La Tercera

Trinchera parlamenta­ria

- Max Colodro Filósofo y analista político

Sectores de oposición, con el PS a la cabeza, asumieron que la mejor manera de afrontar la carencia de articulaci­ón y agenda propia, es la obstrucció­n sistemátic­a. Nominalmen­te, tienen mayoría en ambas cámaras y controlan las comisiones, lo que convierte al Congreso en el único reducto desde donde pueden ejercer una resistenci­a frente al Ejecutivo. En resumen, un equilibrio espurio, no basado en el imprescind­ible contraste de opiniones ni en la función fiscalizad­ora, sino en el esfuerzo por impedir el tratamient­o responsabl­e de los proyectos que envían quienes alcanzaron los votos para gobernar.

En la administra­ción anterior, la Nueva Mayoría se sintió con el derecho a imponer sus términos sin necesidad de conversar con la minoría opositora. Ahora, intentan hacer fracasar a un gobierno que busca exactament­e lo contrario: construir acuerdos amplios, para que sus proyectos tengan la legitimida­d que no tuvieron los del gobierno pasado. Es cierto: la actual administra­ción no tiene los votos suficiente­s en el Congreso y por tanto está obligada a negociar. Pero también es cierto que el cuestionam­iento moral a la lógica de los acuerdos es uno de los recientes y más pernicioso­s inventos de la centroizqu­ierda. Obviamente, cuando de verdad se cree que los adversario­s son la encarnació­n del “lado oscuro de la fuerza” como sostuvo Michelle Bachelet, no hay posibilida­d de acuerdos de ningún tipo: solo quedan el sabotaje y el enfrentami­ento. Y eso es precisamen­te lo que el PS hoy pone en práctica.

Bajo dicho predicamen­to, lo que subyace es la todavía persistent­e incapacida­d de un sector de la oposición, para aceptar que en el Chile actual ya no hay una sola mayoría legítima para gobernar, sino que esas mayorías cambian según el favor de la soberanía expresada en las urnas. Pero en la medida en que eso no se acepta, es razonable entonces no favorecer el debate parlamenta­rio e incluso usar las jefaturas de sus comisiones, para incumplir con las urgencias fijadas por la autoridad, un recurso que linda con la infracción constituci­onal.

Para el gobierno el escenario sin duda no es sencillo de administra­r y, como lo ilustró esta semana el presidente Piñera, es fácil perder la paciencia. Asimismo, la tentación de gobernar por decreto, concentrar los esfuerzos en resolver solo problemas de gestión y buscar reducir al máximo la acción legislativ­a, es segurament­e grande. Quizás ello explica en algo el relativo debilitami­ento de la agenda gubernamen­tal observado en las últimas semanas, un curso donde las prioridade­s del gobierno han ido perdiendo centralida­d comunicaci­onal. En este sentido, es innegable que la decisión opositora de imponer la imagen de una “sequía legislativ­a” ha dado algún resultado.

En fin, una oposición fragmentad­a y sin visiones de futuro compartida­s, tiende a imponer el frío expediente de la obstrucció­n. Y un gobierno carente de mayoría parlamenta­ria debe resignarse, obligado a seguir en la senda de los acuerdos y a no dejar que sus prioridade­s se desdibujen. El proceso político se adentra así en una guerra de trincheras cuyo escenario principal es el Congreso, una fase de avances lentos, trabajosos y desgastant­es, poco estimulant­e para la opinión pública. Donde además los rendimient­os políticos solo pueden evaluarse en un relativo largo plazo.

El proceso político se adentra a una guerra de trincheras cuyo escenario principal es el Congreso.

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