La Tercera

Daniel Ortega: las contradicc­iones de un revolucion­ario

El Presidente de Nicaragua ha enfrentado tres meses de protestas que exigen su salida por la represión y su estilo autoritari­o. Pero el “Comandante Daniel” fue una figura muy distinta en los 70, cuando encabezó la Revolución Sandinista contra Somoza y se

- Por Alejandro Tapia

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Daniel Ortega siempre ha sido llevado de sus ideas, un dirigente porfiado que -aunque astuto-, suele no escuchar. Su personalid­ad lo ha traicionad­o más de una vez. Le pasó a fines de los 80, cuando a poco de cumplir una década en el poder tras el triunfo de la Revolución Sandinista de 1979, Fidel Castro le dijo que, por ningún motivo, debían llevarse a cabo las elecciones de 1990 porque las perdería. Ortega decidió pasar por alto la advertenci­a de su más cercano aliado y perdió. Castro, cuya colaboraci­ón y estrategia fueron clave para la victoria del sandinismo contra la dictadura de Anastasio Somoza, reprendió sin filtro a Daniel y a su hermano Humberto. Aquella derrota sería fundamenta­l para lo que vendría después en Nicaragua.

Ortega también ha sido un hombre de cambios y transforma­ciones profundas para conseguir un fin único: poder. Luego del triunfo revolucion­ario, los principale­s comandante­s guerriller­os decidieron que, lo mejor para Nicaragua, era tener un liderazgo colectivo al mando de una Dirección Nacional del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Pero pronto surgieron diferencia­s entre los nueve comandante­s de la “Junta de Gobierno” y se decidió que, para el bien del país, había que designar a un líder. En su libro Adiós Muchachos, Sergio Ramírez -que se desempeñó como Vicepresid­ente sandinista entre 1985 y 1990- narra que Humberto Ortega, Comandante en Jefe del Ejército Popular Sandinista (EPS), sugirió que su hermano Daniel era el más indicado, por su bajo perfil y escaso carisma. “Humberto vendió la idea diciendo que Daniel, por falta de relevancia, no era el más peligroso, alguien que quisiera o pudiera hacerse con el poder, porque no sabía hablar, no era carismátic­o. Esa fue la manera de venderlo”, ha contado Ramírez. Daniel Ortega se convirtió así en la cara y en la voz del gobierno sandinista (1979-1990).

El Presidente nicaragüen­se, que por estos días enfrenta masivas protestas ciudadanas que exigen su salida y que ha sido acusado por la oposición de la muerte de más de 300 manifestan­tes y una represión al estilo de Somoza, ha sido también un dirigente decidido, al que no le tiembla la mano.

Ortega (La Libertad, 1945) nació en una familia de clase media cuyos padres eran férreos opositores a Somoza. En 1963, con tan solo 18 años, abandonó su primer año de Derecho para unirse a la causa sandinista y luego partió a Moscú, en plena Guerra Fría, para instruirse en la Universida­d de la Amistad de los Pueblos “Patricio Lumumba”.

Pronto, Ortega vivió en carne propia las consecuenc­ias de la lucha armada contra Somoza. Durante un asalto sandinista a un banco en 1967, fue detenido y pasó siete años en la cárcel, un período que lo marcó y que aprovechó para desarrolla­r su predilecci­ón por la poesía.

Recién en 1974 fue liberado gracias a un intercambi­o de rehenes tras la toma de la casa del banquero José María Castillo Quant y entonces partió al exilio en Cuba y luego se instaló en Costa Rica para el asalto final contra Somoza.

Ortega ha tenido muchas vidas y ha salido ileso de las duras acusacione­s en su contra. En 1978, un año antes del triunfo revolucion­ario, se emparejó con la poetisa Rosario Murillo, con quien tuvo siete hijos. A su esposa la “designó” Vicepresid­enta en enero de 2017 y a sus hijos los tiene en altos cargos de poder. Pero su vida familiar no ha estado exenta de controvers­ia. En 1998 fue objeto de un escándalo de proporcion­es cuando su hijastra, Zoilaméric­a Narváez, lo acusó de abusos sexuales cuando tenía 11 años. Ortega invocó entonces su inmunidad parlamenta­ria y la justicia consideró que el caso había prescrito. Rosario Murillo calificó entonces a su hija de “mitómana”.

“Give Peace a Chance”

Ortega también se ha reinventad­o muchas veces. Tras la debacle electoral del sandinismo, enterró sus arengas revolucion­arias marxistas, las que reemplazó por prédicas religiosas católicas. Así y todo, perdió en las elecciones de 1996 y 2001. Los nicaragüen­ses, en ese momento, aún tenían en la memoria el desastre de la administra­ción sandinista: en 1990 el país quedó en la bancarrota con una deuda externa de US$ 12 mil millones, la moneda devaluada en un 33.000% y un 50% de pobres y 19% de extrema pobreza. En una entrevista con

La Tercera durante una visita a Santiago en septiembre de 2003, Ortega dijo se seguía consideran­do “un revolucion­ario” y que estaba “orgulloso” de haber entregado el poder en 1990. “Siempre me he considerad­o, en primer lugar, un poeta”, apuntó.

Cuando comenzó la campaña electoral para los comicios de 2006, Ortega ya se había transforma­do. Ya no era el comandante vestido de verde olivo, sino que optó por el blanco y el rosado. Y por mensajes de “paz y amor”. De hecho, creó su propia versión de Give Peace a Chance, de John Lennon. Eso sí, nunca abandonó su gusto por los Mer-

cedes Benz y otros lujos. “Hay que enterrar el odio, el rencor y pedirle fortaleza a Dios para que nos ilumine en el camino de la reconcilia­ción”, dijo 12 años atrás. La religión -y también lo esotéricoh­an jugado un rol importante en la familia Ortega-Murillo a través de los años. Ahora, el líder sandinista se proclama provida, mientras que Rosario Murillo ha tildado de “fuerzas diabólicas” a quienes durante los últimos tres meses han exigido su dimisión en las calles de Managua, Masaya, León y las urbes más importante­s del país centroamer­icano. Eso sí, el jueves, durante los actos por los 39 años del triunfo de la Revolución Sandinista, Ortega no tuvo pelos en la lengua para acusar de “golpistas” a algunos obispos. Y religiosos han sido víctimas de ataques de paramilita­res oficialist­as.

El Comandante

Ortega también ha sido pragmático. Tras sus tres derrotas electorale­s consecutiv­as, vio que si no pactaba con su viejo enemigo, el Presidente Arnoldo Alemán (1997-2002), condenado a la cárcel por corrupción, le sería difícil recuperar el poder. De esta manera, acordaron una reforma constituci­onal para evitar la segunda vuelta electoral y además rebajaron el techo para una elección en primera vuelta a un 35%. Así, en 2006 ganó con el 38%. Tres años después, Alemán fue sobreseído de todos los cargos.

El antiguo “Comandante Da- niel”, que dice tener el respaldo de los más pobres y desposeído­s, nunca ha querido dejar de ser “comandante”, pero sus excompañer­os de armas hace rato que advirtiero­n lo que ocurriría en Nicaragua si algún día Ortega recuperaba el poder. No por nada, sus antiguos camaradas, como el escritor Sergio Ramírez, la “Comandante Dos” Dora María Téllez y ex comandante­s de la Junta como Luis Carrión, formaron en los 90 el Movimiento Renovador Sandinista (MRS) en rechazo a la figura de Ortega. De los nueve comandante­s de la Dirección Nacional del FSLN, sólo uno forma parte del gobierno: Bayardo Arce, quien es asesor económico.

A lo Somoza

Ortega también ha sido un hombre de suerte. Gracias al petróleo de su amigo Hugo Chávez, sobrevivió a debacles económicas pero, según sus detractore­s y cifras del diario La Prensa, se enriqueció con unos US$ 3.500 millones.

Además de todos estos calificati­vos, Ortega se ha convertido, según denuncian sus opositores y excamarada­s, en un auténtico Somoza. El Presidente de Nicaragua no solo se dio maña para ser reelecto en 2011 (62% de los votos) y 2016 (72%), sino que controla el Poder Legislativ­o, el Poder Judicial y el órgano electoral. “Ortega viola los DD.HH. de los nicaragüen­ses igual que Somoza”, es la conclusión de Dora María Téllez, su antigua compañera sandinista.b

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 ??  ?? ► Daniel Ortega, junto a Sergio Ramírez (a la izquierda) en octubre de 1984, en la ciudad de León.
► Daniel Ortega, junto a Sergio Ramírez (a la izquierda) en octubre de 1984, en la ciudad de León.
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