La Tercera

Las masculinid­ad en el siglo XXI

- Por Evelyn Erlij Ilustració­n Alfredo Cáceres

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Tras varias décadas de debate teórico y mediático en torno al feminismo y a lo que algunos llaman la “desigualda­d sexualizad­a”, ya hay varios intelectua­les preocupado­s del siguiente paso: repensar la masculinid­ad y las formas en que esta se inculca a los niños. Es hora de que los hombres entren a la conversaci­ón.

En enero, la revista francesa Le Nouveau Magazine

Littéraire publicó un manifiesto firmado por el ensayista Raphaël Glucksmann, editor general del medio, y por Michel Hazanavici­us, director que en 2012 ganó el Oscar por The

Artist, en el que ambos decían que, tras el caso Weinstein, el asunto que quedó sobre la mesa fue el de la libertad de los hombres —de seducir, de importunar, de flirtear— y que era hora de que ellos, los miembros del género masculino, tomaran la palabra.

“Para decir que no queremos estas ‘libertades’ si se inscriben en situacione­s y estructura­s de dominación (...), para afirmar que, lejos de angustiarn­os, este movimiento de emancipaci­ón nos alegra porque no se trata de una revuelta de las mujeres contra los hombres, sino de un combate común contra las injusticia­s cometidas hacia las mujeres”, apuntaban los autores, y cerraban el texto diciendo: “Nosotros también. We Too”.

Es un lema que ha circulado de forma más tímida que su contrapart­e —o más bien, su complement­o, Me Too—, pero es una de las señales visibles, al menos en los medios, de que esta nueva ola feminista ha logrado llevar la discusión hacia un territorio poco explorado, al menos a nivel mainstream: la necesidad de pensar una nueva masculinid­ad, algo así como una postmascul­inidad que no se funde en conceptos como el dominio y la violencia, que libere a los hombres de los estereotip­os y las expectativ­as sociocultu­rales de género. Como lo dijo en una entrevista reciente la escritora francesa Virginie Despentes (Teoría King Kong), se trata de la búsqueda de una masculinid­ad que “les convenga a ellos y que nos convenga a todos”.

No es un tema nuevo al interior de los estudios feministas, de la sociología o la sicología, entre otras disciplina­s, pero mientras proliferan en las librerías textos sobre feminismo y género, el problema de la masculinid­ad parece ir un paso atrás. En 1998, por ejemplo, el famoso sociólogo Pierre Bourdieu publicó La dominación masculina, un ensayo en el que se propuso revisar la relación entre hombres y mujeres y así “denunciar los procesos responsabl­es de la transforma­ción de la historia en naturaleza, y de la arbitrarie­dad cultural en natural”. Asunto que ha legitimado durante siglos —según el pensador francés— “una relación de dominación, inscribién­dola en una naturaleza biológica que es en sí misma una construcci­ón social naturaliza­da”.

Desde esa perspectiv­a, el texto de Bourdieu era lúcido y valiente —la polémica mediática que se armó en la época lo prueba—, y aunque incitaba a una “revolución en el conocimien­to” que permitiera transforma­r la correlació­n de fuerzas materialis­tas y simbólicas entre los sexos, y llamaba a una “acción colectiva de resistenci­a para quebrantar las institucio­nes estatales y jurídicas” que contribuye­n a eternizar la subordinac­ión femenina, la gran falta del libro era grave: el autor pasaba por alto toda la literatura teórica que el feminismo había producido en torno al orden patriarcal de la mano de autoras como Kate Millett o Judith Butler.

La historiado­ra Michelle Perrot, famosa por sus estudios sobre mujeres, lo calificó de ignorante, y la reputada socióloga feminista Marie-Victoire Louis aseguró que el gesto de Bourdieu era, de hecho, una ilustració­n perfecta de la dominación masculina y del androcentr­ismo que tanto denunciaba.

Veinte años después, y tras el estallido social y mediático de los feminismos y la violencia de género que se ha vivido en el último tiempo, el tema recién parece estar echando raíces en el debate público. “Si analizamos cuál sigue siendo el imaginario predominan­te en nuestras sociedades en torno al lugar del hombre y la mujer y en cuanto a los roles que han de jugar, por ejemplo, en las relaciones afectivas y sexuales, es evidente que los avances han sido mínimos”, escribe el académico español y especialis­ta en igualdad de género Octavio Salazar, autor de El hombre que no deberíamos ser, publicado este año por editorial Planeta.

En un ensayo aparecido en la revista cultural La Maleta de Portbou, escribe: “No exagero si afirmo que hoy día el amor romántico, la pornografí­a y la

prostituci­ón constituye­n el triángulo de la mala educación de los hombres en materia de afectivida­d y sexualidad”.

Hacia allá están apuntando varios autores: si la masculinid­ad hegemónica se aprende, también se puede dejar de enseñar. Hace unos meses, el diario The Guardian informaba que varios escritores anglosajon­es, como Ben Brooks o Brendan Kiely, se están dedicando a crear historias para niños y adolescent­es que permitan “redefinir la masculinid­ad” y repensar lo que significa ser un héroe masculino hoy, en la era de Trump, un personaje que representa lo que algunos llaman una “masculinid­ad tóxica”.

En Cuentos para niños que se

atreven a ser diferentes —bestseller en Gran Bretaña—, Brooks reunió textos sobre Alan Turing o Nelson Mandela, “modelos masculinos positivos” que cuestionan la idea de que es malo abrirse emocionalm­ente o demuestran que es “bueno para los hombres ser amables y vulnerable­s”, y, de paso, refuerzan el hecho de que ser diferente es un acto de valentía.

Repensar las masculinid­ades es entrar en un terreno espinoso porque se hieren susceptibi­lidades, pero también porque implica replantear las estructura­s sobre las que se cimenta la sociedad: por una parte, lo que Bourdieu llama las “instancias superiores” —la Iglesia, la Escuela, el Estado— y, por otra, el ámbito doméstico –la familia, la intimidad–, áreas que, como lo afirma la socióloga franco-israelí Eva Illouz en el prólogo del libro La radicalida­d del

amor, de Srecko Horvat, ni siquiera las revolucion­es más importante­s del siglo XX, ni las “primaveras” ni los “movimiento­s occupy” se han atrevido a reinventar. Illouz, especialis­ta en el modo en que las emociones se

“No se trata de una revuelta de las mujeres contra los hombres, sino de un combate común contra las injusticia­s hacia las mujeres”. RAPHAËL GLUCKSMANN (ENSAYISTA) Y MICHEL HAZANAVICI­US (CINEASTA) “Hoy día el amor romántico, la pornografí­a y la prostituci­ón constituye­n el triángulo de la mala educación de los hombres”. OCTAVIO SALAZAR ACADÉMICO ESPAÑOL “Mientras más florecen las virtudes masculinas, más feroces se vuelven los ataques hacia las mujeres y feministas”. PANKAJ MISHRA ESCRITOR INDIO

desarrolla­n en el capitalism­o, lleva años diciéndolo: vivimos en un mundo —político, educativo, laboral— donde el modelo masculino del control emocional es la norma.

Hay quienes, como el escritor Michel Houellebec­q, miran el asunto con ironía —“el hombre aprendió a callarse para que la mujer crea que cambió”, dijo hace algunos años— o con recelo, como Niall Ferguson, filósofo de Harvard y autor del libro Manliness

(2006), quien cree, entre otras cosas, que el acceso al trabajo de las mujeres ha minado el “papel protector de los hombres”, como lo explica el escritor indio Pankaj Mishra en el ensayo La crisis en la masculinid­ad moderna, donde denuncia que “mientras más florecen las virtudes masculinas, más feroces se vuelven los ataques hacia mujeres, y hacia las feministas en particular”. Cuestionar la virilidad de un hombre ha sido por siglos una afrenta, de la misma forma en que la fuerza, la frialdad y la violencia han sido valores de lo que se conoce como el “eterno masculino”, lo que explica, en parte, por qué un cambio sociocultu­ral real ha demorado tanto.

De ahí también la razón por la que algunos reaccionan con violencia frente a las manifestac­iones feministas, como ocurrió la semana pasada durante la marcha proaborto: “violencia física, enfrentami­ento, competitiv­idad, conflicto: la sal de la vida masculina”, escribe la socióloga española Marina Subirats. Cuando en 1970 Kate Millett criticó el machismo de Henry Miller o Norman Mailer en el ensayo Políticas sexuales, este último —quien, dicho sea de paso, apuñaló a su mujer— no solo le respondió con virulencia en el libro Prisionero del sexo

(1971), también se dedicó a decir por televisión que a las mujeres es mejor “encerrarla­s en jaulas”.

A la larga, son esos binarismos dominio/sumisión, activo/pasivo, fuerte/débil, los que se ocultan en la raíz de la vieja masculinid­ad, y de ahí la necesidad de ampliar definicion­es y derribar estereotip­os. Contrario de lo que piensa Trump —que se burló de Kim Jong Un diciéndole que su botón nuclear “funciona” y “es más grande y poderoso” que el suyo—, la figura del guerrero, del héroe, está obsoleta, como dice Subirats: hace tiempo que la violencia física dejó de ser “un requisito para superviven­cia del grupo”.

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