Íntima pero empobrecida Tosca
No fue una Tosca para los anales, pero que tuvo aciertos los tuvo. La extrema ópera de Puccini, con una fuerte carga de violencia y pasiones elementales, regresó al Municipal de Santiago con una puesta en escena minimalista y simbólica -que, sin embargo, obtuvo sendas pifias en su estrenoy una buena batería vocal, eclipsada por una errada dirección de orquesta.
Quizás la concepción del director escénico Willy Decker –con escenografía y un vestuario propio de la era napoleónica de Wolfgang Gussmann e iluminación de Ricardo Castro- no sea atractiva visualmente para el público dada su extrema simplicidad y alejamiento de los espacios romanos: un escenario negro con pocos elementos, ya sea sólo una Virgen de grandes proporciones y un cuadro de la Marquesa Attavanti para el primer acto; una larga mesa y la misma pintura para el segundo, y un paredón con abertura para el tercero, pero permite que fluya la carga dramática que Tosca ya tiene en sí, donde se da paso a las palabras, a la música y a las confrontaciones personales de sus personajes. Su mirada está al servicio de la obra, a la creación actoral, a los gestos mínimos como a los más vehementes, a las violentas discusiones y, sobre todo, a la partitura. Y en ese sentido se disfruta, sin mayores invenciones, de todo el poderío pucciniano.
Pero también le da una exigente tarea a los cantantes que deben transmitir una dramaturgia muy delineada. Y eso se encontró sin problemas en el conjunto, con solventes actuaciones. Melody Moore perfiló a Tosca en todas sus dimensiones humanas y con un canto contenido a pesar de tener un poderoso material, pues éste lo manejó inteligentemente, brillando en los momentos precisos y siendo íntimo cuando se debía, en especial, en su honesto y melancólico Vissi d’arte a mezza
voce (que lamentablemente no fue apoyado por la orquesta). Leonardo Caimi (Cavaradossi), de juvenil presencia, voz firme en el centro pero demasiado heterogénea en el resto del registro, y problemas en el agudo, fue mejorando a lo largo de la ópera para culminar con E lucevan le stelle, en una nostálgica interpretación, si bien sin mayor garra. Elchin Azizov, desde un comienzo fue un cínico Barón Scarpia, aunque carente de la lascivia que lo caracteriza, que desplegó buen fraseo, bellos timbre y matices, pero en los que se echó de menos tintes incisivos. Muy bien estuvieron Sergio Gallardo, a quien el rol del sacristán le queda como anillo al dedo; Jaime Moncada (Angelotti), con su poderío vocal; Gonzalo Araya (Spoletta) y Eleomar Cuello (Sciarrone) fueron convincentes esbirros; Constanza Wilson (Pastor), una pequeña niña que le imprimó hermosura y el carácter bucólico a Io de’ sospiri, y el Coro que lució esplendoroso en el Te Deum.
Pero ahora asalta la gran pregunta: ¿Hasta cuándo se va o le van a permitir a Konstantin Chudovsky abordar partituras que no le son afines? Tosca, que por primera vez dirigía, es una de ellas. Poco o nada logró dar vida a las fortalezas dramáticas que le son inherentes a la ópera pucciniana. Su lectura desbordada, sin piedad con los intérpretes, careció de contrastes emocionales, de sensualidad, teatralidad, nitidez y musicalidad, siendo la peor versión que se haya escuchado de ésta en las últimas décadas.