Más que un réquiem
El video circula en las redes sociales. Es muy corto, no más de 52 segundos, y muestra el proceso de desmantelamiento de la que fue la sede central de la Universidad Arcis en Libertad 59. Los que alguna vez fueron patios poblados por jóvenes entusiastas y salas animadas por profesoras comprometidas, aparecen en el registro como estructuras vacías y tristes. Fierro y cemento listo para ser reacondicionado.
Puedo imaginar que para algunas personas las imágenes descritas, y el desenlace que ellas grafican, no son más que munición para imputar responsabilidades a aquellos que no fueron capaces de sacar adelante el proyecto universitario de la Arcis. Para mí, en cambio, ellas son, principalmente, motivo de pena. Y de reflexión. Más allá de que sea necesario identificar las causas que explican la muerte de la Arcis, estas líneas quieren expresar un dolor y defender una esperanza.
La Arcis nació en plena dictadura. Corría 1982 y existían pocos espacios para el arte y las ciencias sociales. Las universidades tradicionales estaban fuertemente intervenidas. Los rectores delegados no tenían ningún interés en promover el pensamiento crítico. En el caso de la Universidad Católica, por ejemplo, Sociología seguía cerrada y los estudiantes de Filosofía y Teatro se enfrentaban con suspensiones, expulsiones y cierres. Las puertas de la academia estaban cerradas para docentes de vertiente crítica o marxista. Es en ese contexto que surge la Arcis, abriendo espacio para la reflexión alternativa.
Fernando Castillo Velasco, proscrito, en esos años de oscurantismo, de su universidad, la UC, sería el primer presidente de la Corporación Arcis. En los años siguientes, el aporte de este proyecto será significativo. La escuela de Sociología le permitirá a Tomás Moulián desplegar su mirada inquisidora y compartirla con cientos de discípulos. La carrera de Teatro tendrá en Ramón Griffero un director inspirado. Los estudiantes de Filosofía tendrán el privilegio de formarse con Carlos Ossandón y Pablo Oyarzún. Imposible, en fin, desconocer las contribuciones historiográficas de Gabriel Salazar. Toda esta actividad se traducirá en importantes libros.
No necesito aclarar que discrepo de muchas de las visiones sustentadas por los intelectuales que trabajaron bajo el alero de la Arcis. Esa circunstancia no me impide, sin embargo, apreciar el valor de las miradas críticas. Y si Chile las necesitaba en 1982, no me cabe duda que hoy, 36 años después, seguimos requiriendo enfoques cuestionadores. Por eso, mi duelo por la muerte de la Arcis es, también, un voto de esperanza en el sentido que surjan nuevos espacios para pensar un mundo más justo.