López Obrador, ¿populista o socialdemócrata? México es hoy una democracia más estructurada que otras con mayores contrapesos.
El triunfo de Andrés Manuel López Obrador ha sido tan abultado que habría ganado en primera vuelta si en México hubiera “balotaje”. El hombre que en dos procesos electorales anteriores había sido derrotado porque a dos terceras partes del país le ponía los pelos de punta este antiguo disidente del PRI ha logrado ahora barrer al partido oficialista y al PAN, la centroderecha tradicional, superando largamente la suma de ambos.
¿Qué ha pasado? No es difícil entenderlo. Por lo pronto, la economía mexicana registra un rendimiento pobrísimo desde que llegó la democracia, hace dos décadas: sólo una vez -en la parte final de 2009- ha superado el 2 por ciento anual y ha habido varios años en que se situó entre el cero y el 1 por ciento. A México, cuya economía tiene un alto compo- nente manufacturero, no le llegó la prosperidad que llegó, durante el “boom” de los commodities, a otros latinoamericanos. Además, estos años han estado marcados por la demencial violencia relacionada con las drogas, parte de cuyo saldo deriva de la política represiva, incluida una dimensión castrense, del Estado mexicano. Y, por supuesto, la corrupción, práctica endémica del PRI que el periodo de Peña Nieto preservó intacta y que el PAN, aunque en bastante menor medida a nivel de gobierno federal que sus rivales, hizo suya en algunas gobernaciones.
Si frente a todo esto -en tiempos del repudio a la política tradicionalse erguía un líder populista cuyo discurso sonaba a música celestial y llevaba años denunciando a la “mafia” y al “sistema”, no es difícil verle lógica al resultado.
El origen de López Obrador y su discurso hasta la moderación de los últimos meses apuntan en dirección a un gobierno más parecido al PRI -donde militó hasta finales de los 80— de lo que sus votantes creen. Sólo que no el PRI de la etapa final de la “dictadura perfecta”, la de los tecnócratas, sino el populista y nacionalista que marcó una época, entre los años 30 de Lázaro Cárdenas, y los años 70 de Luis Echeverría.
Pero es pronto para saber si AMLO, como se lo conoce, irá por esa vía o adoptará la moderación reformista y socialdemócrata, que es lo que cabría esperar de un México moderno en pleno siglo XXI. Como todo líder de raigambre populista, AMLO ha tenido aliados contradictorios, incluyendo, durante la campaña, un partido de la derecha evangélica y empresarios que, luego de pelearse con él, juzgaron prudente empezar a entenderse con el favorito en las encuestas. Tiene en su equipo gente que defiende la prudencia fiscal y la inversión privada, como el empresario Alfonso Romo (fue cercano en su día al PRI y luego al PAN), y él mismo ha dicho que no expropiará empresas, que no disparará el gasto público ni la deuda para financiar las ayudas prometidas a los pensionistas, los estudiantes y otros grupos, y que no cambiará las reglas, como otros populistas latinoamericanos, para hacerse reelegir.
Nadie sabe si AMLO optará por la segunda vía o la anterior, o si será moderado los primeros años y luego dará el zarpazo, o si en su fuero interno ha entendido que el camino del Socialismo del Siglo XXI conduce el horror. Pero lo que sí sabemos es que, a pesar de su victoria contundente, su fuerte crecimiento en el Congreso y el poderoso mandato obtenido, México es hoy una democracia más estructurada que otras, con mayores contrapesos y una vulnerabilidad económica por su papel importante en la economía norteamericana y global que harán extremadamente difícil al próximo Presidente llevar a su país por semejante camino si eso es lo que decide.