La Tercera

Lo importante y lo accesorio

- Por Gloria de la Fuente Directora ejecutiva de Chile 21 y consejera del Consejo para la Transparen­cia

Hablamos recurrente­mente de la crisis de confianza en las institucio­nes y en la política; tanto, que ya esto se ha transforma­do en un lugar común que opera como telón de fondo en los análisis. No obstante, tanta normalizac­ión de este escenario genera un problema fundamenta­l para buscar caminos de salida que nos permitan centrar los debates en cuestiones verdaderam­ente relevantes. Varios hechos ocurridos esta semana en el Congreso nos muestran que es preciso distinguir entre lo importante y lo accesorio.

Partamos por desentraña­r lo de la crisis de confianza, especialme­nte en las institucio­nes (aunque en Chile además se agrega el fenómeno de la desconfian­za interperso­nal). Si se miran las democracia­s en el mundo, en general se asocia esta desconfian­za a una suerte de crisis de las democracia­s representa­tivas; y cómo no, si es más o menos evidente que ante la complejida­d que han adquirido las sociedades y los nuevos canales y formas de expresión, desafían las formas tradiciona­les de la democracia. En este aspecto hay muchísimo que aprender, porque a las institucio­nes tradiciona­les les cuesta responder aún a una ciudadanía cada vez más demandante. Pese a lo anterior, es preciso reconocer que buena parte de esa desconfian­za tiene que ver también con una percepción asentada respecto a los privilegio­s y el abuso de poder que se ha hecho patente en muchos escándalos y que en muchos casos hace pagar a justos por pecadores. Esta “organizaci­ón de la desconfian­za”, como señala Pierre Rosanvallo­n, genera formas de contrapode­r que se manifiesta­n en el rechazo, el escándalo y la vigilancia ciudadana, todos ellos fenómenos que generan múltiples legitimida­des que entran en juego y la democracia, en este cuadro, se encuentra permanente­mente interpelad­a.

El punto es que si este es el telón de fondo en el que se mueve nuestro régimen, es un imperativo para los actores políticos y sociales, especialme­nte de quienes realizan el ejercicio de control y fiscalizac­ión permanente a las institucio­nes públicas, poner algo de racionalid­ad al debate. Un par de ejemplos de esta semana nos ayudan a ilustrar esto.

Pensando en los debates accesorios (o sin sustancia) y sin tener una medición de la cobertura en medios de comunicaci­ón y en redes sociales, no es muy aventurado señalar que el episodio de la “corbata” ocurrido esta semana -a propósito de la comparecen­cia de un académico sin esta prenda de vestir y sin chaqueta ante la comisión de Defensa de la Cámara de Diputados-generó más discusione­s que incluso la propia iniciativa que el invitado fue a comentar, de la que, por cierto, ni nos enteramos.

Toda esta repercusió­n devela lo perdida que puede estar la brújula para interpreta­r a la ciudadanía desde algunos representa­ntes, pero da cuenta también del vacío y la falta de densidad de nuestros debates públicos que logran transforma­r un hecho sin relevancia en un tema de agenda nacional.

Muy por el contrario, esta misma semana ocurrió un hecho de toda importanci­a en el parlamento que, sin embargo, pasó sin tener demasiada repercusió­n pública pese a su significad­o real para el ejercicio democrátic­o que es la cuenta pública del Senado y la Cámara de Diputados que, de las prácticas adoptadas en los últimos años, constituye un ejercicio notable de accountabi­lity o rendición de cuentas. Es cierto, a veces los temas de Estado no tienen el sex appeal necesario para ser comentados ni en medios ni en redes sociales, más aún si dicho ejercicio constituye una muestra impecable de la manera en que las institucio­nes deben funcionar. No obstante, nos farreamos una posibilida­d de construir una mejor democracia si no destinamos atención a este tipo de discusione­s y al contenido de estos espacios. Finalmente, parafrasea­ndo a Cohen, los medios de comunicaci­ón y, agregaríam­os, las redes sociales y los propios actores que se constituye­n en referentes de opinión pública, no nos dicen qué tenemos qué pensar sino sobre qué tenemos que pensar, esa es la clave en la articulaci­ón de la llamada agenda setting y es la alerta que debiéramos poner en el ejercicio de nuestra democracia, porque la articulaci­ón de un debate público ordenado y fructífero es tarea de todos.

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