La Tercera

La dieta de todes

- Lucas Sierra Centro de Estudios Públicos y U. de Chile

Hace casi cien años la dieta parlamenta­ria detonó una crisis. Mientras los senadores se la subían, un grupo de oficiales hizo sonar sus sables en el Congreso. A los pocos días el Presidente Alessandri renunció y vino casi una década de inestabili­dad política. La dieta no fue la causa, pero sí un simbólico primer acto. Hoy se vuelve a discutir. Es muy alta dice el Frente Amplio y, sorprenden­temente, el Presidente de la República. Alta en relación con los sueldos que en general se ganan en Chile, y con la de los parlamenta­rios en otros países.

Con la Constituci­ón de 1833 los parlamenta­rios no recibían dieta. “El cargo de Diputado es gratuito e incompatib­le con el de municipal i con todo empleo público retribuido”, decía. Para los senadores no había una definición tan expresa, pero establecía que para postular al cargo se debía tener “Una renta de dos mil pesos a lo menos.” ¿Virtud republican­a?

Todo lo contrario. La política era por definición institucio­nal un juego de ricos. El amateurism­o es elitista y, por lo mismo, desigual. Por esto la política no debe ser sólo vocación (algo para lo cual se vive), sino también profesión (algo de lo que se vive).

Así lo entendió la Constituci­ón de 1925 al disponer que por ley se podía “Fijar la remuneraci­ón de que gozarán los Diputados y Senadores.” Y la Constituci­ón vigente lo entiende igual, pero es más precisa en su cálculo: “Los diputados y senadores percibirán como única renta una dieta equivalent­e a la remuneraci­ón de un Ministro de Estado”.

Esto sugiere pensar la cuestión de un modo interesant­e: al interior del régimen político, en el escenario de los poderes públicos. ¿Se debe ganar menos en el Congreso que en la cúpula del gobierno? Los ministros de la

Corte Suprema ganan un sueldo parecido. ¿Deben ser mejores o peores los sueldos en la cima de la judicatura?

Pero la crítica suele concentrar­se en la dieta parlamenta­ria. ¿El trabajo parlamenta­rio es menos importante que el ejecutivo y el judicial? No parece. Además de fiscalizar al gobierno y, de alguna manera, a los jueces, el Congreso es protagonis­ta con el gobierno en la compleja elaboració­n de la Constituci­ón y las leyes que los tribunales deben aplicar.

¿Es cuantitati­vo el problema? Los parlamenta­rios son 203. En la cúpula del gobierno (Presidente más ministros) son 24 y en la Suprema 21. Como los parlamenta­rios son tantos, se dice, su costo fiscal es muy alto. Pero el número mayor de parlamenta­rios (proporcion­almente el más bajo de la historia de Chile) se justifica porque el Congreso está llamado a representa­r la diversidad política, a encarnar el pluralismo.

Los llamados a reducir la dieta parlamenta­ria, por tanto, arriesgan el peligro de seguir debilitand­o la posición relativa del Congreso al interior del régimen político. Otra cara del presidenci­alismo omnipresen­te. Esto puede explicar las declaracio­nes del Presidente Piñera, pero hace incomprens­ibles las de los parlamenta­rios. Otra actitud autodestru­ctiva.

Hay que pensar la dieta parlamenta­ria en el contexto de los poderes públicos, preguntánd­ose por la remuneraci­ón de todas las altas tareas públicas. Así se tendrían en cuenta sus delicadas relaciones recíprocas, se reduciría el espacio para los discursos moralizant­es, y habría más considerac­ión por la complejida­d y responsabi­lidad de esas tareas. En especial de la legislativ­a, que debería, eso sí, hacerse exclusiva como la de ministros y jueces.

Porque buenos sueldos profesiona­lizan la política y la abren a la diversidad del mérito, y disminuyen el riesgo de corrupción y el costo de oportunida­d de dedicarse al Estado que enfrentan las personas capaces. Para que el Estado atraiga el talento que necesita.

Los buenos sueldos profesiona­lizan la política y la abren a la diversidad del mérito.

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