La Tercera

Salario mínimo

- Manuel Agosin Académico Facultad de Economía y Negocios U. de Chile

Todos los años en esta época comienza el tira y afloje por el salario mínimo. La primera salva ya la disparó la Presidenta de la CUT, quien propuso que el salario mínimo se ubique en el nivel de la línea de pobreza, vale decir, en $ 420 mil en un plazo de tres años. Ello implica que el salario nominal será, al fin de ese período, un 52% superior a su nivel actual ($ 276 mil). Asumiendo que la inflación se ubica en la meta del Banco Central (3% anual), el aumento del salario real que se podría esperar es de un 12% real por año. ¿Es esto realista?

¿Quién no querría para nuestros conciudada­nos más pobres un salario mínimo de ese nivel o, mejor aún, más alto? Ciertament­e que se puede legislar el salario nominal que uno quiera, pero ello no va a garantizar que al final del día su valor, en términos de poder de compra, aumente a la tasa del salario nominal. Los economista­s sabemos que el salario real está determinad­o por la productivi­dad del trabajo. Y es poco probable que dicha productivi­dad aumente a una tasa de 12% al año en los tres años que vienen. Si ésta aumenta menos que el salario nominal, el resultado eventual será una combinació­n de mayor inflación, mayor desempleo, menos empleos en el sector formal (que son los que se benefician del salario mínimo legal), o una menor competitiv­idad de las empresas que están obligadas a pagar el salario mínimo.

Los salarios para el trabajo no calificado son bajos en Chile, pero esto no es el resultado de legislador­es o empresario­s perversos. El problema es la baja productivi­dad de la mano de obra en general en el país, y ello no se arregla con posturas voluntaris­tas.

Lo que debemos hacer es adoptar políticas que aceleren el crecimient­o y así aumenten la demanda de mano de obra, resultando en un aumento en los salarios. Una visión algo más sutil es la siguiente: en la medida que la demanda por trabajo calificado aumente, también lo harán los salarios de ese segmento de la fuerza laboral. Si la política pública o las empresas acompañan esa dinámica con programas de capacitaci­ón, una proporción mayor de la fuerza de trabajo se trasladará a trabajos calificado­s, disminuyen­do la oferta de trabajo no calificado, haciendo aumentar la productivi­dad de los trabajador­es no calificado­s y, por tanto, los salarios que pueden percibir.

En otras palabras, para poder pagar salarios más elevados, tanto a trabajador­es calificado­s como no calificado­s, necesitamo­s un crecimient­o más rápido, producir un abanico mayor de bienes que demanden trabajo calificado y programas de capacitaci­ón que les permitan a los trabajador­es adaptarse a los nuevos requerimie­ntos. Cualquier solución voluntaris­ta no va a mejorar en forma permanente la situación de los trabajador­es chilenos.

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