Lo importante y lo accesorio
Hablamos recurrentemente de la crisis de confianza en las instituciones y en la política; tanto, que ya esto se ha transformado en un lugar común que opera como telón de fondo en los análisis. No obstante, tanta normalización de este escenario genera un problema fundamental para buscar caminos de salida que nos permitan centrar los debates en cuestiones verdaderamente relevantes. Varios hechos ocurridos esta semana en el Congreso nos muestran que es preciso distinguir entre lo importante y lo accesorio.
Partamos por desentrañar lo de la crisis de confianza, especialmente en las instituciones (aunque en Chile además se agrega el fenómeno de la desconfianza interpersonal). Si se miran las democracias en el mundo, en general se asocia esta desconfianza a una suerte de crisis de las democracias representativas; y cómo no, si es más o menos evidente que ante la complejidad que han adquirido las sociedades y los nuevos canales y formas de expresión, desafían las formas tradicionales de la democracia. En este aspecto hay muchísimo que aprender, porque a las instituciones tradicionales les cuesta responder aún a una ciudadanía cada vez más demandante. Pese a lo anterior, es preciso reconocer que buena parte de esa desconfianza tiene que ver también con una percepción asentada respecto a los privilegios y el abuso de poder que se ha hecho patente en muchos escándalos y que en muchos casos hace pagar a justos por pecadores. Esta “organización de la desconfianza”, como señala Pierre Rosanvallon, genera formas de contrapoder que se manifiestan en el rechazo, el escándalo y la vigilancia ciudadana, todos ellos fenómenos que generan múltiples legitimidades que entran en juego y la democracia, en este cuadro, se encuentra permanentemente interpelada.
El punto es que si este es el telón de fondo en el que se mueve nuestro régimen, es un imperativo para los actores políticos y sociales, especialmente de quienes realizan el ejercicio de control y fiscalización permanente a las instituciones públicas, poner algo de racionalidad al debate. Un par de ejemplos de esta semana nos ayudan a ilustrar esto.
Pensando en los debates accesorios (o sin sustancia) y sin tener una medición de la cobertura en medios de comunicación y en redes sociales, no es muy aventurado señalar que el episodio de la “corbata” ocurrido esta semana -a propósito de la comparecencia de un académico sin esta prenda de vestir y sin chaqueta ante la comisión de Defensa de la Cámara de Diputados-generó más discusiones que incluso la propia iniciativa que el invitado fue a comentar, de la que, por cierto, ni nos enteramos.
Toda esta repercusión devela lo perdida que puede estar la brújula para interpretar a la ciudadanía desde algunos representantes, pero da cuenta también del vacío y la falta de densidad de nuestros debates públicos que logran transformar un hecho sin relevancia en un tema de agenda nacional.
Muy por el contrario, esta misma semana ocurrió un hecho de toda importancia en el parlamento que, sin embargo, pasó sin tener demasiada repercusión pública pese a su significado real para el ejercicio democrático que es la cuenta pública del Senado y la Cámara de Diputados que, de las prácticas adoptadas en los últimos años, constituye un ejercicio notable de accountability o rendición de cuentas. Es cierto, a veces los temas de Estado no tienen el sex appeal necesario para ser comentados ni en medios ni en redes sociales, más aún si dicho ejercicio constituye una muestra impecable de la manera en que las instituciones deben funcionar. No obstante, nos farreamos una posibilidad de construir una mejor democracia si no destinamos atención a este tipo de discusiones y al contenido de estos espacios. Finalmente, parafraseando a Cohen, los medios de comunicación y, agregaríamos, las redes sociales y los propios actores que se constituyen en referentes de opinión pública, no nos dicen qué tenemos qué pensar sino sobre qué tenemos que pensar, esa es la clave en la articulación de la llamada agenda setting y es la alerta que debiéramos poner en el ejercicio de nuestra democracia, porque la articulación de un debate público ordenado y fructífero es tarea de todos.