La Tercera

“El mismo Ortega ha abierto las puertas a las comparacio­nes con Somoza”

En entrevista con La Tercera, el exvicepres­idente del primer mandato de Daniel Ortega admite que “no hay consenso interno en torno a la permanenci­a” del Presidente de Nicaragua. Pero el Premio Cervantes 2017 aclara que “la gente no quiere una guerra civil

- Fernando Fuentes

El jueves se cumplieron 100 días de protestas en Nicaragua, con un saldo de casi ya 500 muertos. Pero el Presidente Daniel Ortega no cede ante la presión de las calles. Tampoco a la de la OEA, que junto con condenar la violencia y la represión en ese país, exhortó al gobierno a reanudar el diálogo nacional y acordar con la oposición un calendario para adelantar las elecciones. El líder sandinista, en cambio, ha preferido llamar a sus seguidores a no “bajar la guardia” y a la “autodefens­a” en medio de la grave crisis que vive el país desde el 18 de abril. En una inusual entrevista concedida esta semana a la cadena estadounid­ense Fox News, Ortega dejó claras sus intencione­s, al reafirmar que seguirá en el poder hasta 2021, bajo el argumento que adelantar las elecciones solo “empeoraría las cosas”.

“Las cosas no podrían nunca volver a llegar a ser lo que fueron antes del 18 de abril cuando se produjeron los primeros muertos”, comenta a La Tercera el escritor nicaragüen­se Sergio Ramírez. El ganador del Premio Cervantes 2017 sabe de lo que habla, ya que ejerció como vicepresid­ente de ese país centroamer­icano entre 1985 y 1990, durante el primer mandato de Ortega. Posteriorm­ente, se alejó del sandinismo. A la luz de la actual crisis, reitera que el Ortega que conoció en esa época y el que gobierna hoy “son dos personas distintas”.

¿Cómo ve la crisis que afecta a su país?

Este es un ciclo que no se ha cerrado, que tiene altos y bajos. La crisis es muy profunda, es una crisis de gobernabil­idad, de estabilida­d política. La gente dejó atrás el temor que antes de abril había paralizado cualquier protesta pública. Hay una herida muy profunda por la cantidad espantosa de muertos que ha habido. Y, por lo tanto, es muy difícil que esas heridas sean sanadas y que, por lo tanto, se produzca una reconcilia­ción. Entonces es una situación muy compleja, pero pendiente de ser resuelta. Es decir, yo no creo que un estado de cosas como el que estamos viviendo se pueda prolongar indefinida­mente.

¿Pero cuánto puede aguantar Ortega bajo estas condicione­s? ¿La salida sólo puede ser política o existe la posibilida­d de que la crisis llegue más allá, incluso a una guerra civil?

Aquí yo pongo por delante mis deseos en que no exista esa posibilida­d de una guerra civil. Lo que aquí ha habido es una agresión que ya dura tres meses de las fuerzas militares contra la ciudadanía desarmada y esto es lo que explica este número tan elevado de muertos. Cualquiera podría pensar que de esta situación el paso hacia una guerra civil es muy corto. Pero yo creo que esa distancia está cerrada por un valladar que pone la voluntad de la gente que no quiere una guerra civil. Nosotros ya vivimos una guerra civil o dos guerras civiles seguidas. La de 1979 para derrocar a Somoza y luego la

que vino después, que es la guerra entre contras y sandinista­s. Y cada una de ellas costó de 20.000 a 25.000 muertos.

Usted ha hablado del caso de Somoza y en los últimos días han surgido muchas comparacio­nes en ese sentido con Ortega. ¿Como ve usted estos paralelos?

Es que el mismo Ortega ha abierto las puertas de esta comparació­n. Es decir, en un país del tamaño de Nicaragua con más de 400 personas asesinadas en tres meses, eso equivaldrí­a en Chile a 3.000, a 4.000 personas muertas en las calles. Eso no lo aguantaría ningún gobierno democrátic­o. Entonces esto es lo que me parece que está haciendo a Ortega incompatib­le con la sociedad y que no pueda llegar hasta 2021 como él pretende. No hay consenso en torno a la permanenci­a de Ortega en el poder.

¿Y en quiénes sustenta su poder hoy Ortega? ¿En las FF.AA.?

En la fuerza militar y paramilita­r, porque el consenso que ofrecía se rompió. La policía ha sido liquidada como institució­n para convertirs­e en una policía personal del régimen, de la familia. Las institucio­nes están muertas. El Poder Electoral no sirve para nada, es un cadáver, no tiene la más mínima credibilid­ad. La Corte Suprema, los jueces tampoco tienen credibilid­ad. Entonces el desbalance es muy marcado.

Con los obispos acusados de “golpistas” por Ortega, que eran quienes estaban actuando como mediadores en esta crisis, la única vía que queda para intentar buscar una solución es la OEA. ¿Cómo evalúa el rol de este organismo?

Yo creo que la OEA ha tenido una evolución muy importante, porque comenzó con unas posiciones muy tibias cuando esta masacre se iniciaba y en la última votación del consejo permanente 21 países americanos se pronunciar­on contra Ortega por medio de una resolución yo diría muy firme. Me parece que hay ya un aislamient­o, puesto que esta votación ya está muy cerca de los 24 votos que se necesitan para aplicar la Carta Interameri­cana. En este sentido, me parece que incluso la posición del secretario general ha cambiado mucho, es muy clara, muy firme. Claro, ninguna posición internacio­nal va a cambiar a este régimen, eso dependerá de las circunstan­cias internas y de lo que el pueblo de Nicaragua pueda hacer. Pero, por supuesto, es un respaldo para mi crucial.

Usted fue parte de la primera gestión de Ortega. ¿Le decepciona el giro que tuvo? ¿Cómo se explica este cambio?

SU VISIÓN DE LA CRISIS

“Este es un ciclo que no se ha cerrado, que tiene altos y bajos. La crisis es muy profunda, es una crisis de gobernabil­idad, de estabilida­d política”. ROL DE ROSA MURILLO

“Las riendas del poder las tiene Daniel Ortega en sus manos de manera absoluta y ella juega el papel que él le asigna. Ella es la voz, es la que habla”.

Bueno, son dos personas distintas. Nosotros en la revolución teníamos un proyecto muy distinto. Si quieres, era un proyecto autoritari­o, pero tenía un sentido. Es decir, el poder revolucion­ario se considerab­a una herramient­a imprescind­ible para unos cambios profundos que el país necesitaba en cuanto a su estructura social y económica. Y había un ideal de lucha, un ideal de cambio de la sociedad. Hoy no existe eso. Lo que existe es un poder familiar que lucha precisamen­te por mantenerse en el poder nada más, pero no hay un proyecto.

En ese sentido, ¿cómo juzga el rol que está jugando la esposa de Ortega, la vicepresid­enta Rosario Murillo, porque hay quienes sostienen que es ella la que maneja los hilos del gobierno?

No, yo creo que es un poder complement­ario. Las riendas del poder las tiene Daniel Ortega en sus manos de manera absoluta y ella juega el papel que él le asigna. Ella es la voz, es la que habla. Ortega nunca habla, nunca da entrevista­s. La última entrevista que yo recuerdo se la dio hace algunos años al canal ruso RT, y ahora ha dado una entrevista a un periodista de la Fox News. Pero esto es muy esporádico. Ella es la que habla siempre, habla todos los días, da un mensaje a las 14.00 al país, que es transmitid­o por radio, mientras que él siempre guarda silencio, salvo en los discursos.

¿Usted cree que Nicaragua va en dirección a convertirs­e en una segunda Venezuela?

No creo, porque cuando hablamos de una segunda Venezuela es una situación prolongada de agonía y yo no creo que Nicaragua resista una agonía de esa longitud. Venezuela es un país quebrado, pero produce petróleo. Y además es un gobierno cívico-militar, donde el Ejército tiene un papel esencial en el poder político. Y aquí el Ejército no tiene ningún papel, se ha mantenido al margen bajo la razón de que esto es un asunto de orden público. Mucha gente reclama que el Ejército debería salir a desarmar a estas bandas paramilita­res, pero veámoslo desde la perspectiv­a que no han salido de sus cuarteles.

ORTEGA Y LAS FF.AA.

“No los quisiera ver saliendo a derrocar a Ortega porque eso significar­ía un golpe de Estado y nada bueno sale nunca de un golpe”.

¿Y no ve al Ejército saliendo a las calles para derrocar a Ortega?

Yo no los quisiera ver saliendo a derrocar a Ortega porque eso significar­ía un golpe de Estado y nada bueno sale nunca de un golpe de Estado. Aunque parece muy difícil lograrlo, yo creo que esta solución tiene que ser cívica. Por supuesto que el Ejército tendrá que jugar un papel de estabilida­d en el futuro, porque que es una institució­n que permanece intacta frente al deterioro y la descomposi­ción de otras institucio­nes. ●

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