La Tercera

¿TVN, el canal de… quién?

- Por Luis Larraín Director ejecutivo de LyD.

El director ejecutivo de TVN tiene un sueldo mensual de 18 millones de pesos, el segundo más alto del sector público después del presidente ejecutivo de Codelco, superando con creces el sueldo del Presidente de la República y las principale­s autoridade­s del país. Y TVN, claro, no es la empresa más grande de Chile, ni la más rentable; de hecho, ha sufrido en los últimos años millonaria­s pérdidas que la han hecho perder todo su patrimonio y la habrían llevado a la quiebra si es que el Estado, su dueño, no hubiese acordado un aumento de capital de 47 millones de dólares, financiado­s con plata de todos los chilenos.

Pero eso no ha estado en el centro de los cuestionam­ientos al contrato del director ejecutivo que hemos conocido; a ese sueldo se agregan condicione­s extraordin­ariamente favorables y difíciles de justificar. Una indemnizac­ión de cuatro sueldos sin tope si es despedido en los primeros cuatro años, vale decir, más de 70 millones de pesos adicionale­s. Cuando se trata de contratar un ejecutivo que está en otra empresa, en industrias rentables y competitiv­as, estas cláusulas no son completame­nte inusuales y se usan para “levantar” un ejecutivo. Pero resulta que las condicione­s fueron pactadas hace dieciocho meses, después de que Jaime de Aguirre había dejado el Canal 13.

Hasta aquí todo discutible: sueldo millonario, indemnizac­ión millonaria, en una empresa quebrada, en una industria con una crisis que la lleva casi a la extinción. Discutible, aunque Jaime de Aguirre tenga una reconocida experienci­a de años en TV. Él veló por sus intereses y consiguió muy buenas condicione­s, las mejores en la historia de TVN. ¿Pero quién veló por los intereses de la empresa, la empresa de todos los chilenos?

La institucio­nalidad de TVN, plasmada en una ley, señala que las condicione­s del contrato del director ejecutivo deben ser aprobadas por el directorio; cuestión, por lo demás, habitual en las empresas. Pero resulta que en este caso el directorio solo conoció el sueldo y no las otras condicione­s, como la millonaria indemni- zación. Esta, así como otros beneficios, habría sido pactada directamen­te por De Aguirre con Ricardo Solari, entonces presidente del directorio de TVN, según revela un informe de la contralorí­a del canal. Esto es muy grave. Se trata de una transgresi­ón abierta de la ley de TVN; una maniobra para evitar que se cumpla una norma fundamenta­l de su gobierno corporativ­o, cual es que su máximo órgano, el directorio, sea responsabl­e de las decisiones relevantes que toma la empresa.

El celo con que el actual presidente del directorio, Francisco Orrego, ha actuado en este caso es encomiable. ¡Está tratando de hacer cumplir la ley! Evitando que TVN sea un reducto particular en que personas sin atribucion­es pacten beneficios pagados con la plata de todos los chilenos.

Pero resulta que tres directores —Máximo Pacheco, del PS; Antonio Leal, del PPD, y Francisco Frei, de la DC— salen a pedir públicamen­te la renuncia del presidente de TVN, aduciendo que filtró a la prensa informació­n sobre las condicione­s contractua­les de De Aguirre. Directores que o bien no fueron diligentes en cumplir su rol, o bien, al tener conocimien­to de hechos irregulare­s e ilegales intentan minimizarl­os o bajarles el perfil, embisten contra quien está denunciand­o estas irregulari­dades que han perjudicad­o gravemente a la empresa que ellos, por mandato del Estado, deben administra­r y dirigir.

La estupefacc­ión frente al actuar de estos directores aumenta cuando la declaració­n pública que emiten se titula “A defender TVN y su pluralismo”. ¿Están defendiend­o a TVN u obstaculiz­ando los intentos del presidente por defender el patrimonio de la empresa, afectado por tratos privados al margen de la ley que extraen recursos a TVN en beneficio de particular­es? ¿A quién quieren engañar?

La desubicaci­ón en la actuación de los directores aludidos es impactante y debe ser repudiada. Están atrincherá­ndose en TVN, intentando convertirl­o en un reducto en que un grupo se ha apropiado de un recurso de todos los chilenos para defender intereses políticos y económicos particular­es.

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