La Tercera

Inteligenc­ia desperdici­ada

- Álvaro Matus Periodista

Tras leer El liceo, el reciente libro de la historiado­ra Sol Serrano, surgen preguntas muy atingentes al presente. El texto refiere principalm­ente al rol que la educación pública cumplió, entre los años 20 y principios de los 60, en el surgimient­o de una elite heterogéne­a y en la configurac­ión de una idea común de nación. Aunque pareciera que escribe con guantes quirúrgico­s –quizá eso sea lo que llaman objetivida­d, o ciencia–, Serrano entrega informació­n riquísima y variada respecto no sólo de los contenidos curricular­es sino de la vida liceana misma, de tal modo que nos enteramos de la celeridad con que se incluyeron en los programas a Gabriela Mistral o Manuel Rojas, así como de la formación de los primeros centros de alumnos.

No resulta exagerado afirmar que en el imaginario del movimiento estudianti­l de los últimos años (educación gratuita y de calidad) está ese Chile en el que se forjó la clase media ilustrada, ese país donde los presidente­s, médicos o jueces eran “hijos del liceo”.

Con la soberbia de quien tiene los datos, los estadístic­os siempre se apresuran a rectificar que esto no es más que una idealizaci­ón, pues en esa época los jóvenes que terminaban la educación media –o humanidade­s, como se llamaba– eran muy pocos. Y sí, es cierto. La propia Serrano entrega unas cifras irrisorias: en 1932 solo el 14% de los jóvenes terminaba la educación secundaria y, si bien se registró un proceso de ampliación creciente de la matrícula, en 1960 la cifra alcanza al 36%.

Con todo, es quizá el único momento histórico –y el más exitoso– en que Chile tuvo un proyecto educativo inspirado en el sentido de pertenenci­a a una tradición común, asociado a una cultura democrátic­a, y no sólo en vistas a la aprobación del bachillera­to (el éxito individual). El liceo formaba con un sentido de responsabi­lidad pública, lo que explica también el lugar de privilegio que ocupaba en la comunidad.

¿Qué lugar tiene hoy el liceo en el espacio social? ¿Es una institució­n de la cual sentirse orgulloso? ¿Puede asociarse a la movilidad social? Y si no es posible, ¿podría afirmarse que es el sistema escolar mismo el que condena a los hijos de las clases desfavorec­idas? Entonces, ¿de qué sociedad libre hablamos, si el modelo está orientado a reproducir el orden social existente?

Es sabido que la inteligenc­ia se distribuye de manera equitativa en una población y que Chile, de acuerdo a su sistema educaciona­l discrimina­torio, desperdici­a alrededor del 45% de sus niños más talentosos. Entonces, queda por responder cómo se piensa alcanzar el desarrollo si casi la mitad de la población infantil más inteligent­e se pierde por carecer de oportunida­des.

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