La Tercera

La “colonia” venezolana que trabaja en el Metro de Santiago

Extrañan los tequeños y el clima caluroso, pero eligieron Chile para escapar de la crisis en su país. Son 96 migrantes que trabajan en la estatal. Representa­n el 78% de los extranjero­s en la compañía.

- Por Oriana Fernández

12 NACIONAL

“No volvería a mi país. Por ahora estoy muy agradecida de todo”. ALEJANDRA ALCALÁ, GERENCIA DE MANTENIMIE­NTO.

“Ojalá que nos recuerden como los venezolano­s que hicimos mejor el país”. LEONEL CÁRDENAS, INGENIERO DE METRO.

“Las personas han sido muy amables conmigo, me siento un poco chilena”. ANDREÍNA RENGEL, GERENCIA DE PERSONAS.

María Alejandra Alcalá es venezolana. Llegó a Chile en octubre de 2017 y ese mismo año fue contratada en el Metro de Santiago. Su trabajo hoy en el tren subterráne­o capitalino es muy distinto a sus tiempos en el metro de Maracaibo, donde todos iban a trabajar, pero, según cuenta, la situación de crisis que vivía el país lo hacía imposible: varios días a la semana se cortaba la luz o incluso no había agua.

María Alejandra recuerda que de los cinco trenes que rodaron alguna vez en la ciudad, hoy solo quedan dos. Pero el problema es que había oportunida­des en que simplement­e no funcionaba­n. “Era difícil mantenerse así. ¡Tenía que hacer algo! Todo funcionaba mal”, relata esta joven de 27 años, quien actualment­e se desempeña en el área de inspección de la gerencia de mantenimie­nto en el Metro de Santiago.

La situación de la estatal chilena parece opuesta a la de su tierra caribeña. O así al menos lo ve ella. Se encuentra en una fuerte etapa de expansión: tiene proyectada­s cuatro nuevas líneas que serían inaugurada­s en 2026.

Con María Alejandra suman 96 los venezolano­s en diversas ocupacione­s dentro de la empresa. Representa­n el 78% del total de extranjero­s que hay en la compañía, los que llegan a 123, de distintas nacionalid­ades. El grupo es pequeño -la estatal tiene 4.411 funcionari­os-, pero “su personalid­ad y alegría”, dicen, es su sello.

Hoy no es extraño el caso de un nativo de ese país en cualquier rubro. Según el Departamen­to de Extranjerí­a del gobierno, la población venezolana alcanza las 134.390 personas, muchas de las cuales salieron buscando opciones laborales ante el crítico escenario en la nación bolivarian­a.

Andreína Rengel (34) llegó hace cinco años a Chile y fue la primera caraqueña que aterrizó en la empresa. Trabaja en la gerencia de personas. Al igual que su compañera, la situación de su país la llevó a emigrar. Dice que allá tenía temor: “El panorama no pintaba como positivo. Sufrí cinco asaltos”, comenta. Tras esas malas experienci­as, se vino a Chile y postuló a distintos puestos de trabajo hasta que fue selecciona­da en el Metro. Con los años, se casó con un chileno.

Andreína no ha regresado a su país y cree que no lo hará. La situación política y económica la hace dudar. Pero también tiene otras razones, sus amigas cercanas también se fueron: algunas están en Rusia, otras en Noruega o Estados Unidos. “Una de las cosas que más extraño es verlas, conversar sobre el pasado. Pero para todas es complicado volver”, relata.

La adaptación de cualquier migrante de tierras más cálidas resulta complicada en Chile. Son más desconfiad­os y, a primera vista, más fríos, dicen los venezolano­s. Sin embargo, admiten que en el ámbito laboral resulta simple integrarse. En el caso del Metro, el personal que ha llegado de ese país es calificado. Hay 33 profesiona­les, 27 técnicos y administra­tivos, 13 funcionari­os técnicos y de mantenimie­nto, 10 conductore­s, seis personas como personal operativo, cuatro supervisor­es y tres agentes de líneas.

El carné de la patria

Leonel Cárdenas es ingeniero y jefe de proyectos del Metro (30). Trabajó en el metro de Caracas, en la ciudad dormitorio de Los Teques. Tenía varios amigos en Chile y comenzó a distribuir su hoja de vida o currículum vitae buscando un mejor pasar.

Tras su llegada, señala que quienes han facilitado su instalació­n fueron los propios chilenos. “Algunos me ayudaron a buscar departamen­to. Y cuando llegué a la empresa, me recibieron de manera excelente”, añade. Se hizo de amigos muy pronto, con quienes ha compartido su cultura: les ha enseñado a comer tequeños (un tipo de queso salado frito). “Acá se consiguen todos los productos que hay en Venezuela, e incluso más”, dice. Cuenta que una parte de la población de su país se debe abastecer de alimentos cuando poseen el denominado “carné de la patria”, documento que entrega el gobierno.

Más allá de lo cotidiano, Leonel es fanático del transporte. Para él, es relevante laborar en un ferrocarri­l que traslada a 2,5 millones de personas por día. “Ojalá que nos recuerden como los venezolano­s que ayudamos a hacer mejor este sistema”, dice.

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La imagen muestra a parte de los venezolano­s que laboran en diferentes puestos del ferrocarri­l subterráne­o.

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