rasgos económicos.
No cabe duda que las bolsas camiseta -que son hechas de polietileno, un material que, si no se dispone de él adecuadamente, solo se degrada al cabo de muchas décadas, si no siglos- dañan severamente al ambiente, especialmente los ríos y los océanos. Las correspondientes pérdidas anuales ocasionadas las estima la ONU en unos 13 mil millones de dólares y esta suma seguirá aumentando si no se toman medidas para evitarlo. Tome nota que dicho monto no incluye la valoración de la degradación estética.
Para evitar toda suspicacia, debo declarar acá que no he tenido ni tengo relación alguna con Asipla y sus asociados, y que valoro debidamente el cuidado del hábitat. Creo que en esta última materia el país está severamente al debe.
No obstante lo último, es necesario –y posible- compatibilizar el cuidado del medio ambiente con el desarrollo económico. Las alternativas no son solo el uso indiscriminado de las bolsas de plástico camisa, o su prohibición absoluta. Estas bolsas generan un servicio útil para la sociedad, a costa de producir una externalidad negativa. En consideración a lo último, la teoría económica sugiere la adopción de un impuesto pigouviano o verde que compense el efecto del costo ambiental. Es precisamente un impuesto de este tipo que ya se aplica en Chile a las botellas de plástico.
Pero para definir una política sobre la materia, es necesario considerar además que la prohibición del uso de las bolsas de plástico camisa se compensará, en una buena parte, con el uso de otras bolsas de plástico no degradable (como aquellas negras para la basura) o de otros materiales, cuya utilización también tiene sus costos ambientales. Y tampoco hay que olvidar que en la medida en que se mejore la forma en que disponemos de nuestras basuras, el efecto sobre el hábitat del uso de las bolsas plásticas se puede reducir significativamente.
En resumen, en una economía como la nuestra, la solución coherente al problema ambiental que genera el uso de las bolsas de plástico no degradable no es la prohibición de su empleo, sino la adopción de un impuesto verde que compense la externalidad negativa correspondiente. Esa medida se puede potenciar obligando al comercio a cobrar explícitamente el costo de dichas bolsas, como lo hizo Irlanda, que logró así una reducción espectacular de su uso.